Esta ves se analizó el libro «Los Doce Cesares», de Suetonio, en este se hace una descripcion de los gobernantes de Roma, de sus vidas, sus romances, su forma de hacer política y lo mas impresionante sus vicios.
Estos últimos constituyeron la principal razón por la cual perdierón sus reinados, el llamado derecho de «Sedición», con el cual se puede matar al mal gobernante.
Cayo Julio César
Tenía dieciséis años de edad cuando murió su padre. Repudió a Cossutia, con la cual estaba desposado desde la niñez; por este motivo el dictador Sila lo despojó del sacerdocio, de los bienes de su esposa y de las herencias de su casa, siendo perseguido y obligado a mudar de asilo casi todas las noches. Consiguió ser perdonado por mediación de las Vírgenes Vestales, de Mamerco Emilio y de Aurelio Cotta.
Hizo sus primeras armas en Asia con M. Termo; en la toma de Mitilena recibió una corona cívica de manos de Termo. Calmada la insurrección civil, actuó de concusión a Cornelio Dolabella. César decidió retirarse a Rodas, tanto para prevenirse de sus enemigos, como para descansar.
A su regreso a Roma, la primera dignidad con que le invistió el voto del pueblo fue la de tribuno militar, colaborando con todas sus fuerzas con los que intentaban restablecer el poder tribunicio. Siendo edil, no se limitó a adornar el Comitium, el Foro y las basílicas, sino que decoró también el Capitolio e hizo construir pórticos para exposiciones temporales; organizó juegos y cacerías de fieras.
El partido de los grandes hizo fracasar las pretensiones de César, quien, con el fin de debilitar entonces la autoridad de aquellos por todos los medios posibles, reconstruyó los trofeos de C. Mario sobre Yugurta.
Pretendió el pontificado máximo, consiguió que muchos senadores se le agregaran y con ellos Cicerón, hermano del cónsul; la victoria era segura.
- El primer día de sus pretura convocó ante el pueblo a Q. Catulo, encargado de la reconstrucción del Capitolio, y propuso se confiriese el cuidarlo a otro.
- Con gran ardor y pasión mantuvo a Cecilio Metelo, autor de las leyes más turbulentas, contra el derecho de oposición de sus colegas.
César tuvo la audacia de proseguir en posesión de su cargo y de administrar todavía justicia. Pero cuando supo que se disponían a emplear con él la violencia y las armas, despidió a los lictores, despojase de la pretexta y se retiró secretamente a su casa, resignado, de acuerdo con la costumbre de la época, a permanecer tranquilo.
Cuando hubo pacificado su provincia, regresó a Roma, pidiendo el triunfo y el consulado juntamente. Mas estando en la ciudad como simple particular, y cuando solicitó que se le exceptuase de la ley, encontró recia oposición, por lo que tuvo que desistir del triunfo para no quedar por ello excluido del consulado.
Lo primero que ordenó al posesionarse de su dignidad, fue que se llevara un Diario de todos los actos populares y del Senado y que se publicase. Restableció, asimismo, la costumbre de hacerse preceder por un portero y seguir por lictores.
Promulgó la ley Agraria, y no pudiendo vencer la resistencia de Bíbulo, lo arrojó del foro a mano armada. Desde aquel momento dirigió César todos los asuntos del Estado por su única y soberana autoridad.
Pidiendo reducción los arrendatarios del Estado, les perdonó un tercio de los arrendamientos, y exhortos en público a no encarecerlos inconsideradamente en la próxima adjudicación de impuestos.
Concluido su consulado, los pretores Memmio y Lucio Domitio, solicitaron que se examinasen las actas del año anterior, llevando César el asunto al Senado, que no quiso saber de él. Después de tres días de inútiles discusiones, marchó a su provincia e inmediatamente, para perjudicarle, se procesó a su cuestor por diversos delitos.
César tuvo gran cuidado de atraerse, por medio de favores, a los magistrados de cada año, formándose una ley de no ayudar con su influencia, ni permitir que ascendiesen e los honores sino aquellos que se comprometiesen a defenderlo durante su ausencia.
Sus liberalidades se extendían hasta los libertos y esclavos, según la influencia que ejercían sobre el ánimo de su señor o patrono. Los acusados, los ciudadanos agobiados de deudas, la juventud pródiga, hallaban en él refugio seguro, a no ser que las acusaciones fuesen graves con exceso, completa la ruina o los desórdenes demasiado grandes para que pudiese remediarlos.
En los nueve años de su mando realizó las siguientes empresas:
- Redujo toda la Galia comprendida entre los Pirineos y los Alpes, las Cevennas, el Ródano y el Rin, a provincia romana, exceptuando las ciudades aliadas y amigas, obligando al territorio conquistado al pago de un tributo anual de cuarenta millones de sestercios.
- Fue el primero que, después de tender un puente sobre el Rin
- Atacó a los germanos al otro lado de este río, y que consiguió señaladas victorias sobre ellos.
- Atacó también a los bretones, desconocidos hasta entonces, los derrotó y exigió dinero y rehenes.
Únicamente sufrió tres reveses: uno en Bretaña, otro en la Galia y el tercero en el territorio de los germanos, donde perecieron en una emboscada sus legados Titurio y Aurunculeyo.
Con el dinero extraído a los enemigos, inició la construcción de un Foro, cuyo solo terreno costó más de cien mil sestercios. Prometió al pueblo, en memoria de su hija; espectáculos y un festín, cosa desconocida y sin ejemplo; finalmente, y para satisfacer la impaciencia pública, utilizó a sus esclavos en los preparativos de aquel festín, que había encomendado a contratistas.
Hizo magníficos presentes a los ciudadanos de otras clases, que acudían a él invitados o espontáneamente. Sus liberalidades se extendían hasta los libertos y esclavos, según la influencia que ejercían sobre el ánimo de su señor o patrono. Los acusados, los ciudadanos agobiados de deudas, la juventud pródiga, hallaban el él refugio seguro, a no ser que las acusaciones fuesen graves con exceso, completa la ruina o los desórdenes demasiado grandes para que pudiese remediarlos. A éstos les decía francamente: que necesitaban una guerra civil.
Adornó con magníficos monumentos, no solamente la Italia, las Galias y las Españas, sino también las más importantes ciudades de Grecia y Asia.
Durante las guerras civiles, César no sufrió reveses más que en las personas de sus legados; A él mismo, vencedor siempre, le abandonó la fortuna sólo en dos ocasiones.
Concluidas las guerras, disfrutó cinco veces los honores del triunfo, cuatro en el mismo mes, después de la victoria sobre Scipión y con algunos días de intervalo, y la quinta después de la derrota de los hijos de Pompeyo. Su primero y más esclarecido triunfo fue sobre la Galia, después el de Alejandría, el de Ponto, el de la Africa y en último lugar, el de España, y siempre con fausto y aparato diferentes.
Cuando celebró su victoria sobre el Ponto, se advertía entre los demás ornamentos triunfales un cartel con las palabras Veni, Vidi, Vinci (llegué, vi, vencí), que no expresaba como las demás inscripciones los acontecimientos de la guerra, sino su rapidez.
Repartió al pueblo diez modios de trigo por cabeza y otras tantas libras de aceite, con trescientos sestercios que había ofrecido antes, añadiendo otros cien en compensación de la tardanza. Perdonó los alquileres de un año en Roma; agregó a todo esto distribución de carnes. También dio espectáculos de varios géneros: combates de gladiadores, representaciones en todos los idiomas.
César se dedicó a la organización de la República; reformó el calendario, distribuyó el año según curso del sol, y lo compuso de trescientos sesenta y cinco días.
Completó el Senado; designó patricios, aumentó el número de pretores, de ediles, de cuestores y de magistrados subalternos; rehabilitó a los que habían despojado de su dignidad los censores o condenado los tribunales por cohecho.
Compartió con el pueblo el derecho de elección en los comicios; de modo que, a excepción de sus competidores al consulado, los demás candidatos los designaban a medias el pueblo y él.
Decretó que ningún ciudadano menor de veinte años y mayor de cuarenta, a quien no obligase cargo público, permaneciese más de tres años seguidos fuera de Italia. Concedió el derecho de ciudadanos a cuantos practicaban la medicina en Roma o cultivaban las artes liberales.
Disolvió todos los gremios, a excepción de aquellos que tenían origen en los primeros tiempos de Roma.
Quería reducir a justa proporción todo el derecho civil y comprendiar en libros lo mejor y más indispensable del inmenso y difuso número de leyes existentes; se proponía formar bibliotecas públicas griegas y latinas.
No guardó más respeto en las provincias de su mando al lecho conyugal. Tuvo amores con reinas, pero a la que más amó fue a Cleopatra. La hizo ir a Roma, dejándola marchar sólo después de haberla colmado de dones y haber consentido en que llevarse su nombre el hijo que tuvo de ella.
Escribió los libros: Comentarios, Analogía, Anticatón y las Alabanzas de Hércules.
Por lo que toca a las batallas, no se orientaba únicamente por planes meditados con detención, sino también aprovechando oportunidades; ocurría muchas veces que atacaba inmediatamente después de una marcha o con tan pésimo tiempo que nadie podía suponer se hubiese puesto en movimiento. Sólo en los últimos años de su vida se mostró más cauto en presentar batalla.
César apreciaba al soldado sólo por su valor, no por sus costumbres no por su fortuna, y le trataba unas veces con suma severidad y otras con grande indulgencia. Siempre se mostraba severo frente al enemigo, manteniendo de esta forma la disciplina.
César recibió veintitrés heridas, y sólo a la primera lanzó un gemido, sin pronunciar ni una palabra. Cuando le vieron muerto, huyeron todos, quedando por algún tiempo tendido en el suelo, hasta que al fin tres esclavos le llevaron a su casa en una litera, de la que pendía uno de sus brazos. Según testimonio del médico Antiscio, entre todas sus heridas sólo era mortal la segunda que había recibido en el pecho. El día de su funeral, fue levantada la pira en el campo de Marte; se construyó frente a la tribuna de las arengas una capilla dorada, por el modelo del templo de Venus Madre.
Según algunos, acostumbraba a decir que su conservación interesaba más a la República que a él mismo; si el pereciera, no gozaría de tranquilidad y caería en los males espantosos de la guerra civil.
Sucumbió a los cincuenta y seis años de edad, y fue colocado en el número de los dioses, no solamente por decreto, sino también por unánime sentir del pueblo. Durante los juegos que había prometido celebrar, y que dio por él su heredero Augusto, apareció una estrella fugaz, que se alzaba hacia la hora undécima y que brilló durante siete días consecutivos; creyese que era el alma de César recibida en el cielo, y ésta fue la razón de que se le representara con una estrella sobre la cabeza.
OCTAVIO AUGUSTO
La familia de Octavio era en la antigüedad de las primeras de Vélitres.
Admitida esta familia entre las romanas por el rey Tarquino el Viejo, clasificada después por Serv. Tulio entre las patricias. El primero de esta familia que obtuvo por sufragios del pueblo una magistratura fue C. Rufo, que siendo cuestor tuvo dos hijos, Cneo y Cayo. Cneo y todos sus descendientes desempeñaron los cargos más importantes del Estado. El bisabuelo de Augusto sirvió en Sicilia, como tribuno militar. La familia de Augusto procedía de una antigua y opulenta familia de caballeros y su padre fue el primer senador de su nombre.
Su padre, C. Octavio, gozó de considerables bienes y de la pública estimación, pero algunos escritores lo hicieron corredor y hasta agente para la compra de votos en las asambleas agrarias. Alcanzó con facilidad las más elevadas magistraturas, desempeñándolas noblemente. Al regreso de Macedonia, poco antes de proponer su candidatura al consulado, falleció repentinamente, dejando de Ancaria, Octavia la mayor, y de Acia, su segunda esposa, Octavia la menor y Augusto.
Augusto nació bajo el consulado de M. Tulio Cicerón y de Antonio, el IX de las calendas de octubre, poco antes de salir el sol, en el barrio Palatino.En su infancia, augusto y llevó el nombre de Turino, más adelante tomó el nombre de Cesar y al fin el de Augusto: uno en virtud del testamento de su tío paterno, y el otro a propuesta de Munacio Planco, aunque algunos senadores deseaban que se le llamase Rómulo, por ser “el segundo fundador de Roma”.
Augusto apenas se entregó al estudio en Apolonia. Allí supo que César había sido asesinado y que le había instituido heredero. A su regreso a Roma, entró en posesión de la herencia y levantó en seguida ejércitos, gobernando la República, con Antonio y Lépido; después con Antonio.
Enfrento cinco guerras civiles:
- las Mulciense, contra Marco Antonio
- Filipense: contra Bruto y Casio
- Perusiana: contra Luc. Antonio, hermano del triunviro
- Siciliana: contra Sex. Pompeyo, hijo de Cneo.
- Actium: contra Marco Antonio
La causa de todas estas guerras fue la obligación que se impuso de vengar la muerte de su tío y mantener la validez de sus actos. Para afianzar mejor la ejecución de sus designios, quiso reemplazar un tribuno del pueblo, y, a pesar de no ser todavía senador, se presentó candidato, sin embargo, todos sus esfuerzos ante la oposición del cónsul M. Antonio fracasaron. Levantó para su defensa y la de la República un ejército de veteranos. Recibió entonces, con el título de propretor, el mando de este ejército y la orden de reunirse con los nuevos cónsules Hircio y Pansa, para llevar auxilios a Décimo Bruto.
Perecieron en esta guerra Hircio y Pansa, el primero en la batalla, y el segundo poco después, de una herida que recibió en ella y corrió entonces el rumor de que Octavio los había hecho matar a los dos, con la esperanza de que la derrota de Antonio y la muerte de los cónsules le dejarían dueño único de los ejércitos victoriosos. M Antonio No mostró moderación en la victoria, enviando a Roma la cabeza de Bruto, para que la arrojaran a los pies de la estatua de César, aumentado así con sangrientos ultrajes los castigos que impuso a los prisioneros más ilustres.
Confiando L. Antonio por este tiempo en el consulado de que estaba investido y en el poder de su hermano, quiso suscitar disturbios, pero Octavio le obligó a huir a Perusa, reduciéndole por hambre. Tomada Perusa, se mostró cruel con sus habitantes; los hizo sacrificar delante del altar elevado a Julio César. Los bienes confiscados a L. Antonio sirvieron para dar a los veteranos las recompensas que les había ofrecido.
La guerra de Sicilia fue una de sus primeras empresas, pero la condujo despacio, interrumpiéndola muchas veces, para reparar el daño causado a sus flotas, como para hacer la paz a instancias del pueblo, que, interceptados los víveres, se veían amenazados por el hambre.
Rompió su alianza con M. Antonio, la cual había sido siempre incierta y dudosa, mal observada con frecuentes reconciliaciones; mandó abrir y leer delante del pueblo reunido el testamento que Antonio había dejado aquél en Roma, en el cual colocaba de sus herederos a los hijos de Cleopatra. Pasó a Alejandría y se hizo dueño a poco de la ciudad, donde se refugiaban Antonio y Cleopatra, al primero lo hizo matar y la segunda murió por mordedura de serpiente. Los hijos de estos personajes los consideró miembros de su familia, con excepción de Antonio y Cesarión, a quienes asesinó.
Mandó a abrir la tumba de Alejandro Magno; exhumando el cuerpo, le puso en la cabeza una corona de oro y le cubrió de flores en muestra de homenaje. Convirtió a Egipto en provincia romana, y mandó a sus soldados limpiaran todos los canales abiertos por los desbordamientos del Nilo.
Sofocó gran número de turbulencias, sediciones y conspiraciones. Dirigió dos guerras exteriores: la de Dalmacia, y la de los cántabros tras la derrota de Antonio. Sometió la Cantabria, la Aquitania, la Panomia y la Dalmacia; sujetó la Recia, la Vindelicia y los Salesos; contuvo las incursiones de los dacios, destruyó la mayor parte de sus ejércitos y les mató tres jefes. Arrojó a los germanos al otro lado del Elba.
Fue derrotado en Lolio y Varo, en Germania, la de Varo pudo, ser fatal al Imperio, pues que en ella fueron pasadas a cuchillo tres legiones con el general, los legados y todos los auxiliares. Mantuvo con severidad la disciplina, si alguna legión retrocedía, la diezmaba, dándole sólo cebada por toda comida. Castigó con la muerte a centuriones y soldados que abandonaron sus puestos.
Después de las guerras civiles, dejó de dar a los soldados el título de compañeros en las arengas y en los edictos; les llamaba sólo soldados, y no permitía tampoco que sus hijos o yernos les diesen otro nombre cuando mandaban. Sólo dos veces alistó esclavos libertos: la primera para la defensa de las colonias vecinas a la Iliria, y la segunda, para proteger las orillas del Rin. En su opinión, sólo debía emprenderse una guerra o librar una batalla cuando se puede esperar más provecho de la victoria que perjuicio de la derrota.
A los veinte años invadió el consulado, haciendo marchar hacia Roma amenazadoramente a sus legiones, y mandando diputados a exigir para él esta dignidad a nombre del ejército. Transcurrieron nueve años de su primero a su segundo consulado y sólo uno hasta el tercero. Siguió después hasta el undécimo sin interrupción, y posteriormente hasta el decimotercio, con objeto de recibir en el Foro, como primer magistrado de la República, a sus nietos Cayo y Lucio, que iban a entrar en la vida pública.
Durante diez años fue el jefe del triunvirato establecido para organizar la República; se hizo odioso durante un triunvirato bajo un ejército de centuriones y soldados. Augusto fue investido a perpetuidad con el poder tribunicio y con la vigilancia perpetua de las costumbres, de las leyes, y en virtud de este derecho estableció tres veces el censo del pueblo.
Tuvo dos veces la idea de restablecer la República:
- Primero después de la derrota de Antonio, aquien le había acusado de ser el único obstáculo al restablecimiento de la libertad;
- A consecuencia de los sufrimientos de una larga enfermedad, llegando a hacer ir a su casa a los magistrados y senadores y entregándoles las cuentas del Imperio, pero decidido a no entregar la República a la tiranía de algunos ambiciosos, decidió continuar en el poder.
Embelleció a Roma, construyendo gran número de monumentos públicos como:
- El Foro por el creciente número de litigantes y de los negocios lo exigían
- El templo de Marte Vengador, decretó que ahí se reuniría el Senado para deliberar acerca de las guerras y de los triunfos, que allí irían, finalmente, a depositar las insignias del triunfo los generales victoriosos.
- El de Apolo en el Palatium
- El de Júpiter Tonante en el Capitolio
Dividió a Roma en secciones y barrios, encargando la vigilancia de las secciones a los magistrados anuales (ediles, tribunos, pretores). Estableció rondas nocturnas para prevenir los incendios, y para las inundaciones del Tíber, para facilitar por todas partes el acceso a Roma, hizo que todo ciudadano que hubiese recibido los honores del triunfo, emplease en pavimentar un camino con el dinero que le pertenecía por su parte de botín.
Corrigió gran número de abusos nacidos de las costumbres, las licencias de las guerras civiles y que la paz no había podido destruir, como el hecho de que la mayoría de los ladrones de caminos llevaban públicamente armas con el pretexto de atender a su defensa, estableciendo guardias en los puntos convenientes.
Administró la justicia por sí mismo con asiduidad, no sólo aplicaba gran cuidado al juicio de las causas. Distribuyó a los jueces, además de las dos tablillas ordinarias de condenación y absolución.
Revisó todas las leyes y restableció con carácter absoluto algunas de ellas, como la suntuaria y las que existían contra el adulterio, la inmoralidad, la intriga y el celibato.
Dispuso que el Senado no celebraría más que dos reuniones mensuales, en las calendas y en los idus; y creó un Consejo, que se renovaba semestralmente por sorteo.
Prohibió la publicación de las actas del Senado, y de enviar a provincias magistrados cuyas funciones apenas acababan de terminar. Retiró a los cuestores de la ciudad la custodia del Tesoro, confiándola a los pretores y a los ciudadanos que lo habían sido.
Con el fin de hacer participar al mayor número de ciudadanos en la administración de la República, creó nuevos oficios: la vigilancia de obras públicas, de caminos, de acueductos, del lecho del Tíber, de la distribución de trigo al pueblo.
Hizo dar a todos los caballeros cuenta rigurosa de su conducta; los que se encontraron en falta, fueron castigados con distintas penas, consistiendo la más ligera en entregarles tablillas que debían leer en el acto y en voz baja.
Cuando en los comicios para la elección de tribunos no había suficiente número de candidatos senadores, los elegía entre los caballeros romanos. Estableció el censo del pueblo por barrios. Concedió sólo el derecho de ciudadanía con extraordinaria reserva y restringió la facultad de las indulto. Levantó multitud de obstáculos entre la esclavitud y la simple libertad, y prohibió que el esclavo que hubiese llevado cadenas o sufrido el tormento pudiese jamás obtener los derechos de ciudadano.
Bajó el interés del dinero y subió el precio de las tierras; aumentó el Tesoro público con la confiscación de los bienes de los condenados. Elevó el censo exigido para los senadores de ochocientos mil sestercios a un millón doscientos mil. En épocas de escasez se le vio distribuir raciones de trigo, frecuentemente a precio muy bajo, y duplicar al mismo tiempo la distribución de dinero, buscaba exclusivamente el bienestar del pueblo.
Durante la escases de alimentos, se vio obligado a echar de Roma a todos los esclavos, a los gladiadores, los extranjeros, exceptuando los médicos y los profesores. Cuando al fin tornó la abundancia, concibió abolir para siempre las distribuciones de trigo y desde entonces moderó el exceso, conciliando el interés del pueblo con el de los cultivadores y negociantes.
En los espectáculos, separó al pueblo del soldado, y señaló asientos especiales para los plebeyos casados; señaló ciertas gradas, en las que tenían junto a sí a sus maestros, y prohibió la entrada a los que iban mal vestidos. Las mujeres tenían asientos separados en las gradas más altas y sólo asistían a los combates de gladiadores.
Después de arreglar en Roma las cosas de este modo pobló a Italia con veintiocho colonias nuevas y contribuyó de muchas maneras a su esplendor por medio de trabajos y rentas públicas. Se encargó personalmente de la administración de las provincias más importantes.
En cuanto a los reinos que por derecho de guerra pasaron a su poder, los restituyó casi todos a los mismos a quienes se los había arrebatado. Se unió entre ellos, por lazos de sangre, mostrándose infatigable negociador y protector asiduo de todas las uniones de familia o de amistad.
Respecto al ejército, distribuyó las legiones romanas y las tropas auxiliares por provincias; organizó una flota en Misena y otra en Ravena con la misión de vigilar los dos mares. Mantuvo en Roma cierto número de tropas escogidas para la seguridad de la ciudad. Estableció una regla invariable para la paga y recompensas para los soldados, dondequiera que estuviesen, y determinó para cada grado el tiempo de servicio y los premios unidos a la licencia definitiva. Dispuso también en los caminos militares, y a cortas distancias, jóvenes correos para que se le informase con rapidez de lo que aconteciese en provincias.
Los días de sesión en el Senado no saludaba a los senadores sino en su sala, nombrando a cada uno y al marcharse se despedía de ellos de la misma manera. Mantenía con muchos ciudadanos asiduo comercio de favores.
Cuando asistía a los comicios para la elección de magistrados, recorría las tribus con sus candidatos, pidiendo para ellos los sufragios en la forma habitual, y él mismo votaba después en su puesto como un simple ciudadano. Quiso que sus amigos gozaran de poder en el Estado, pero que viviesen sometidos a las mismas leyes que los demás y justiciables por los mismos tribunales.
La mayoría de las provincias, además de templos y altares, fundaron en honor suyo juegos quinquenales en casi todas las ciudades. Los reyes amigos y aliados de Roma fundaron, cada cual en su reino, ciudades llamadas Cesáreas, y decidieron unidos hacer terminar a expensas comunes el templo de Júpiter Olímpico para dedicarlo al genio de Augusto.
Como señor y como jefe supo combinar adecuadamente la severidad con la dulzura y la clemencia, honró con su confianza a muchos libertos suyos, hizo arrojar a un río con una piedra al cuello al preceptor y a los esclavos de su hijo Cayo, que, aprovechando su enfermedad y muerte, cometieron en su gobierno actos de avaricia y tiranía.
Cometió muchos adulterios excusados, bajo la visión de ser por política y con objeto de enterarse, de los secretos de sus adversarios.
Padeció, durante su vida, varias enfermedades graves y peligrosas; tuvo infartos en el hígado, se le inflamaba el diafragma a principios de primavera y padecía fluxiones cuando soplaba viento del Mediodía.
Tuvo por maestro a Apolodoro de Pérgamo. Logró después variada erudición con el trato frecuente del filósofo Arens y de sus hijos Dionisio y Nicanor. No llegó nunca, a hablar correctamente el griego ni se atrevió a escribir nada en esta lengua. Cuando las circunstancias lo exigían escribía latín.
Era supersticioso, temía de modo insensato a los truenos y relámpagos cuyos peligros creía conjurar llevando siempre consigo una piel de vaca marina. Al aproximarse la tempestad se escondía en paraje subterráneo y abovedado. Le preocupaban en gran manera sus sueños y lo que se refería a él en los ajenos.
Respetaba las ceremonias extranjeras antiguas y consagradas por el tiempo y las leyes. Se había hecho iniciar en los misterios de Atenas; en Egipto no se digno a desviarse del camino para ver al buey Apis; y elogió mucho a su nieto Cayo porque al cruzar la Judea no practicó en Jerusalén ningún acto religioso.
Los presagios y presentimientos estuvieron muy marcados en su vida, como las victorias en todas las guerras. O el presagio de su muerte cuando cerraba el lustro en el campo de Marte, ante una innumerable multitud, un águila voló repetidamente en derredor suyo; dirigióse después al frontispicio de un templo inmediato, donde estaba grabado el nombre de Agrisas y se posó sobre la primera letra. En virtud de este presagio, Augusto encargó a Tiberio, que hiciese los votos acostumbrados para el lustro siguiente, aunque él mismo los había preparado ya y escrito en sus tablillas. Por la misma época, un rayo borró la primera letra de su nombre de la inscripción de una de sus estatuas. Había dado a Tiberio un mando en Iliria, y deseaba acompañarle hasta Benevento, pero retrasado constantemente por las causas que llevaban ante su tribunal, exclamó: que nada podría detenerle ya más en Roma. Se puso en camino, llegó hasta Astura, comenzando su postrera enfermedad por una diarrea.
El día de su muerte preguntó repetidas veces si su estado producía algún alboroto en el exterior; y pidió un espejo, y se hizo arreglar el cabello para disimular el enflaquecimiento de su rostro. Cuando entraron sus amigos, les dijo: ¿Os parece que he representado bien esta farsa de la vida? Y añadió en griego la sentencia con que terminan las comedias: “Si os ha gustado, batid palmas y aplaudid al autor.” Mandó después retirarse a todos; inquirió todavía acerca de la enfermedad de la hija de Druso a algunos que llegaban de Roma, y expiró de súbito entre los brazos de Livia, diciéndole: Livia, vive v recuerda nuestra misión; adiós. Cuarenta soldados pretorianos llevaron su cuerpo al paraje donde se le expuso.
TIBERIO NERÓN
De familia plebeya, había prosperado mucho; salinator, siendo censor, acusó de infamia a todas las tribus romanas. Durso recibió este nombre por haber dado muerte luchando frente a frente a un general enemigo llamado Drausus, se dice también que trajo de la Galia el oro que en otro tiempo se diera a los senones cuando sitiaban el capitolio, dejó un hijo que concluyó por caer en las asechanzas y bajos golpes del partido opuesto.
Su padre fue cuestor de C. Cesar durante la guerra de Alejandría, nombrado pontífice en lugar de S. Scipion y encargado de establecer en la Galia gran número de colonias, entre otras Narbona y Arlés. Estaba por terminar el año de su pretura, cuando estalló la discordia entre los triunviros, siguió a Perusa al cónsul L. Antonio, hermano del triunviro, y fue el único que le permaneció fiel tras la defección de todo su partido. Murió poco tiempo después, dejando dos hijos, Tiberio y Durso, denominados Nerones.
Se ha creído, por conjeturas poco sólidas, que Tiberio nació en Fondí, pero la mayoría de los autores y los más dignos de crédito afirman que nació en Roma el 16 de Diciembre, planeo, después de la batalla de Filipos, sin embargo, no faltan escritores que le suponen nacido al año anterior, otros ene l año siguiente.
Desde la niño estuvo expuesto a fatigas y peligros; cuando iban a embarcarse secretamente para huir de Nápoles estuvo a punto de denunciarlos con sus gritos, posteriormente fue entregado a la fe de los lacedemonios, se vio en peligro de morir una noche en efecto de un voraz incendio en un bosque que atravesaban. Tras su regreso, el senador M. Galio lo adoptó por testamento. Pero se abstuvo de llevar su nombre, porque Galio había pertenecido al partido contrario a Augusto.
Después de vestir la toga viril, el tiempo que medió después hasta su reinado, dio dos veces espectáculos de gladiadores, uno en memoria de su padre, otro en honor de su abuelo Druso. Desposo primero con Agripina, nieta del caballero romano Cecilio Atico, esta le dio un hijo llamado Druso, y él le profesaba hondo cariño, pero, a pesar de ello, se vio obligado a repudiarla durante su segundo embarazo, para casarse inmediatamente con Julia, hija de Augusto. Tiberio perdió en Germania a su hermano Druso, y trajo su cuerpo a Roma, precediéndole a pie durante todo el camino.
Defendió ante el tribunal de Augusto al rey Arqueleo, a los tralianos y tesalos, intercedió también en el Senado a favor de los habitantes de Laodicea. Acusó de lesa majestad e hizo condenar por los jueces a Fanio Cepión que, con Varrón Murena, había conspirado contra Augusto. En aquel tiempo estaba encargado de dos misiones: El abastecimiento de Roma, y la inspección de todos los obradores de esclavos que contenía Italia.
Su primera campaña la hizo en la expedición de los cántabros como tribuno de los soldados; fue enviado después a Oriente con un ejército, devolviendo a Tigranes el reino de Armenia. Recibió las águilas romanas, gobernó después cerca de un año la Galia Cabelluda, hizo poco después la guerra de Recia y de Vindelicia, y más adelante a de Germania. Sometió a los pueblos alpasos, a los bruecos y dálmatas en la Germania recibió por convenio cuarenta mil enemigos, que trasladó a la Galicia, dándoles tierras en las orillas del Rin. Mereció la ovación y entro en Roma en un carro con los adornos triunfales, honor que nunca se había concedido a nadie, ejerció casi sin interrupción las cuesturas, la pretura y el consulado.
Entre tantas prosperidades, decidió retirarse, hay quienes opinan que viendo crecer a los hijos de Augusto, había querido aparentar que los abandonaba voluntariamente, pidió permiso para ausentarse. Augusto llegó incluso a quejarse en pleno Senado de quedar abandonado y como se obstinasen en impedirle la marcha, permaneció cuatro días sin comer, sin contestar palabra a las preguntas de los que le acompañaron.
Iba desde Ostia costeando la Campiña, para embarcarse a la isla de Rodas, ocupó allí una casa muy modesta, manteniendo con los griegos casi en un plano de igualdad. Cierta mañana quería ver a todos los enfermos de la ciudad, hicieron llevar aquel mismo día todos los enfermos a una galería pública, impresionado por aquel inesperado espectáculo se acercó al lecho de cada uno de ellos, y pidió perdón por aquel error hasta a los más pobres y desconocidos. Asistía a las escuelas y lecciones de los profesores. Se enteró que su esposa Julia acababa de ser condenada por sus desórdenes y adulterios. Confesó entonces no haber tenido otro motivo al alejarse que el de evitar toda sospecha de rivalidad con Cayo y Lucio; solicitando permiso para volver a ver las personas queridas que había dejado en Roma, y lejos de obtenerlo, recibió el inesperado aviso de no ocuparse de manera alguna de una familia a la que con tanto apresuramiento había dejado.
Permaneció, en Rodas y consiguió, por medio de su madre, que Augusto le concediese el titulo de legado suyo en aquella isla. A partir de entonces, llevó la vida de un hombre sospechoso y constantemente amenazado. se ocultaba en el interior de la isla para evitar las frecuentes visitas y asiduos homenajes de todos aquellos que atravesaban el mar para tomar posesión de un mando militar.
Llegó incluso a renunciar a sus ordinarios ejercicios de equitación y armas; abandonó el traje de romano y adoptó el calzado y manta griegos. Vivió cerca de dos años en este estado, haciéndose cada día más odioso y objeto de desprecio, los habitantes de Nimes destruyeron sus imágenes y estatuas, en una comida familiar, un comensal propuso a Cayo marchar al instante y traer la cabeza de desterrado. No fue sólo temor, sino peligro verdadero lo que lo obligó a unir sus súplicas a las instancias de su madre para conseguir su regreso. Llamaron, pues, a Tiberio con el consentimiento de Cayo, pero a condición de que no tomaría participación alguna en el gobierno.
Tras ocho años de ausencia, volvió, a Roma. Estaba, Livia en cinta de él, y quería saber por diferentes presagios si daría a luz un varón, el matemático Scribonio había pronosticado a aquel niño un brillante destino, diciendo que llegaría a reinar algún día, pero sin las insignias reales, pues ni siquiera se conocía aún la especie de poder ejercido por los cesares. La víspera del día en que recibió el permiso de volver, cuando se mudaba de ropa, viese arder su túnica. En aquel momento principalmente pudo convencerse de la ciencia del matemático, Trasilo que le anunció que una nave a la vista entonces de la isla, le era portadora de buenas noticias.
De regreso a Roma y una vez que hubo abierto a su hijo Druso la entrada del foro, dejó el barrio de carinis y la casa Pompeya para trasladarse a las esquilias, dedicándose a los deberes de la vida privada, y absteniéndose de toda función pública. Cayo y Lucio habían muerto tres años antes y Augusto de adoptó al mismo tiempo de a su hermano M. Agripa; no hizo ninguna donación, ninguna manumisión ni recibió ya legados ni herencias sino a títulos de peculio. Renegado por Aufusto hizo caer en el solo la seguridad de sucederlo en el mando
Recibió nuevamente por cinco años el poder tribunicio y recibió el encargo de pacificar la Germania, emprendió con quince legiones e igual número de tropas auxiliares aquella guerra. Gran recompensa obtuvo por su perseverancia, puesto que sometió y añadió al imperio toda la Iliria, es decir, todo el país situado entre Italia, el reino de Norica, Latracia y la Macedonia, desde el Danubio hasta el golfo adriatico.
La oportunidad de este triunfo, subió al colmo su gloria, porque por el mismo tiempo pereció en Germania, con tres legiones, Quintilio Varo, y no dudose que los germanos triunfadores se hubiesen unido a los de Panonia de no haber sido sometida la Iliria antes de este desatre. Se decreto el triunfo para Tiberio, quien aplazó voluntariamente su triunfo a causa del dolor que había producido en Roma la derrota de Varo.
Al año siguiente regresó a la Germania, y habiéndose convencido de que la derrota de Varo no había tenido otra causa que la negligencia y temeridad de este general, no hizo nada sin someterlo a la opinión de un consejo; así tuvo por primera vez que comunicar sus planes de campaña a sus subordinados. Redobló también la atención y vigilancia; dispuesto a pasar el Rin, una vez cruzado, comer sobre la hierba, acostándose sin utilizar tienda. Daba por escrito todas las órdenes y hasta instrucciones que en circunstancias repentinas podían a ser necesarias; cuidaba siempre de añadir que hasta en las mayores dificultades se dirigiesen a él solo para resolverlas, a cualquier hora que fuese del día o de la noche.
Mantuvo con rigor la disciplina y estableció muchas penas severas, como general, concedía muy poco a la fortuna y casualidad. Quedó victorioso, aunque falto poco para que un bructero le diese muerte.
Antes de subir al capitolio bajo de su carro y abrazó las rodillas de su padre, que presidió la solemnidad. Estableció en Ravena y colmó de magníficos regalos a un jefe Panonio, llamado Batón, quien un día, hallándose el encerrado con sus legiones en un desfiladero, le dejo escapar. Hizo servir al pueblo una comida en mil mesas y repartir a cada uno de los invitados 100 serstecios.
Tiberio no dio a conocer la muerte de Augusto hasta después de haberse asegurado de las del joven Agripa, un tribuno militar destinado a la guardia de este príncipe, mas por lo pronto quiso librarse de la indignación pública y no se hablo mas del asunto. En virtud del derecho que le confería el poder tribunicio convoco el senado; empezó un discurso, pero se detuvo de pronto, entregó su manuscrito a su hijo Druso, para que terminase la lectura. Un liberto leyó el testamento, que nombraba a Tiberio Cesar como heredero.
Aunque Tiberio no vacilase un momento en apoderarse del mando y de ejercerlo; mantenía en suspenso, por medio de respuesta ambiguas y artificiosa vacilación, debido a que tenia miedo de los muchos peligros que le amenazaban y que un esclavo de Agripa llamado Clemente había reunido en efecto, fuerzas considerables para vengar a su amo L. Escribonio Libon, ciudadano de noble origen, tramaba una revuelta. Los soldados de la Germania se negaban a reconocer aun príncipe que no habían elegido, y alentaban a su jefe germanico a que se apoderase del mando. Tiberio sentía gran temor a todo lo que procedía de este lado, pidió a los senadores que le concedieran en el gobierno la parte que quisiesen, afirmando que no era posible soportar uno solo todo el peso ni prescindir del concurso de uno o más colegas; se apaciguaron las sediciones, y Clemente, cogido por traición, cayó en su poder. En cuanto a Libón, no queriendo Tiberio principiar su reinado con rigores, espero más de un año para acusarle ante el senado.
Libre de desconfianzas, al principio se condujo con gran moderación y sencillez, de las distinciones que le ofrecieron, acepto muy pocas y las menos brillantes. Se opuso a que le consagrasen templos, sacerdotes, flamines, e incluso a que se le erigiesen estatuas sin su consentimiento expreso; prohibió jurar obediencia sus actos; rehusó el titulo de emperador y el dictado de padre de la patria, ni siquiera uso el nombre de Augusto, ejerció el poder consular tres veces: la primera, durante pocos días; la segunda por tres meses; y la tercera, aunque ausente, hasta los idus de mayo.
Mostro repugnancia por la adulación. Frecuentemente decía que en una ciudad libre, la lengua y el pensamiento debían ser libres; “si alguno habla mal de mí, procuraré contestarle con mis acciones, y si continua odiándome, le odiare a mi vez”.
Restableció una apariencia de libertad, devolviendo al senado y las magistraturas los privilegios y majestad que formaban en otro tiempo su grandeza. Daba cuenta al senado de todo asunto importante o pequeño, público o particular.
Reprendió a los consulares que estaban al frente de los ejércitos, porque no daban cuenta de su conducta a los senadores. Acompañó hasta la Pira los funerales de muchos ciudadanos ilustres. Algunos gobernadores de provincias le aconsejaron que aumentase los tributos, y les consto que el buen pastor trasquilaba sus ovejas, pero no las desollaba.
Sus actos de gobierno satisfacían a todos y con loables inclinaciones a la utilidad pública, reformo los usos antiguos y modernos que eran causa de corrupción en las costumbres públicas. Restringió los gastos de juegos y espectáculos, reduciendo el salario de los actores y determinando el número de gladiadores. Juzgó conveniente poner límites al lujo en los muebles, solicitó que el senado fijase anualmente el precio de los artículos alimenticios.
Prohibió las ceremonias extranjeras, como los ritos egipcios y judaicos, repartió la juventud hebrea, bajo el pretexto del servicio militar, desterró también a los astrólogos, pero les permitió regresar, bajo la promesa que le hicieron de no ejercer más su arte.
Cuidó de manera especial que no se turbase la paz con asesinatos, latrocinios y sediciones. Reprimió con rigor los tumultos populares, y atendió sobre todo a prevenirlos. Abolió el derecho de asilo en todos los lugares donde lo había mantenido la tradición. Durante los dos primeros años de su ascensión al poder no salió de Roma, y en lo sucesivo visitó sólo ciudades vecinas.
Cuando perdió a sus dos hijos, Germánico y Durso, muertos el uno en Siria y el otro en Roma, se retiro a la Campania, de regreso a su isla abandono el cuidado del gobierno y desde aquella época no completó ya las decurias de los caballeros, no llevo a cabo ningún cambio en los tribunos militares, ni en los mandos de la caballería, ni en los gobernadores de las provincias.
Se entrego finalmente a todos los vicios que había disimulado. En su quinta de Capro tenía una habitación destinado a sus desordenes más secretos. Un grupo elegido de muchachas, de jóvenes y de disolutos, inventores de placeres monstruosos, y a los que llamaba sus maestros de voluptuosidad, se prostituían en su presencia para despertar sus estragados deseos.
Como emperador realizó sólo dos actos de altruismo:
- Uno cuando presto al pueblo por tres años y sin interés cien millones de sestercios,
- Después del incendio en algunas casas situadas sobre el monte Cello, en que abonó su valor a los propietarios. Duplicó la cantidad que Augusto legó por testamento a los soldados, rara vez concedió licencias a los veteranos.
La avaricia le arrastro con los años a la rapiña.
Su aversión a sus parientes se manifestó en primer lugar contra su hermano Druso.
Nunca sintió amor de padre ni por su propio hijo Druso, odiaba de él su carácter blando y la molicie de su vida. Celoso de Germanico, procuraba rebajar como inútiles sus actos más hermosos, y lamentar como funestas para el imperio sus victorias más gloriosas.
A su nuera Agripina le dijo: si no oprimes, hija mía, te crees oprimida..
Tenía de Germánico tres nietos, Nerón, Druso y Cayo, exponiendo a los jóvenes a las acusaciones de todos los delatores, pues ya no hubo lazo que no les tendiesen para empujarlos al ultraje y por el ultraje a la muerte; los hizo declarar enemigos públicos y morir de hambre, a Nerón en la isla Pontia, y a Druso en los subterráneos del palacio, en cuanto a Druso, tan rigurosamente se le privó del alimento, que intentó incluso devorar la lana de su colchón.
Habíase asociado Tiberio, además de sus viejos amigos y familiares, a veinte de los principales ciudadanos de Roma a título de consejeros para los asuntos de estado, los hizo perecer con diferentes pretextos.
Desde su infancia reveló un carácter feroz y disimulado. Dícese que el primero que lo adivinó fue su maestro de retórica Teodoro Gadarea, definiéndolo exactamente al decir de él, que había barro diluido en su sangre. Pero este carácter fue el que principalmente se manifestó en el emperador y hasta en el principio de su reinado, cuando procuraba aún ganarse el favor del pueblo con apariencias de moderación.
Ya roto todo freno, agotó todos los géneros de crueldad. Nunca le faltaron victimas; persiguió uno tras otro a los amigos de su madre, de sus nietos, de su nuera, de Secano y hasta de sus simples conocidos. No paso un solo día en el que no quedase señalado con ejecuciones. Envolvía en la misma condena a la esposa y a los hijos de los acusados, y a sus parientes les estaba prohibido llorarlos, toda acusación acarreaba fatalmente la muerte.
CAYO CALIGULA
El sobrenombre de Calígula era mote militar y le fue aplicado a causa de un calzado de soldado que había usado en su infancia en los campamentos. A los veintiún años lo llamó Tiberio a Capri, le hizo vestir la toga y cortar la barba, sin otorgarle, ninguna de las distinciones con que señaló la entrada de sus hermanos en la vida pública.
No ocultaba sus bajas y crueles inclinaciones, constituyendo uno de sus placeres más gratos presenciar las torturas y el último suplicio de los condenados. Por la noche acudía a los lugares de perdición y a los adulterios, envuelto en amplio manto y oculto la cabeza bajo una peluca. Tiberio no contrariaba tales gustos, pues creía que con ellos podía dulcificarse su condición feroz.
Muerto Tiberio, por unánime sentir del Senado y del pueblo, que había invadido la Asamblea, se le reconoció como único árbitro y dueño del Estado, con desprecio del testamento de Tiberio, que le daba por coheredero a su otro nieto, todavía niño. Fue tal el alborozo público, que en menos de tres meses se degollaron, más de ciento setenta mil víctimas.
En su insaciable anhelo de popularidad, rehabilitó a los condenados y desterrados y suspendió todas las persecuciones anteriores a su advenimiento.
En un primer momento desterró de Roma a los inventores de orgías. Hizo buscar las obras de Tito Labiano, de Corto Cremucio y de Casio Severo, y permitió que fueran copiadas y leídas, diciendo que estaba personalmente interesado en que se escribiese con fidelidad la historia.
Publicó las cuentas del Imperio, costumbre que introdujo Augusto y que desdeñó Tiberio. Dio a los magistrados jurisdicción libre, independiente de toda apelación a su persona.
Con el fin de aliviar a los jueces de sus trabajos, añadió la quinta decuria a las cuatro existentes; intentó también restablecer el uso de los comicios y devolver al pueblo el derecho de sufragio. Pagó fielmente y sin retrasos los legados que hizo Tiberio en su testamento, a pesar de haberlo anulado.
Entregó a los pueblos de Italia dos por ciento de las rentas. Indemnizó muchos daños causados por incendios; y cuando restituyó los reinos a sus poseedores, añadió el producto íntegro de las rentas e impuestos cobrados durante el tiempo de la ocupación, así como devolvió también a Antíoco Comageno una confiscación de diez millones de sestercios.
Dio con frecuencia combates de gladiadores, unos en el anfiteatro Tauro, otros en el campo de Marte, y presentó en ellos grupos de luchadores de Africa y de Campania elegidos entre los más famosos. Cuando no presidia personalmente tales espectáculos, encargaba hacerlo a los magistrados o a sus amigos. Dio también juegos escénicos, numerosos y variados, algunas veces durante la noche y a la luz de una inmensa cantidad de antorchas. Distribuía entre los espectadores regalos de todas clases y hasta cestos llenos de pan y carne.
Ideó además un género de espectáculos superior a cuanto se había visto hasta entonces. Hizo construir en el mar, entre Baias y Puzzola, en un espacio de cerca de tres mil seiscientos pasos, un puente formado por doble fila de navíos de transporte traídos de todos los mares, sujetos con anclas y cubiertos en parte con pavimentos cuya forma recordaba la vía Apia.
Se había hecho llamar Piadoso hijo de los campamentos, padre de los ejércitos, César óptimo y máximo. Varios reyes, que habían ido a Roma a saludarle, disputaban entre sí a su mesa acerca de la nobleza de su origen; oyólos él y exclamó en griego: no hay más que un dueño, no hay que más que un rey; y poco faltó para que en el acto tomase la diadema, y en vez de las insignias de su autoridad, todos los signos de la realeza. Pero le dijeron que era superior a todos los príncipes y reyes de la tierra, y a partir de entonces empezó a atribuirse la majestad divina. Hizo traer de Grecia las estatuas de dioses más famosas por la excelencia del trabajo y el respeto de los pueblos, entre ellas la de Júpiter Olímpico, y a la cual quitó la cabeza y la substituyo con la suya. Hizo prolongar hasta el Foro un ala de su palacio y transformar el templo de Cástor y Pólux en un vestíbulo, en el que se sentaba a menudo entre los dos hermanos, ofreciéndose a las adoraciones de la multitud.
Mandó a un tribuno militar para que diese muerte a su primo Tiberio y obligó a su suegro Sileno a degollarse.
Trató a todos los órdenes con igual desprecio y crueldad. Molestándole el ruido de la multitud, que iba a medianoche a ocupar los puestos gratuitos del Circo, la hizo arrojar a latigazos. Los días de espectáculo se complacía en sembrar la discordia entre plebeyos y caballeros, haciendo empezar las distribuciones antes de la hora acostumbrada, de modo que éstos encontrasen sus puestos ocupados por las gentes de más baja estofa. En vez de los combates ordinarios, oponía a veces a fieras extenuadas lo más abyecto y viejo que había entre los combatientes, gladiadores Más de una vez llegó incluso a cerrar los graneros públicos y a amenazar al pueblo con el hambre.
Alimentaba a las fieras destinadas a los espectáculos, con la carne de los criminales. Mandó soldados a las islas en que estaban detenidos los desterrados, para que los matasen a todos.
Queriendo que el pueblo despedazase a un senador, apostó hombres que le llamasen enemigo público en el momento en que entrase en el Senado, los cuales debían herirle al mismo tiempo con los estilos y entregarlo al populacho para que le hiciese pedazos; no quedó complacido hasta que vio sus miembros y sus entrañas arrastradas por las calles y depositadas a sus pies.
Su ferocidad se manifestaba incluso en medio de sus placeres, juegos y festines. Muchas veces daban tormento en presencia suya mientras comía o se entregaba a orgías con sus amigos.
Había llamado a Roma al rey Ptolomeo, y lo recibió con mucho agasajo; pero un día en que daba juegos le hizo matar de improviso, por el solo delito de haber llamado la atención general al entrar en el teatro, por el brillante color de púrpura de su manto. No había condición tan baja ni fortuna tan modesta que pudiese ponerse a cubierto de su envidioso odio.
En menos de un año disipó los inmensos tesoros de Tiberio César, que ascendían a dos mil setecientos millones de sestercios.
Cuando hubo agotado los tesoros y se vio reducido a la pobreza, recurrió a la rapiña, mostrándose fecundo y sutil en los medios que empleó: como el fraude, las ventas públicas y los impuestos.
Vendía en la Galia las alhajas, muebles, esclavos y hasta los libertos de los aliados sobre los que había recaído sentencia condenatoria, obteniendo con ello cantidades inmensas. Seducido por el cebo de la ganancia, mandó llevar de Roma todo el mobiliario de la antigua corte y requisó para el transporte de aquellos objetos todos los carruajes de alquiler y todos los caballos de los molineros, de manera que con frecuencia faltó el pan en Roma.
Hizo satisfacer impuestos nuevos, desconocidos hasta entonces; los cobraban primero los recaudadores públicos; luego, siendo inmensa la ganancia, hacíanlo los centuriones de las tribus de la guardia pretoriana; no hubo persona ni cosa a que no se impusiesen gravamen.
Su rostro era naturalmente horrible y repugnante, pero él procuraba hacerle aun más espantoso, estudiando delante de un espejo los gestos con que podría provocar más terror.
Quería tanto a un caballo que tenía llamado Incitatus, que la víspera de las carreras del circo mandaba soldados a imponer silencio en la vecindad, para que nadie turbase el descanso de aquel animal. Hizo construirle una caballeriza de mármol, un pesebre de marfil, mantas de púrpura y collares de perlas; le dio casa completa, con esclavos, muebles, y todo lo necesario, para que aquellos a quienes en su nombre invitaba a comer con él, recibiesen magnífico trato, y hasta se dice que le destinaba el consulado.
Estas extravagancias y horrores llevaron a algunos ciudadanos a concebir el proyecto de quitarle la vida; se descubrieron dos conjuraciones, y mientras otros conspiradores vacilaban por falta de oportunidad, dos romanos se comunicaron su designio, y puestos de acuerdo, lo llevaron a ejecución.
Se acordó atacarle al mediodía, a la salida del espectáculo de los juegos palatinos. Casio Querea, tribuno de una cohorte pretoriana, quiso ser el que descargarse el primer golpe, pues Calígula insultaba sin cesar su vejez y nunca le dirigía más que palabras ultrajantes, tratándole de cobarde y afeminado.
Vivió Calígula veintinueve años y reinó tres años, diez meses y ocho días. Su cadáver fue llevado en secreto a los jardines Lamianos, lo chamuscaron en una pira improvisada, y lo enterraron luego cubriéndole con un poco de césped. Más adelante sus hermanas, vueltas del destierro, lo hicieron exhumar, lo quemaron y dieron sepultura a sus cenizas. Su esposa Cesonia.
Se ha observado que todos los césares que habían llevado el nombre de Cayo, empezando por el que fue asesinado en tiempo de Cinna, perecieron por medio del hierro.
TIBERIO CLAUDIO DRUSO
Tiberio Claudio Druso nació en Lyon en el mes de agosto. Desde su infancia presento problemas de salud. Por tal motivo su enfermedad fue motivo de escarno familiar y consideraron no presentarlo en actos públicos por temor al ridículo.
Llego a ser cónsul a los 47 años, a pesar de eso no dejo de ser juguete de la corte.
A los cincuenta años ante uno de los más raros caprichos de la fortuna, se vio elevado al mando supremo, cuando los asesinos de Caligula saqueaban lo encontraron detrás de un tapiz. Le retienen y al día siguiente el senado con las presiones decidió nombrar a Tiberio Claudio Druso emperador, además recibió el juramento del ejército. Prometió a cada soldado 15 mil sestercios, siendo el primero de los Césares que compro a precio de oro la fidelidad de las legiones; fue impuesto por la armas, en el mando trato de cambiar la faz del Estado, como primera medida otorgo admitía general y completa a los implicados en la muerte de Cayo.
Sobrio en la lección de sus honores. Y en el ejercicio del poder se abstuvo de usar el titulo de emperador y rehusó todas las distinciones que salieran de lo corriente.
Los recursos enfocados al ejército, se presentaron para realizar una campaña militar a Britania.
En sus informes y sentencias mostraba un carácter variable, de circunspecto a sagaz, inconsiderado y extravagante. Practico también la censura, exigió a todo ciudadano dar cuenta de su conducta por sí mismo, según sus medios y sin abogado.
Garantizo el abasto de la ciudad, inicio varios grandes trabajos para el nuevo acueducto de Roma, un puerto cercano a Ostia y el drenaje del lago Fusine.
Dispuso el ascenso militar de las legiones, creo una especie de servicio ficticio retribuido por los ausentes que solo tenían títulos sin cargos, dándoles el nombre de supernumerarios, prohibió a los extranjeros usar nombres de familias romanas.
Tuvo dos esposas repudio a la primera porque sus padres habían caído en la desgracia y la otra falleció de enfermedad, contrajo matrimonio con Valeria Mesalina, de quien tuvo tres hijos, Octavia, Germánico y Británico.
Gobernado como he dicho ya, por sus libertos y esposas antes vivió como esclavo que como emperador. Dignidades, mandos, impunidad, suplicios, todo lo prodigo según el interés de estos afectos y caprichos.
Cruel en la administración de justicia contra sus enemigos, rodeado de pocos colaboradores de confianza.
Asombraba sobre todo por sus irreflexiones, distracciones u olvidos y equivocaciones. Poco después de la ejecución de Mesalina, pregunto al sentarse a la mesa porque no venia la emperatriz.
Conviene todos que murió envenenado pero no se sabe con certeza donde y por quien, el objeto con el cual se le enveneno fue una zeta, mantuvieron en secreto su muerte hasta que todo estuvo dispuesto para asegura el imperio a su sucesor. Murió el tres de los idus de Octubre a los 54 años.
NERÓN CLAUDIO
Nerón Claudio César Augusto Germánico, fue emperador del Imperio romano entre el 13 de octubre de 54 y el 9 de junio de 68, último emperador de la dinastía Julio-Claudia. Nacido del matrimonio entre Cneo Domicio Ahenobarbo y Agripinila, accedió al trono tras la muerte de su tío Claudio, quien anteriormente lo había adoptado y nombrado como sucesor en detrimento de su propio hijo, Británico.
Durante su reinado centró la mayor parte de su atención en la diplomacia y el comercio, e intentó aumentar el capital cultural del Imperio mediante la construcción de diversos teatros y la promoción de competiciones y pruebas atléticas. Diplomática y militarmente su reinado está caracterizado por el éxito contra el Imperio Parto, la represión de la revuelta de los británicos y una mejora de las relaciones con Grecia. En el año 68 tuvo lugar un golpe de estado en el que estuvieron involucrados varios gobernadores, tras el cual, aparentemente, le forzaron a suicidarse.
El reinado de Nerón se asocia comúnmente a la tiranía y la extravagancia. Se le recuerda por una serie de ejecuciones sistemáticas, incluyendo la de su propia madre, por asesinato y la de su hermanastro Británico, y sobre todo por la creencia generalizada de que mientras Roma ardía él estaba componiendo con su lira además de como un implacable perseguidor de los cristianos.
La verosimilitud de los documentos que relatan los tiránicos actos de Nerón es motivo de controversia en la actualidad. Separar la realidad de la ficción, en relación a los escritos clásicos, puede resultar imposible.
Según Suetonio, el padre de Nerón era un asesino y el emperador Tiberio le acusó de traición, adulterio e incesto. Sólo la muerte del propio Tiberio hizo que se librase de los cargos que se le imputaron. Cneo murió de un edema en el año 39, cuando Nerón contaba con tres años de edad.
Su madre, Agripinila (también conocida Agripina la menor), era bisnieta de César Augusto y su esposa Escribonia a través de su hija Julia Augusta y de su marido Marco Vipsanio Agripa.
Las posibilidades de que Nerón ascendiera al trono eran muy escasas, ya que su tío materno, Calígula, comenzó su reinado a la edad de 24 años, tiempo más que suficiente para tener o nombrar a sus propios herederos. Además, su madre perdió el favor de Calígula y tras la muerte de su esposo en el 39 estuvo en el exilio, Calígula administró la herencia de Nerón y se la envío a su tía Domicia Lépida.
Antes de que Calígula empezara siquiera a mover la lenta maquinaria de los preparativos para su sucesión, fue asesinado junto a su esposa Milonia Cesonia y su hija Julia Drusilla en el año 41.
Nerón se proclamó adulto a la edad de 14 años. Fue nombrado procónsul y entró por primera vez en el Senado, además de disertar ante la Cámara. Realizó sus primeras apariciones públicas junto a Claudio y apareció en las monedas emitidas durante el gobierno de su tío como su sucesor. Se casó con su hermanastra Claudia Octavia.
Cuando Claudio murió en el año 54, Nerón ascendió al trono como su inmediato sucesor.
Nerón se convirtió por tanto en emperador a los 16 años de edad, siendo por tanto muy joven aún. Según diversas fuentes antiguas, estuvo fuertemente influenciado por su madre durante la primera etapa de su reinado, por su tutor Séneca y por el Prefecto del pretorio, Sexto Afranio Burro.Los primeros años de su reinado se conocen como ejemplo de buena administración en los que los asuntos del Imperio se trataron de manera efectiva y el Senado gozó de influencia y poder en los asuntos del Estado.
Sin embargo, pronto se presentaron problemas debido a la competencia entre la influencia ejercida por su madre y la de sus asesores, Séneca y Burro. En el año 54 Agripinila trató de sentarse junto a su hijo mientras este parlamentaba con un delegado armenio, pero Séneca la detuvo en pos de evitar una escandalosa escena. El círculo de amigos de Nerón empezó a poner al emperador en contra de su madre y le advirtieron sobre su «sospechosa conducta».
Nerón mientras, insatisfecho con su matrimonio con Octavia, inició un romance con Claudia Actea, una liberta. Cuando Agripinila tuvo noticias de la infidelidad de su hijo, trató de intervenir a favor de Octavia y le exigió que despidiera a Actea. Nerón, apoyado por Séneca, se resistió a que su madre interviniera en su vida privada.
Cuando Británico, hijo del finado emperador Claudio llegó a la edad de 14 años, Nerón lo consideró como una amenaza para su poder.Según Tácito, la denigrada Agripinila esperaba que con su apoyo, Británico se convirtiera en heredero al trono por encima de Nerón. Según Nerón, Británico murió de un ataque epiléptico, pero todos los historiadores antiguos acusan a Nerón de envenenarle con el vino. Tras la muerte de Británico, Octavia y Nerón expulsaron a Agripinila de la residencia imperial.
Con el tiempo, se fue volviendo más poderoso, liberándose de sus asesores y eliminando a sus rivales al trono. En el año 55, depuso a Marco Antonio Palas, un aliado de Agripinila de su puesto en el Tesoro. Palas, junto a Afranio Burro fue acusado de conspirar para derrocarle y colocar en el trono a Fausto Cornelio Sila Felix. A su vez, Séneca fue acusado de mantener relaciones con Agripinila y de malversación de fondos. Sin embargo, todos ellos fueron absueltos. A partir de ese momento, Séneca y Burro redujeron su papel político a intentar moderar el modelo de gobierno de Nerón.
En el año 58, inició una relación amorosa con Popea Sabina, la esposa de su amigo y futuro emperador, Marco Salvio Otón. Al parecer, no podía contraer matrimonio con Popea mientras su madre siguiera viva, ya que esta se opondría, así que ordenó su asesinato en el año 59, si bien Nerón no se casaría con Popea hasta el año 62 y, según Suetonio, Nerón y Popea sólo se casaron cuando esta comenzó a presionarle. Los historiadores modernos opinan que el verdadero motivo para asesinar a su madre fue que esta había conspirado contra él intentando colocar a Cayo Rubelio Plauto en el trono.
Las tensiones entre el Senado y Nerón se iniciaron a partir del año 62. Según Tácito, la conspiración de Cayo Calpurnio Pisón empezó a fraguarse ese mismo año. Con el objetivo de consolidar su poder, Nerón ejecutó a una serie de sus rivales, incluyendo a Palas, Rubelio Plauto y Fausto Sila.
La paz no duró mucho y la guerra a gran escala se inició en el año 58. El rey parto Vologases I se negó a retirar a su hermano Tiridates de Armenia e inició una invasión en toda regla del territorio armenio pero Corbulo respondió satisfactoriamente rechazándoles ese mismo año. Tiridates se vio por tanto obligado a ceder de nuevo el control de Armenia a Roma.
Nerón fue aclamado en público cuando llegaron a Roma las noticias de esta victoria El emperador colocó a Tigranes VI, un noble capadocio, en el trono de Armeniay Corbulo, por su parte, fue nombrado gobernador de Siria como recompensa por su buena actuación en el Este.
Al comienzo de su mandato, en el año 54, prometió al Senado más autonomía, para lo cual prohibió durante su primer año en el poder que se le hiciera referencia en los decretos públicos, lo que fue bien acogido entre los senadores. Durante esta época se le conocía en Roma por derrochar a espuertas y por frecuentar prostíbulos y tabernas.
En el año 55, comenzó a desempeñar un papel más activo como administrador. Fue cónsul en cuatro ocasiones entre los años 55 y 60. Durante esta etapa los historiadores hablan bastante bien de su administración, en contraste con los posteriores relatos.
Nerón puso restricciones al importe de las fianzas y las multas]y limitó los honorarios de los abogados. Hubo un debate en el Senado sobre si los antiguos dueños de los libertos tenían derecho a revocar su libertad si estos mostraban una mala conducta frente a ellos en la que Nerón apoyó a los libertos y, cuando el Senado trató de aprobar una ley referente a su libertad, Nerón la vetó.
Sus acciones estaban encaminadas a mejorar la situación económica de los pobres. Cuando estos clamaron que estaban demasiado endeudados, Nerón trató de derogar todos los impuestos indirectos. Sin embargo, el Senado le convenció de que esta medida sería demasiado extrema y como solución intermedia al problema, Nérón estipuló que los impuestos se redujesen del 4,5% al 2,5%. Además, los registros tributarios pasaron a ser de dominio público y, con el objetivo de reducir el costo de los alimentos, estableció que los barcos mercantes quedasen exentos de pagar impuestos.
Como amante de las artes y del placer, construyó una serie de gimnasios y teatros en los que se celebraban actuaciones al estilo griego. También se celebraron muchos combates de gladiadores. Sin embargo, el teatro no era bien visto en Roma, ya que se consideraba inmoral y característico de las clases bajas y se empezó además a cuestionar la carga que supondría para el Erario la celebración de estos juegos.
En el año 63 se presentaron las primeras crisis económicos. En el año 64, un nuevo desastre asoló al Imperio cuando la propia ciudad de Roma se vio envuelta en llamas. Tras el devastador incendio, Nerón destinó todo el dinero posible a la reconstrucción de la ciudad y para ello tuvo que incrementar fuertemente los impuestos a los ricos ciudadanos de las provincias.
En comparación con sus sucesores, Roma se mantuvo relativamente pacífica bajo el reinado de Nerón. La guerra contra Partia fue la única gran guerra acaecida durante su gobierno, y a su término se le elogió por ser una victoria tanto política como militar. Sin embargo, Nerón tuvo que enfrentarse a una serie de rebeliones internas y luchas por el poder durante su reinado. Nerón fue uno de los pocos emperadores que pudo disponer el cierre de las puertas del Templo de Jano, al cual debían cerrársele las puertas en tiempos de paz. Pero como los ejércitos romanos siempre se encontraban combatiendo en alguna provincia lejana, las puertas del templo permanecían abiertas.
En el año 65, Cayo Calpurnio Pisón, un senador romano, organizó una conspiración para derrocar a Nerón con la ayuda de Subrio Flavio, un tribuno pretoriano y Sulpicio Ásper, un centurión. Según Tácito, la intención de los conspiradores era «liberar al Estado» del tiránico gobierno de Nerón y restaurar la República. A consecuencia de esto, la conspiración fracasó y sus componentes fueron ejecutados, incluyendo Marco Aneo Lucano, poeta y amigo del emperador, además de sobrino de Séneca. Séneca se suicidó tras reconocer haber hablado del complot con los conspiradores.
En el año 66 estalló una revuelta en Judea derivada de la creciente tensión religiosa entre griegos y judíos. En el año 67, Nerón envió a quien años más tarde sería el emperador Tito Flavio Vespasiano a sofocar la rebelión, cosa que hizo satisfactoriamente en el año 70, dos años después de la muerte del propio Nerón. Durante el conflicto los romanos destruyeron la ciudad de Jerusalén y destrozaron su Templo.
A finales del 67 o principios del 68, Cayo Julio Vindex, gobernador de la Gallia Lugdunensis, se rebeló contra la política fiscal de Nerón. El emperador envió a Lucio Verginio Rufo, gobernador de Germania Superior a sofocar la revuelta. Víndex, con el objetivo de recabar aliados, solicitó apoyo a Galba, gobernador de Hispania Tarraconensepero Verginio Rufo terminó derrotando a Víndex y este se suicidó. Galba por su parte había sido declarado enemigo público.
Nerón había recuperado el control militar del Imperio, cuestión que fue utilizada en su contra por sus enemigos en Roma. En junio del 68, el Senado votó que Galba fuera proclamado como emperador y declaró enemigo público a Nerón. La Guardia Pretoriana había sido sobornada y su prefecto Ninfidio Sabino, ambicionaba convertirse en emperador por lo que capturó a Nerón y le obligó a suicidarse.
M. SALVIO OTÓN
La familia de Otón, antigua y distinguida, una de las principales de la Etruria, originaria de Ferentino. Su abuelo, M. Salvio Otón, fue nombrado senador por influencia de Livia, esposa de Augusto. Su padre, L. Otón, fue tan estimado por el emperador Tiberio que parecía, que fue tenido por hijo suyo. Demostró gran severidad en las varias funciones que se le encargaron en Roma, en Africa y en muchos gobiernos extraordinarios. En la sublevación de Camilo contra Claudio, hizo decapitar a varios soldados, arrepentidos de haber tomado parte, en medio de la plaza de armas. Esta conducta aumentó su reputación, pero disminuyó su influencia, la que recupero rápidamente, al dar parte al emperador de una conspiración urdida contra su existencia.
El Senado le otorgo una distinción muy rara; le mandó erigir una estatua en la cima del monte Palatino. Claudio, le elogió pomposamente, y añadió aún: “Tal es su mérito, que ni siquiera puedo desear hijos que le superen”.
Su familia estaba compuesta por Albia Terencia su mujer, dos hijos, L. Ticiano y Marco, que llevó el mismo sobrenombre que él; tuvo también una hija, la cual casó, apenas núbil con Druso, hijo de Germánico.
Nació el 28 de abril, bajo el consulado de Camilo Arruncio y de Domicio Enobarbo; fue muy pródigo y precoz. A la muerte de su padre, intimó, para conseguir favor, con una liberta de la corte de mucho prestigio, de la cual llegó a fingir estar enamorado. Por mediación de ella se introdujo entre los familiares de Nerón, llegando a ser intimo amigo y poderoso que llego a restituir a un varón consular.
Fue confidente de Nerón, y se encargo de ofrecer una cena a Agripina y a Neron para que este le asesinara y no levantara sospechas. Recibió a en su casa Popea Sabina, quien era amante de Nerón, como si se fuera a casarse con ella, a la cual sedujo, no permitiendo la entrada a su casa a los que el emperador enviaba por ella. Por estas causas se deshizo el matrimonio, y Otón fue alejado con la apariencia de una misión a Lusitania, la cual administró durante diez años como cuestor, con moderación como desinterés.
Con la empresa de Galba encontró la ocasión para vengarse; concibió la esperanza de reinar, fundada en el estado a que habían llegado las cosas, fortalecida, por la terminante promesa del astrólogo Seleuco quien le aseguró que no tardaría en ser emperador. Cuantas veces recibía al general a cenar daba una moneda de oro a cada individuo de la cohorte de guardia y variaba hasta lo infinito sus medios de seducción para con los soldados.
Había creído siempre que Galba le adoptarla, pero al no serlo por la preferencia concedida a Pisón, resolvió a apelar, impulsado por el deseo de venganza y la enormidad de sus deudas, pues decía que no le quedaba otro recurso que el Imperio, y que prefería sucumbir en el combate, a caer bajo la persecución de sus acreedores. Inicio su empresa con un millón de sestercios de un esclavo del emperador, por haberle hecho conseguir un cargo de intendente. Confió su proyecto a cinco conjurados, quienes trajeron otros dos cada uno de los primeros, les dio diez mil sestercios por persona, prometiéndoles cincuenta mil si reclutaban más.
Primero consivio apoderarse del campamento de Pisón, y atacar luego a Galba. Renunció a ello por consideración a la cohorte; no quería hacerle demasiado odiosa por quien le había dejado matar a Calígula y abandonado a Nerón.
Fijado el día, dijo a sus cómplices que le aguardasen en el Foro, delante del templo de Saturno, por la mañana fue a saludar a Galba, asistió al sacrificio celebrado por el emperador y oyó las predicciones del arúspice. Llegó entonces un liberto a decirle sobre el arribo de los arquitectos, que era la señal convenida. Otón se retiró como para ver una casa, saliendo del palacio, para acudir en seguida a la cita. Montó en una litera de mujer y tomó el camino del campamento; al llegar al campamento, empezó por hacer matar a Galba y a Pisón.
El día que tomo el poder en el Senado; expuso “que no le guiaría otra regla que la voluntad general”. En su marcha al palacio, entre las felicitaciones y alabanzas, la plebe le llamo Nerón, añadió este nombre al suyo en los primeros diplomas y cartas que escribió a los gobernadores de las provincias.
En sus primeros actos de poder, repuso en sus cargos a sus intendentes y libertos, y destino cincuenta millones de sestercios a la terminación de la Casa de Oro. Soñó a Galba derribarle del trono y arrojarlo del palacio, por este motivo recurrió a expiaciones para aplacar sus manes.
Paralelamente los ejércitos de Germania prestaron juramento a Vitelio; cuando Otón se enteró, propuso al Senado mandar legados a aquellos ejércitos para notificarles que se había elegido un emperador y exhortarlos a la paz y concordia; asimismo, le propuso a Vitelio y compartir con él el Imperio, sin embargo a este no le intereso.
Ante esto, los pretorianos dieron a Otón una prueba de su fidelidad y valor. Se había mandado, llevar armas a las naves, estas se introducían estas se introducían al campamento al obscurecer, cuando algunos soldados, sospechando una traición, promovieron un violento tumulto y en el acto corrieron al palacio pidiendo la muerte de los senadores, rechazaron a los tribunos que intentaban reprimir el movimiento, y buscaron al emperador. Otón se dispuso a la guerra con ardor y precipitación increíbles, sin tener en cuenta los usos religiosos.
Con impaciencia por destruir a sus enemigos, su ejército se veía comprometido en posición desventajosa, resolvió dar inmediatamente combate, impulsado por la incertidumbre y buscar conseguir ventajas antes de la llegada de Vitelio. No estuvo presente, en ninguna acción, siendo derrotado en Betriácum. Se había, propuesto una entrevista; los ejércitos se presentaron como para presenciar las negociaciones, cuando el enemigo cargó de improviso. Al verse vencido, decidió darse muerte con la única idea, como han pensado muchos con razón, de no exponer más tiempo las legiones y el Imperio en interés de su grandeza. No tenia en efecto, motivos para desesperar de su causa ni para sospechar de la fidelidad de sus tropas; todas estaban a su lado; llegaban de Dalmacia, de la Panonia y de la Misia, y hasta las mismas que habían sido vencidas no dispuestas a tolerar todos los peligros y vengarse de la derrota.
Otón, no siendo más que un simple particular, había manifestado ya aversión a la guerra civil; mostró profundo horro, jamás se hubiese sublevado contra Galba y que lo que le inspiró fue un disgusto de la existencia, por la muerte de un soldado que, habiendo venido a anunciar la derrota del ejército y no encontrando más que incrédulos, se traspasó con su espada cayendo a los Pies de Otón.
Se preparaba para morir, cuando llegó hasta él el ruido de un tumulto y observó que detenían como desertores a los que, abandonándole se alejaban del campamento, dijo añadamos otra noche más a mi vida, y prohibió que se hiciese a nadie la menor violencia. Esa noche recibió a cuantos quisieron hablarle. Oculto debajo de la almohada un puñal, ordenó cerrar las puertas y durmió con sueño profundo. A la mañana siguiente, apenas despertado se hirió de debajo de la tetilla izquierda, no tardó en morir. En el acto, fueron celebrados sus funerales, en el día noventa y cinco de su reinado.
A. VITELIO
Existen muchas teorías acerca del origen de Vitelio; que van de la nobleza a lo fantástico, reinaron en todo el Lacio; sus sucesores pasaron del país de los sabinos a Roma, quedando aquí agregados a los patricios.
Otros autores señalan como origen de esta raza a un liberto, Casio Severo y otros muchos dicen que este liberto fue un zapatero, que después de haber ganado algún dinero en ventas y tráficos, se casó con una mujer de mala vida, de la que tuvo un hijo que llegó a ser caballero romano. Sin embargo P. Vitelio, dejó cuatro hijos, que alcanzaron las dignidades más elevadas, y que llevando el mismo apellido, se distinguieron sólo por el nombre, y fueron:
- Aulo quien murió siendo cónsul con Domicio, padre del emperador Nerón;
- Quinto, fue eliminado del Senado cuando, se excluyó a todos los que no debían pertenecer a esta orden;
- Publio, compañero de armas de Germánico, acusó e hizo condenar a Cn. Pisón, enemigo y asesino de aquel joven príncipe; después fue aprendido como cómplice de Seyano, y sometido a la custodia de su hermano, se abrió las venas con un buril; cediendo, a los ruegos de su familia, dejóse vendar y curar las heridas, y murió de enfermedad en la prisión.
- Lucio, después de su consulado, gobernó la Siria, Y a fuerza de habilidad decidió a Artabano, rey de los partos, a ir a visitarle y hasta a rendir homenaje a las águilas romanas, siendo luego dos veces cónsul ordinario y más adelante censor con el emperador Claudio, quedando como encargado del Imperio en su ausencia, durante la expedición a Bretaña.
Era un hombre desinteresado, activo, tenía, un maravilloso talento para la adulación. Murió de un ataque de parálisis. Dejó dos hijos nacidos de Sextilia, quienes fueron cónsules, habiendo sucedido por seis meses el menor al mayor.
El Senado decretó los funerales públicos, haciéndole levantar frente a los Rostros una estatua con esta inscripción: A la fidelidad inquebrantable hacia el príncipe.
Su hijo, Aulio Vitelio, nació entre el 7 y el 24 de septiembre, bajo el consulado de Druso César y de Norbano Flaco. Paso su juventud en Capri entre las prostitutas de Tiberio, y fue marcado con el afrentoso nombre de Spintria, llegándose incluso a atribuir a sus repugnantes complacencias con el príncipe el favor que gozaba su Padre.
Posteriormente continuó manchándose de infamias; se volvió el favorito de Calígula, con el que guió carros en el Circo, y de Claudio, jugando con él a los dados. Satisfizo a en sus complacencias, y especialmente al presidir los juegos Neronianos al ver el miedo del emperador, de competir con los tocadores de lira, y tras salir del teatro, le busco para expresarle el ardiente anhelo del pueblo, de oírle también.
El favor de estos tres príncipes le llevo a la cumbre de los honores y hasta a las primeras dignidades del sacerdocio. Obtuvo el proconsulado de Africa y después la intendencia de los trabajos públicos. Durante su administración en Roma, substrajo, las ofrendas y ornamentos de los templos, colocando cobre y estaño en el lugar del oro y la plata.
Contrajo nupcias con Petronia, hija de un varón consular, quien le dio un hijo, Petroniano, a quien le faltaba un ojo. Después con Galerta Fundana, cuyo padre había sido pretor; de ésta tuvo un hijo y una hija, pero el varón balbuceaba hasta el punto de ser casi tenido por mudo.
Galba le concedió el mando de la Germania Inferior. Entonces dijo Galba, que “no hay gentes menos peligrosas que las que sólo piensan en comer y que Vitelio necesitaba las riquezas de una provincia para satisfacer su insaciable glotonería”. Sus negocios estaban en malas condiciones por lo que no podía realizar el viaje, su esposa y sus hijos que quedaron en Roma, se fueron a vivir en una casucha para alquilar su casa por el resto del año e incluso tuvo que empeñar una perla de los zarcillos de su madre. Se veía perseguido por los acreedores, éstos cesaron sólo de perseguirle ante el temor de verse acusados de calumniadores, pues lo había hecho ya con un liberto que reclamaba una deuda con obstinada tenacidad.
Cuando entró en el campamento no negó nada a nadie y perdonó el deshonor a los soldados degradados; a los acusados y a los condenados el castigo. Por este motivo, transcurrido un mes, los soldados, le sacaron una noche le saludaron emperador. Le pasearon luego por los barrios más populosos, empuñando la espada de Julio César, que habían arrebatado del templo de Marte y ofrecido. Habiéndose manifestado en seguida por Vitelio las legiones de la Germania Superior, que habían ya abandonado a Galba por el Senado, tomó el sobrenombre de Germánico.
A la muerte de Galba puso en orden los asuntos de Germania y dividió sus tropas en dos cuerpos:
- marchando contra Otón
- bajo su mando.
Cuando Vitelio puso en movimiento su ejército, se suscitaron una serie de malos presagios como la caída de estatuas ecuestres; la pérdida de su corona de laurel en un río, y mientras administraba justicia en su tribunal, se le posó un gallo en el hombro, pasándole de él a la cabeza.
Al avanzar por la Galia se enteró de la victoria de Betriácum y de la muerte de Otón. Licenció, a las cohortes pretorianas, por haber dado un funesto ejemplo, hizo perseguir y castigar con la muerte a ciento veinte soldados, de los cuales había encontrado cartas dirigidas a Otón pidiéndole recompensas por la parte que tomaron en el asesinato de Galba.
Durante el viaje se trasladó en carro triunfal y en espléndidas barcas, decoradas. No se veía rastro de disciplina en su servidumbre, ni entre los soldados, cometiendo violencia y robos a su paso. Durante los festines que les brindaban las ciudades, ponía en libertad a los que quería, y quien se oponía era castigado con latigazos. Llegado a la llanura donde se dio la batalla de Otón, ante la escena de la masacre dijo: “El enemigo muerto siempre huele bien, y mejor aún si es ciudadano”. Envió a la colonia de Agripina el puñal con el que se había dado muerte Otón, para consagrarlo a Marte.
Al tomar el mando en Roma, mostro un constante y profundo desprecio por las leyes divinas y humanas; tomó posesión del pontificado máximo; dio las magistraturas por diez años y establecióse cónsul perpetuo. A fin de que se viese el modelo elegido para gobernar, envió al campo de Marte a todos los pontífices del Estado e hizo ofrendas fúnebres a los manes de Nerón.
Su norma por excelencia fueron los consejos y caprichos de los actores más viles, de los aurigas y, especialmente, del liberto Asiático.
Sus principales vicios eran:
- La glotonería
- La crueldad.
En todo estaba dispuesto a ordenar asesinatos y suplicios, sin distinción de personas y por cualquier pretexto; asesinando a nobles romanos, envenenar condiscípulos su propia mano, usureros y acreedores, recaudadores, hijos suyos, manifestantes, bufones y astrologos.
En el octavo mes de su reinado, se sublevaron contra él los ejércitos de Misia, de Panonia; Judea y de la Siria. Vitelio, para resarcir esto, al resto de las tropas y del favor público, prodigo sin medida dinero y honores en nombre del Estado y en el suyo propio. Hizo levas en Roma, prometiendo a los voluntarios no sólo la licencia después del triunfo, sino también las recompensas de los veteranos y las ventajas del servicio regular.
Estrechado por sus enemigos por mar y tierra, por un lado, a su hermano con una flota, milicias nuevas y un ejército de gladiadores, por otro, a los generales y legiones que habían vencido en Betriácum. Al verse en este predicamento llego a un acuerdo con Flavio y Sabino, hermanos de Vespasiano, reservándose una vida con cien millones de sestercios; desde las gradas del palacio, ante los soldados reunidos renuncio al Imperio, del que se había hecho cargo contra su voluntad, al día siguiente repitió el acto en la tribuna de las arengas, donde, llorando, hizo la misma declaración. Recibió el apoyo del pueblo y los soldados exhortándole a no dejarse vencer del abatimiento y prometiéndole ayudarle; recobró con esto su valor, atacó repentinamente a Sabino y a los partidarios de Vespasiano, los rechazó hasta el Capitolio, y allí los hizo perecer incendiando el templo de Júpiter.
Se arrepintió de esta atrocidad, convocó al pueblo, e hizo jurar a todos y juró el primero no considerar nada tan sagrado como la tranquilidad pública, entrego su espada, la presentó primero al cónsul, a los demás magistrados y a cada senador; al ser rechazada la llevo al templo de la Concordia, le gritaron muchos que él mismo era la Concordia; volvió sobre sus pasos, y declaró que conservaba la espada y aceptaba el sobrenombre de Concordia.
Invitó a los senadores a que enviasen legados a pedir la paz, o tiempo para deliberar. A la mañana siguiente, llegó un explorador anunciando que se aproximaba el enemigo. Se ocultó en el acto en una silla gestatoria y acompañado sólo de su panadero y su cocinero se dirigió al Aventino, con la intención de pasar de allí a la Campania. Pero habiendo circulado el rumor, de que se había hecho la paz, se dejó conducir de nuevo a palacio. Viendo allí solo por completo, se refugio en la garita del portero, ató el perro delante de la puerta y la atrancó con una cama y un colchón.
Al ingresar los exploradores del ejército enemigo, al no encontrar a nadie, lo registraron todo, sacándole de su escondite y como no le conocían, le preguntaron, quién era y dónde estaba Vitelio; trató de engañarlos con mentiras, siendo descubierto, suplicó que le dejaran en vida, pues tenía que revelar secretos de que dependía la existencia de Vespasiano. Le llevaron casi desnudo al Foro, con las manos atadas, prodigándole los peores ultrajes por todo el trayecto de la vía Sacra Cerca ya de las Gemonias le desgarraron a pinchazos con las espadas y por medio de un gancho lo arrastraron hasta el Tíber. Murió con su hermano y su hijo a los cincuenta y siete años de edad.
TITO FLAVIO VESPASIANO
Vespasiano nació en el país de los sabinos, al otro lado de Reata, en una aldea llamada Falacrina, el 15 de las calendas de diciembre (171), hacia el atardecer, bajo el consulado de Q. Sirvió en Tracia como tribuno militar. Siendo cuestor recibió por suerte la provincia de Creta y de Cirene. Candidato para la edilidad y luego para la pretura, sólo con grandes esfuerzos consiguió la primera, después de muchos fracasos y en sexto lugar, mientras que llegó rápidamente a la segunda, figurando entre los primeros.
Durante su pretura procuró por todos los medios atraerse la simpatía de Calígula, que estaba entonces irritado contra el Senado; solicitó juegos extraordinarios para celebrar la victoria conseguida por este emperador sobre los germanos; propuso añadir al suplicio de los ciudadanos condenados por conjuración la ignominia de que se les privase de sepultura, y le dio gracias en pleno Senado por el honor que le había dispensado invitándole a su mesa.
Por este tiempo contrajo matrimonio con Flavia Domitila, quien no poseía los derechos de ciudadanía latina, pero una sentencia de reintegración le devolvió sin tardar la libertad completa. Tuvo tres hijos, Tito, Domiciano y Domitila. Sobrevivió a su esposa y a su hija, a las que perdió antes de llegar al Imperio
Muerta su esposa recibió otra vez en su casa a su antigua amante Cenis, liberta de Antonia, la que servía de secretaria; y hasta siendo emperador recibió siempre a su lado las consideraciones de una esposa legítima.
Durante el reinado de Claudio le destinaron a Germania, como legado de legión. Redujo a la obediencia a dos pueblos de los más belicosos, se apoderó de más de veinte ciudades. Por estas hazañas recibió en poco tiempo los ornamentos triunfales, doble sacerdocio, y nombrándosele además cónsul por los dos últimos meses del año.
Asignóle la suerte el gobierno de Africa y administró esta provincia con gran integridad (172), granjeándose el respeto de los pueblos, lo cual no fue obstáculo para que en una sedición en Adrumeta le arrojasen nabos.
Acompañó a Nerón en su viaje a Acaya, pero habiéndole ocurrido muchas veces, estando en el teatro, el quedarse dormido mientras cantaba el emperador, cayó en desgracia irremediable y no sólo le excluyó de su trato intimo, sino que le condenó a no presentarse jamás ante él. Se recluyó entonces en un pueblecilllo casi ignorado, y en aquel retiro, en el momento en que más temía por su vida, llegaron hasta él para ofrecerle el mando de un ejército.
A la muerte de Neron, en el 68, Vespasiano se encontraba en Palestina, reprimiendo una revuelta de los judíos, y fue proclamado emperador por el ejército de Oriente. Dejó entonces parte de su ejército en Judea para que continuara el asedio de Jerusalén, al mando de su hijo Tito, mientras él se apoderaba rápidamente de Egipto, base de abastecimiento de cereales de Roma, con lo cual puso al emperador Vitelio en una situación muy delicada.
Tras la derrota y muerte de Vitelio durante el asalto de Roma por parte de las legiones del Danubio, que se habían puesto del lado de Vespasiano, éste logró ceñirse la corona imperial sin oposición. Como emperador, trató de sanear el gobierno y las finanzas públicas (llegó a gravar con impuestos los urinarios públicos), al tiempo que intentaba aparecer como el restaurador de las antiguas tradiciones. Reparó las ruinas de Roma, construyó el templo del Capitolio e inició la construcción del Coliseo de Roma. De acuerdo con sus deseos, le sucedió su hijo Tito.
TITO FLAVIO
Tito llevaba el mismo nombre que su padre, y por sus cualidades, destreza y fortuna, que le granjearon el afecto universal, fue llamado amor y delicias del género humano. Lo más asombroso de este príncipe fue que adorado en el trono, antes de subir a él fue objeto de la censura pública y hasta de odio durante el reinado de su padre. Nació el 3 de las calendas de enero (184) del año 794, célebre por la muerte de Calígula, en una habitación tan estrecha como obscura, que se enseña todavía en nuestros días tal como era y que formaba parte de un edificio de aspecto triste, cerca del Septizonio.
Se crió en la corte con Británico, recibiendo la misma educación y de los mismos maestros que él. Un adivino hecho llamar por Narciso, liberto de Claudio, para que le revelase los destinos de Británico, afirmó que aquel príncipe imperial no subiría nunca al trono, pero que Tito (estaba él presente) llegaría con seguridad a él. Vivían los dos príncipes en tanta intimidad, que se cree que Tito probó el veneno de que murió Británico, pues estaba en aquel instante sentado a su lado en la mesa y padeció luego larga y peligrosa enfermedad.
Así en lo físico como en lo espiritual, las mejores cualidades le adornaron desde su infancia; cualidades que se desarrollaron más y más con la edad. Tenía, en efecto, hermoso exterior, que revelaba tanta gracia como dignidad; poseía una fuerza extraordinaria, admirable memoria, singular aptitud para todos los trabajos de la guerra y de la paz, rara destreza en el manejo de las armas, siendo, a la vez, un consumado jinete.
Sirvió como tribuno militar en la Germania y la Bretaña, con tanta modestia como distinción, atestiguando suficientemente sus hazañas el inmenso número de estatuas de todos los tamaños que le erigieron estas provincias y las inscripciones que figuran en ellas.
Compartió el poder supremo con su padre y fue como el tutor del Imperio. Celebró el triunfo con su padre y con él ejerció la censura. Fue también colega suyo en el poder tribunicio y en siete consulados. Quedó encargado del cuidado de casi todos los negocios y dictaba las cartas a nombre de su padre, redactando los edictos y leyendo los discursos del emperador al Senado en vez de hacerlo el cuestor, siendo, asimismo, prefecto del Pretorio, funciones todas que hasta entonces sólo se había encargado a caballeros romanos. Se mostró duro y violento; haciendo perecer sin vacilar a cuantos le eran sospechosos, apostando en el teatro y en los campos gentes que, como a nombre de todos, pedían en voz alta su castigo.
Acusábanle, en fin, de rapacidad, porque se sabía que en las causas llevadas ante el tribunal de su padre vendió más de una vez la justicia. En una palabra, se pensaba y se decía por todas partes que sería otro Nerón. Pero esta fama se volvió al fin en su favor, siendo ocasión de grandes elogios, cuando se le vio renunciar a todos sus vicios y abrazar todas las virtudes.
Tristes e imprevistos acontecimientos perturbaron su reinado: la erupción del Vesubio (187), en la Campania; un incendio en Roma, que duró tres días y tres noches, y una peste, en fin, cuyos estragos fueron espantosos (188). En estas calamidades demostró la vigilancia de un príncipe y el afecto de un padre, consolando a los pueblos con sus edictos y socorriéndolos con sus dádivas.
Después del incendio de Roma, Tito hizo saber que tomaba a su cargo todas las pérdidas públicas, y en consecuencia de ello dedicó las riquezas de sus palacios a reconstruir y adornar los templos; con objeto de dar más impulso a los trabajos, hizo que gran número de caballeros romanos vigilasen la ejecución. Prodigó a los apestados toda suerte de socorros divinos y humanos, recurriendo, a fin de curar a los enfermos y aplacar a los dioses, a toda suerte de remedios y sacrificios.
Con objeto de refrenar para siempre la audacia de delatores y sobornadores de testigos, estableció, entre otras reglas, que nunca podría perseguirse el mismo delito en virtud de diferentes leyes, ni turbar la memoria de los muertos pasado cierto número de años (189).
Aceptó el pontificado máximo con el único objeto, según dijo, de conservar puras sus manos, y así lo cumplió, porque a partir de entonces no fue ya autor ni cómplice de la muerte de nadie; no le faltaban, en verdad, motivos de venganza, pero decía que prefería morir él mismo a hacer perecer a nadie.
En medio de sus cuidados le sorprendió la muerte, para desdicha del mundo más todavía que para la suya. Murió el emperador en la misma casa de campo que su padre, en los idus de septiembre (190), a los cuarenta y un años de edad, tras un reinado de dos años, dos meses y veinte días. Al difundirse la noticia de su muerte, hubiérase dicho, viendo el dolor público, que cada cual lloraba por uno de su propia familia. Los senadores acudieron, antes de ser convocados, a la sala de sus sesiones, cuyas puertas estaban cerradas aún; abiertas prestamente, colmaron al príncipe muerto de tantas alabanzas y honores como jamás le habían prodigado vivo y presente.
TITO FLAVIO DOMICIANO
Nació el 30 de diciembre de 794, cerca del punto llamado la Granada, hijo de un cónsul, fue el primero que prescindió de la costumbre, seguida desde Tiberio por todos los césares, de considerar nulas las gracias y concesiones otorgadas antes de ellos, si ellos mismos no las ratificaban expresamente.
Dio a menudo en el Anfiteatro y en el Circo espectáculos tan dispendiosos como magníficos. Celebró los juegos seculares, tomando por fecha los últimos del reinado de Augusto, y no los de Claudio. El día de los dioses en el Circo, decidió reducir a cinco las siete vueltas, a fin de facilitar la terminación de las cien carreras de carros. Fundó en honor de Júpiter Capitolino un certamen quinquenal de música, de carreras de caballos y de ejercicios gimnásticos. Restauró gran número de hermosos edificios que habían sido destruidos, entre otros, el Capitolio.
En cuanto a sus expediciones militares, unas las emprendió espontáneamente, otras por necesidad o venganza. Introdujo muchos cambios en las costumbres establecidas; suprimió la de las sportulas públicas y restableció la de las comidas regulares.
En cuestiones de justicia:
- Prohibió castrar a los hombres y disminuyó el precio de los eunucos que estaban aún en venta en las casas de los mercaderes.
- Hizo comunes a los hijos de los libertos y a los caballeros romanos en algunos de los cargos más importantes del Estado. Desplegó en la administración de la justicia gran celo y diligencia, y algunas veces hasta concedió en su tribunal del Foro audiencias extraordinarias.
- Exhortó, a los jueces recuperadores a no acceder a liberaciones reclamadas sin graves motivos. Tachó de infamia a los jueces corrompidos, así como a sus consejeros. Supo también contener a los magistrados de Roma y a los gobernadores de las provincias, que nunca fueron más desinteresados ni justos.
- Prohibió a las mujeres deshonradas el uso de litera y el derecho a recibir legados o herencias.
- Estableció castigos diferentes, pero siempre severos, contra los incestos de las vestales. Estos castigos fueron primera la muerte, y más adelante el suplicio ordenado por las leyes antiguas.
- Vigiló con especial cuidado que no se violase impunemente el respeto debido a los dioses.
No perseveró, sin embargo, en su clemencia ni en su desinterés, antes por el contrario, se inclinó rápidamente a la avaricia y a la crueldad.
Muchos senadores, fueron condenados a muerte como conspiradores. Otros muchos fueron muertos por leves pretextos.
La crueldad no le bastaba, y gustaba aún de astucias y golpes repentinos. Cierto día hizo acudir a su alcoba a un recaudador, le obligó a sentarse a su lado en el mismo almohadón, lo despidió luego alegremente y sin inspirarle el menor recelo, enviándole a su casa platos de su mesa y, a la mañana siguiente mandó crucificarle.
Arruinado por los enormes gastos de las construcciones que realizaba, por los espectáculos y por el aumento de estipendio a los soldados, ideó entonces para aliviar el tesoro militar disminuir el número de éstos; vio que esta medida le exponía a las invasiones de los bárbaros y entonces, sin aligerar las otras cargas, no buscó ya más que ocasiones de rapiña, confiscando todo tipo de bienes.
El impuesto que con más rigor se perseguía era aquel de que se componía el tesoro judaico; por todas partes se denunciaban al fisco a aquellos que, sin haber hecho profesión, vivían en la religión judía, o que, ocultando su origen, no hacían efectivo el tributo impuesto a su nación.
Odiado y temido por todos, sucumbió al fin bajo una conspiración de sus amigos, de sus libertos íntimos y su esposa.