- Propone la crítica a la sociedad para implantar un modelo socialista.
- Las masas no generan historia sus movimientos terminan por destruir todo lo que desconocen
- Historia a partir de la revolución de masas o de clases.
- Busca la igualdad reduciendo la desigualdad, inclinarse por la educación y no por el trabajo, formar a la sociedad culturalmente,
TEORÍA CRÍTICA
En descripciones psicológicas el caudillo y de la masa; se relacionan en cuanto a la confianza de los grupos sociales en la estabilidad y en la necesidad de la jerarquía dada y de los poderes sociales dominantes. Todas las integraciones de la organización social, tienen el efecto de introducir en el cerebro de los miembros de la sociedad, por las vías más seguras y cortas, una finalidad superior, coherente, individual, más pura y profunda. El caudillo de una revuelta, por carecer de una organización tan perfeccionada, nunca puede disponer por completo de su gente, en tanto que el general, por el contrario, casi siempre puede hacerlo.
La capacidad de adaptación de los miembros de un grupo social a su situación económica, es posible gracias ciertos mecanismos psíquicos. En virtud de su aparato psíquico, los hombres acostumbran enfrentar el mundo, a fin de conocerlo, ya de tal modo que su obrar pueda corresponderse con su deber.
El «esquematismo», cuyo trabajo consiste esencialmente en la preformación general de nuestras impresiones antes de que ingresen en la conciencia empírica. La desconfianza que muchos historiadores manifiestan hacia la psicología se nutrió en parte en el hecho de que algunos sistemas psicológicos se fundaron en un utilitarismo racionalista; según el cual los hombres obran movidos exclusivamente por consideraciones de utilidad material. Tales representaciones psicológicas han determinado la economía política liberal. Aquello que, en el hombre real y actuante, responde a esta abstracción psicológica —el egoísmo económico— está tan condicionado históricamente y es tan radicalmente variable como la propia situación social. Cuando, en una discusión acerca de la posibilidad de un orden económico no individualista, intervienen argumentos basados en la teoría de la naturaleza egoísta del hombre, ocurre que tanto los partidarios como los detractores de la teoría económica yerran en la medida en que apoyan sus argumentos en la validez universal de un principio tan problemático. Hace ya tiempo la psicología moderna ha reconocido como absurdo el afirmar que los instintos de conservación son naturales en el hombre, y que los llamados factores «centrales» debieran introducirse allí donde los hechos individuales y sociales no se puedan reducir a aquellos de modo evidente. El hombre, no se hallan organizado psíquicamente de manera tan individualista que todos sus movimientos impulsivos originarios estén necesariamente referidos al placer directo que proporcionan las satisfacciones materiales. Contra aquella desfiguración economista de la teoría del hombre, llevada a cabo por corrientes psicológicas y filosóficas, varios sociólogos han ensayado formular sus propias y originales teorías de los impulsos. Pero, en general, estas se caracterizan porque contienen —a diferencia de la psicología utilitarista, que explica todo a partir de un solo punto— grandes cuadros de instintos e impulsos innatos, y porque descuidan las relaciones funcionales específicamente psicológicas.
Las acciones de los hombres no se originan sólo en sus tendencias físicas a la auto conservación, ni sólo en el instinto sexual directo; también proceden, por ejemplo, de las necesidades que llevan a poner en movimiento las fuerzas agresivas, o de las necesidades de reconocimiento y afirmación de la propia persona, de protección dentro de una colectividad, y de otros movimientos impulsivos. La psicología moderna (Freud) ha mostrado cómo dichas exigencias se distinguen del hambre porque esta requiere una satisfacción directa y constante, mientras que aquellas se pueden aplazar por mucho tiempo, son moldeables y admiten ser satisfechas por las fantasías. La no satisfacción de las necesidades físicas inmediatas puede ser reemplazada, en forma parcial y al menos durante algún tiempo, por placeres en otros dominios.
La considerable importancia psíquica que tiene para los hombres pertenecer a una unidad colectiva, respetada y poderosa, cuando mediante la educación se les ha instilado el afán de obtener prestigio personal, de escalar posiciones y de gozar de una existencia segura, y la condición social en que se encuentran les impide alcanzar, como individuos, ese orden de valores. Un trabajo satisfactorio y que fomente la autoestima permite soportar con mayor facilidad las privaciones físicas, y la simple conciencia del éxito puede suplir ampliamente el disgusto de un mal alimento. Si al hombre le está vedada esta compensación de una existencia material oprimente, cobra cada vez mayor importancia vital la posibilidad de identificarse, en la fantasía, con una unidad supraindividual que infunde respeto y logra éxitos. Si la psicología nos enseña que la satisfacción de las necesidades que están en la base de esos fenómenos constituye una realidad psíquica, cuya intensidad no tiene por qué ser inferior a la de los goces materiales, ya se ha ganado mucho para la comprensión de una serie de fenómenos histórico-mundiales.
El papel que cumple la psicología en el marco de la teoría histórica. Los procesos y conflictos diferenciados que ocurren en la conciencia de individuos de constitución refinada, los fenómenos de su conciencia moral, son un producto de la división económica del trabajo sólo en la medida en que ellos están relevados de las funciones toscas necesarias para la existencia de la sociedad. Sus mecanismos de represión, sus reacciones conscientes y sus dificultades son comprendidos por la psicología.
La situación económica de los hombres influye hasta en las más finas ramificaciones de su vida anímica. No solo está condicionado económicamente el contenido del aparato psíquico; también lo está la intensidad de sus oscilaciones (movimientos de ánimo) La reducción a un pequeño círculo vital condiciona la correspondiente distribución del amor y del placer, la cual repercute en el carácter e influye en él cualitativamente.
Hay representaciones inherentes a la concepción del mundo y representaciones morales a las que se aferran con rigidez aquellos seres para quienes no son visibles las conexiones sociales; tales representaciones determinan sus vidas. Podemos suponer que las diferencias psíquicas congénitas son extremadamente grandes, pero la estructura de los intereses básicos, estampado en cada uno desde la niñez, y el horizonte que a cada uno le está señalado por su función en la sociedad, solo permiten un despliegue ininterrumpido de aquellas diferencias originarias en los casos más raros. La posibilidad de este despliegue es diversa según sea el estrato social al que pertenezca un ser humano. En primer lugar, la inteligencia y una serie de otras capacidades se desarrollan tanto más fácilmente cuanto menos obstáculos les pone desde el principio la situación vital.
Dilthey reclamó una psicología nueva, que saliera al encuentro de las necesidades de las ciencias del espíritu y superase los defectos de la psicología académica. Pera él la psicología actúa como ciencia auxiliar de la historia, como un medio de lograr el conocimiento del hombre. «Razas humanas, naciones, clases sociales, formas profesionales, grados históricos, individualidades: he ahí (…) delimitaciones de las diferencias individuales tal como se dan en la unitaria naturaleza humana», que se revela en cada época de manera especial.
Los sistemas culturales de una época tienen como base un contexto anímico unitario. La psicología que Dilthey reclama es una psicología de la comprensión, y, por lo tanto, en su filosofía la historia se convierte esencialmente en historia del espíritu. En cada caso, los cambios históricos están entrelazados de algún modo con lo anímico y lo espiritual; los individuos, en sus grupos y dentro de los antagonismos sociales condicionados en muchos sentidos, son seres psíquicos y, por consiguiente, también se necesita de la psicología en la investigación histórica; pero sería muy erróneo querer concebir la historia, en cualquier sector que fuere, a partir de la vida anímica unitaria de una naturaleza humana universal.
Usualmente la comprensión de la historia como historia del espíritu va también asociada a la creencia de que el hombre es esencialmente idéntico con lo que él mismo ve, siente y juzga, es decir, con la conciencia que tiene de sí. Si se quiere saber qué son, no se debe creer en lo que ellos piensan de sí mismos.
Con la aceleración del desarrollo económico cambian tan rápidamente aquellas formas de reacción humana condicionadas en forma directa por la economía —es decir, las costumbres, las modas, las ideas morales y estéticas que resultan inmediatamente de la vida económica—, que ya no les queda más tiempo para consolidarse y llegar a ser verdaderas propiedades de los hombres. Entonces ganan peso dentro de la estructura psíquica los momentos relativamente constantes y también gana en valor de conocimiento la psicología general. En períodos más estables parece bastar una mera distinción de tipos sociales de carácter; ahora la psicología tiende a convertirse en la fuente más importante a partir de la cual se pueda llegar a saber algo sobre los modos da ser del hombre.
Ni la significación de un problema ni la de una teoría son independientes del estado de la historia y del papel que un ser humano represente en ella. La propia historia de cada uno, ha de ser comprendida en conexión con la historia de la sociedad.
Acerca del problema del pronóstico en las ciencias sociales.
(1933)
La sociología participa de la crisis universal de la cultura. La posibilidad de prever es la piedra de toque para cualquier ciencia de lo real.
Hoy la meta de la ciencia es el conocimiento de procesos a los cuales está necesariamente ligada la dimensión del futuro.
Siempre que se den en la realidad determinadas condiciones, deben sobrevenir determinados eventos. Así, es una prevision científico-natural que el oro siempre se disuelve cuando se lo sumerge en agua regia y no, por ejemplo, cuando se lo sumerge en ácido sulfúrico diluido.
Las leyes no son la meta de la actividad científica, sino sólo medios; en última instancia, siempre lo que importa es pasar de las abstractas fórmulas de las leyes a los juicios concretos de existencia, y en todo el dominio de la ciencia de la naturaleza estos se extienden al pasado, al presente y hacia el futuro.
La prevision hipotética (la teoría), depende, según su sentido y su contenido de verdad, de su cumplimiento histórico, así como, ella misma determina nuestras percepciones, nuestros concretos juicios de existencia y nuestros actos prácticos en general. La prediction en la naturaleza se relaciona con el experimento deliberado, y puesto que en la sociología no hay experimentos, ella no debe contener enunciados de este tipo.
El hecho de que la sociología se ocupe de procesos sociales podría inducir a creer que sus predicciones debieran ser más acertadas que las de cualquier otra ciencia, pues la sociedad está compuesta por hombres que actúan. A partir de consideraciones parecidas, Giambattista Vico, en oposición a Descartes y su escuela, calificó a la historia como auténtica ciencia. Los procesos sociales son producidos sin duda merced a la intervención de personas; pero son experimentados como un acontecer fatal, separado de estas. Buenas y malas coyunturas, guerra, paz, revoluciones, períodos de estabilidad, aparecen a los hombres como acontecimientos naturales también independientes, como el buen y el mal tiempo, los terremotos y las epidemias. Se debe intentar explicarlos; predecirlos, sin embargo, es algo que con razón se considera extremadamente osado.
Los acontecimientos sociales no dependen de una voluntad unitaria y no tiene por qué ser inmutable, sino que está fundado en las particularidades estructurales de la actual situación social. Cuanto más la vida social pierde el carácter del ciego acontecer natural y la sociedad toma medidas que la llevan a constituirse como sujeto racional, con tanta mayor certeza se pueden también predecir los procesos sociales. La inseguridad actual de los juicios sociológicos sobre el futuro sólo es un reflejo de la actual inseguridad social.
Observaciones sobre la antropología filosófica
(1935)
Los individuos pertenecientes a una época determinada suelen dar muestras de ciertas semejanzas en su constitución psíquica, lo cual hace posible que se establezcan tipos, que caracterizan a ciertos grupos particularizados dentro de la sociedad.
Es verdad que los hombres se asemejan unos a otros tanto dentro de su época como en toda la historia. No solo comparten determinadas necesidades prácticas, sino que también coinciden en particularidades del sentir y del creer. En efecto, las representaciones morales y religiosas suelen ser provechosas para los grupos sociales en formas muy diversas y, por consiguiente, también cumplen funciones muy distintas en la economía psíquica de sus miembros; las ideas de Dios y de la eternidad pueden servir para justificar sentimientos de culpa o para que brille la esperanza en medio de una vida miserable. El carácter de cada individuo integrante de un grupo no se funda sólo en la dinámica implantada en él en cuanto es este ser humano; también se funda en las circunstancias típicas y especiales de su destino dentro de la sociedad. Las relaciones de los grupos sociales entre sí se originan en las cambiantes constelaciones que median entre sociedad y naturaleza, convirtiéndose en determinantes respecto de la condición de los individuos, la cual repercute a su vez sobre la estructura social.
La moderna antropología filosófica brota de la necesidad de satisfacer desde el principio: la tradición como autoridad incondicionada, establecer nuevos principios absolutos a partir de los cuales la acción obtenga su justificativo. Esta aplicación del pensamiento a proyectar nexos conceptuales y a fundar a partir de ellos toda la vida humana, pertenece al número de los objetivos más importantes de la filosofía idealista; además del esfuerzo espiritual por armonizar el destino del individuo y humanidad con una destinación eterna.
En vez de satisfacer la exigencia de los individuos de encontrar un sentido para la acción, cosa que se lograría descubriendo las contradicciones sociales e indicando su superación práctica, la filosofía transfigura el presente al elegir como tema la posibilidad de la vida «auténtica», o aun de la muerte «auténtica», y al emprender la tarea de dar a la existencia una significación más profunda.
La superación del conflicto entre el pensamiento racional progresista y la ciega reproducción de la vida social supone el conocimiento de las desproporciones entre las necesidades y fuerzas de la sociedad, por una parte, y su total organización técnico-laboral y cultural, por otra. La meta de esta lucha es la adaptación de la vida social a las necesidades de la mayoría, una forma social en que los hombres organicen conscientemente su trabajo al servicio de sus propios intereses y objetivos, y lo armonicen con estos siempre de nuevo. Los hombres satisfacen sus cambiantes necesidades y deseos y se defienden de la muerte, porque persisten el anhelo de felicidad y el horror a la muerte.
La moderna antropología filosófica forma parte de los últimos intentos de encontrar una norma que otorgue sentido a la vida del individuo en el mundo, tal como ella es ahora. Landsberg caracteriza de hecho el impulso consciente de todo el movimiento filosófico del que provienen la antropología moderna y la filosofía existencial. El deseo de fundar la acción en firmes intuiciones de esencias es lo que ha motivado a la fenomenología desde su origen.
Cuando Scheler, el fundador de la moderna antropología filosófica, hacia el final de su vida comenzó a negar este «supuesto teísta (…) «de un Dios personal, todopoderoso en su espiritualidad»», debió, en consecuencia, declarar imposible el ser absoluto en cuanto medio para «sostener al hombre».*» Pero con esto rechazó el motor más fuerte de la metafísica. Este paso lleva hacia una teoría materialista. Quien la acepta no pone en relación la praxis de vida ligada a ella con ningún ser eterno y espiritual. Considera vana la esperanza de que algo supere el tiempo y el espacio. La idea de configurar la existencia de otros individuos de manera más libre y feliz siempre tuvo el poder de acrecentar la entereza del ser humano. En la medida en que los fines que determinan su vida no desaparecen con él, sino que se perpetúan en el curso futuro de la sociedad, el hombre puede esperar que su muerte no señale a la vez la extinción de su voluntad. El esfuerzo por desplegarla no lo ha restringido a su individualidad, sino que lo ha colocado dentro del desarrollo de la humanidad, y por eso no depende exclusivamente de su existencia personal alcanzar sus fines. Puede ser independiente y valeroso.
El antagonismo entre la filosofía antropológica y el materialismo de no concierne al principio del reconocimiento de objetivos; sin embargo, el materialismo entiende la estructura de toda teoría, sobre todo de la propia, como dependiente de determinados intereses y valoraciones. Según el materialismo, son incompatibles la obligación incondicionada de la ciencia para con la verdad y su presunta neutralidad respecto de los valores, en tanto que para el positivismo actual ambas se confunden. La verdad filosófica exige claridad sobre el contexto histórico en el cual está incluida una construcción intelectual, y para esto es necesaria la praxis en cuyo transcurso se origina, actúa y modifica aquella construcción. La antropología tiene en común con el pensamiento dialéctico el rechazo de una supuesta neutralidad de valoración; la teoría de Scheler sobre los presupuestos morales del conocimiento parece una conclusión extraída del actual estado del mundo. También la conciencia de la propia historicidad constituye un tema principal de la antropología moderna. «El hecho de que toda antropología filosófica esté históricamente comprometida, también la nuestra (…) es algo en principio insuperable y en modo alguno hay que valorarlo negativamente».
La antropología, se encuentra en el peligro de pretender demasiado y demasiado poco: buscar una destinación esencial del hombre que recubra, como si fuera una bóveda, tanto la noche de la prehistoria como el final de la humanidad, dispensándose de la eminente pregunta antropológica, a saber, ¿cómo se puede superar una realidad que aparece como inhumana, porque todas las capacidades humanas que amamos se envilecen y se sofocan en ella?
Los escépticos, lo mismo que otros dogmáticos, quieren armonizar sus actos con una instancia metafísica. Según ellos, los valores solo pueden ser realizados cuando se legitima unívocamente su carácter obligatorio. En los sistemas metafísicos está implícita, en oposición al materialismo, una concepción burdamente materialista del hombre, ese pesimismo antropológico proclamado menos por Maquiavelo que por las teorías del Estado que brotan en todos los períodos de restauración. « . . . L’homme en general, s’il est réduit ä lui-méme, est trop mechant pour étre libre»?
Pero con esto no se dice que los estudios antropológicos carezcan de todo valor; pueden dirigir y afinar el conocimiento de las tendencias históricas. Entonces, en vez de referirse al hombre en general, han de referirse a hombres y grupos humanos históricamente determinados, y buscarán comprenderlos en su ser y su devenir, no en forma aislada, sino en conexión con la vida de la sociedad. Aquí la imagen se estructura en forma diversa de cómo lo hace en la filosofía actual. La imagen del hombre no aparece aquí como unitaria sino como suma de particularidades específicas de los grupos, las que nacen del proceso de vida de la sociedad, traspasan de una clase a otra, y, en ciertas circunstancias, toda la sociedad las admite con un nuevo sentido, o bien desaparecen. Cada rasgo de la época presente es tematizable como factor de la dinámica histórica y no como momento de una esencia eterna.
En la cuestión del individuo, tema principal de la antropología de la época burguesa, se pone especialmente de relieve la escindida relación con la verdad. En este punto ha ejercido predominante influencia la construcción jurídico-política de Hobbes, aún hoy más viva de lo que pudiera parecer después de la negación de sus fundamentos mecanicistas por parte del irracionalismo. Hobbes concibe al hombre como egoísta y medroso. Los impulsos egoístas le parecen tan exclusivos e inmutables como las fuerzas mecánicas fundamentales de la materia. Por su esencia, el individuo está totalmente aislado y sólo tiene en vista su propio bienestar. La sociedad solo estriba en que cada uno, por el hecho de existir dentro del Estado, tácitamente celebra y aprueba un contrato por medio del cual renuncia, de una vez y para siempre, a todo poder individual y a toda arbitrariedad. A pesar de su egoísmo, el individuo debe poseer, por lo tanto, la capacidad de mantener sus promesas. Esta contradicción, que desde luego Hobbes no entendió como tal, en modo alguno carece de realidad. Sin embargo, no es fija ni insuperable. No es posible pronunciar meramente un «sí» o un «no» frente a la concepción antropológica según la cual el individuo atomizado sale de su soledad por medio de la promesa y el contrato.
El mantenimiento y la renovación de la vida social en cada caso imponen a los hombres un determinado ordenamiento social de los grupos, el cual es prescripto a los hombres por las diversas funciones que deben desarrollarse en el marco del proceso económico según el proceso de producción, formando las relaciones de dependencia y el aparato jurídico y político correspondiente.
Las tensiones sociales que se expresan en las luchas históricas que constituyen el tema básico de la historia universal:
- La oposición entre las fuerzas humanas en crecimiento
- La estructura social constituye una formulación de la experiencia histórica que corresponde al estado actual del conocimiento.
- La opinión liberal, esta teoría no es psicológica.
En tal sentido, la tesis liberal se veía obligada a explicar la historia a partir del juego recíproco de los individuos a los que concebía como aislados de sus fuerzas psíquicas, la ciencia fundamental, la psicología pasa a ser ciencia. Si bien el objeto de la psicología se halla de tal modo entre lazado con la historia, “el papel del individuo no se diluye en meras funciones de los vínculos económicos los modos inferiores de producción son suplantados por otros, más diferenciados y que se adaptan mejor a las necesidades de la mayoría; esto representa el esqueleto de la historia que nos interesa la cultura depende de la manera en que se lleva a cabo el proceso de vida de una sociedad”, antes que negar la iniciativa humana, esta afirmación quiere proporcionar un conocimiento de las formas y condiciones de su efectividad histórica. El obrar de los estratos sociales numéricamente significativos no está determinado por el conocimiento sino por una dinámica de impulsos que falsea la conciencia. La psicología tendrá que penetrar en estos factores psíquicos, por medio de los cuales la economía determina al hombre.
Cuanto más la acción histórica de los hombres y de los grupos humanos se halla motivada por el conocimiento, tanto menos necesita historiador recurrir a explicaciones psicológicas el funcionamiento de una forma de organización ya existente, y el mantenimiento de la que ya se rehúsa a pervivir, depende de factores psicológicos. «El fundamento de la psicología social sigue siendo la psique individual». No hay un alma de las masas ni una conciencia de las masas. El concepto de masa, parece haberse formado a partir de las concentraciones de seres humanos en procesos tumultuosos, su psicología es reemplazada por una diferenciada psicología de grupos la confianza de los grupos sociales en la estabilidad y en la necesidad de la jerarquía dada y de los poderes sociales dominantes.
Todo este complejo de cuestiones contiene, como problema especial la relación caudillo-masa, necesita aún de una profundización psicológica, su reproducción y su continua adaptación al proceso social cambiante. Esto sólo es posible sobre la base de la experiencia, que cabe obtener en el análisis de las personas individuales. Entre las normas metodológicas de una psicología fecunda para la ciencia histórica tendrá especial importancia, entre otras, la capacidad de adaptación de los miembros de un grupo social a su situación económica.
Los hombres acostumbran enfrentar el mundo, a fin de conocerlo Kant ha hablado de un arte oculto en las profundidades del alma humana, la desconfianza que muchos historiadores manifiestan hacia la psicología se fundamenta en el hecho de que algunos sistemas psicológicos se fundaron en un utilitarismo racionalista.
Las acciones de los hombres se originan:
- Tendencias físicas a la auto conservación,
- Necesidades de reconocimiento
- Afirmación de la propia persona,
- De protección dentro de una colectividad
- Otros movimientos impulsivos.
La no satisfacción de las necesidades físicas inmediatas puede ser reemplazada, en forma parcial por algún tiempo, por placeres en otros dominios. Lo económico aparece como lo amplio y primario, pero el conocimiento de la condicionalidad en el caso individual. Pero el rechazo de una psicología vinculada con prejuicios económicos no debe llevar a desconocer el hecho de que la situación económica de los hombres influye hasta en las más finas ramificaciones de su vida anímica.
A Dilthey corresponde el mérito de haber elevado efectivamente las relaciones entre psicología e historia al rango de objeto de discusión filosófica. Reclamó una psicología nueva, que saliera al encuentro de las necesidades de las ciencias del espíritu y superase los defectos de la psicología académica, basada en la comprensión, por lo tanto, su filosofía la historia se convierte esencialmente en historia del espíritu. En cada caso, los cambios históricos están entrelazados de algún modo con lo anímico y lo espiritual, lo que vale para los individuos, vale también para la humanidad, en general la psicología posee cierta significación especial, que, puede ser fugaz. Con la aceleración del desarrollo económico cambian tan rápidamente aquellas formas de reacción humana condicionadas en forma directa por la economía ahora la psicología tiende a convertirse en la fuente más importante a partir de la cual se pueda llegar a saber algo sobre los modos da ser del hombre. La constitución moral perteneciente al período histórico que concluye es conservada o alterada por los miembros de las distintas clases sociales, de la propia historia de cada uno, que ha de ser comprendida en conexión con la historia de la sociedad.
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3. OBSERVACIONES SOBRE LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA.
Es imposible comprender los productos culturales sin referirse a la dinámica de las oposiciones coexistentes en la sociedad. El proceso de la vida social, en el que se originan, reúne los factores humanos y extrahumanos; en modo alguno es una expresión del hombre y una continua lucha entre el hombre determinado por la naturaleza.
Las relaciones de los grupos sociales entre sí se originan por las cambiantes constelaciones que median entre la sociedad y naturaleza, convirtiéndose en determinantes respecto de la condición de los individuos, la cual repercute a su vez en la estructura social.
Max Scheler propuso que la tarea de la antropología consiste; en mostrar con presión cómo de una estructura fundamental del ser humano provienen los monopolios, producciones y obras especificas del hombre: el lenguaje, la conciencia moral, la herramienta, el arma, las ideas del derecho y de la injusticia, el Estado, el mando, las funciones representativas del arte, el mito, la religión, la ciencia, la historicidad y la sociabilidad.
La acción histórica consciente está, desde luego unida según el momento y el contenido a determinados supuestos, pero esto ocurre en forma diferente de los modos de reaccionar inhibidos por la situación social dada y la existencia depende por completo del orden establecido.
La moderna antropología filosófica, forma parte de los últimos intentos de encontrar una norma que otorgue sentido a la vida del individuo en el mundo. Después que la revelación religiosa perdió su autoridad y después de la deducción de principios morales se mostro la imagen verdadera del hombre como meta de acción en la conducta humana para proclamar la consagración al pueblo y a la nación.
La verdad filosófica exige claridad sobre el contexto histórico en el cual está incluida una construcción intelectual, y para esto es necesaria la praxis en cuyo transcurso se origina actúa y modifica aquella construcción. De la dinámica histórica se desprenden apreciaciones de la misma antropología, según la cual en ninguna época de la historia el hombre ha llegado a ser tan problemático como en el presente. El hecho de que se vayan desvaneciendo las imágenes de la vida eterna y de que las formas de la vida temporal carezca de armonía.
En este sentido la antropología burguesa ha ejercido predominante influencia la construcción jurídico política de Hobbes, aun más viva de lo que pudiera parecer, al concebir al hombre como egoísta y medroso. Por esencia, el individuo está totalmente aislado y sólo tiene en vista su propio bienestar. La sociedad solo estriba en que cada uno, por el hecho de de existir dentro del Estado.
La propiedad de poder a prometer algo se ha vuelto natural en los hombres en el curso de la historia. Han aprendido a creer respecto de sí mismos y de los demás, en que una declaración que se hace ahora puede ser cumplida en el futuro. Para que las fueran, no solo hechas, sino mantenidas con alguna regularidad, existía desde un supuesto que el aparato jurídico se desarrollará como fundamento de la clase dominante.
El propio Federico II de Prusia ha confirmado que en los tratados de los príncipes a decir verdad, solo el engaño y la deslealtad prestan juramento y por fin nos vemos obligados a elegir entre la espantosa necesidad de abandonar a nuestros súbditos o faltar a nuestra palabra.
La clase dominante ya no consta de innumerables sujetos que celebran contratos, sino de grandes grupos de poder, controlados por pocas personas que compiten entre sí en el mercado mundial. Con disciplina de hierro, han transformado las grandes regiones de Europa en gigantescos campamentos de trabajo. Consecuentemente el fundamento económico de la promesa va perdiendo fuerza día tras día.
Para su tiempo, la antropología de Hobbes fue progresista, significó un paso importante en la fundación de la Ciencia Política de la burguesía. Con esto, sin embargo, no se estrecha la conciencia de la verdad autentica, pues la relación entre permanencia, seguridad y verdad no están rígida y uniforme como puede parecer el dogmatismo y el escepticismo.
Las doctrinas filosóficas, infieren que el pensamiento ilustrado busca poner en relación las determinaciones del hombre con los grupos y las fases del proceso de la vida social y superar la metafísica por medio de la teoría. En Grecia el antagonismo antropológico se definió en Aristóteles “Los hombres están calificados desde su nacimiento para servir o mandar” Demócrito dice: “hay más gente hábil por causa del ejercicio que por el talento”. Afirma que la naturaleza y la educación son semejantes, pues la educación transforma al hombre y crea de tal modo una segunda naturaleza. En la edad moderna estas concepciones antropológicas aparecen unidas a la justificación de sistemas políticos. La aristotélica es un componente de la doctrina conservadora, defensora del feudalismo y de la Edad Media, mientras que la doctrina de Demócrito corresponde a la cosmovisión de la burguesía en ascenso. Durante la Edad Media el poder y el prestigio de un hombre se fundaban en el nacimiento. Conforme a esto, la pobreza era ciertamente una desgracia pero no una culpa, la modernidad puso fin a esto, el poder se ha vuelto transferible porque encarna el dinero.
Los primeros pensadores burgueses Maquiavelo, Spinoza, los iluministas, estigmatizaron el poder basado en el nacimiento, el criterio para el prestigio es la posición ganada por medio del trabajo. Como es sabido eso extinguió la responsabilidad de los hombres hacia los demás, cada uno de velar por sí mismo.
El Estado totalitario, ha vuelto a establecer el poder basado en el nacimiento o más bien en las cualidades innatas del caudillo, la época del renacimiento no ha pasado en vano. El principio del rendimiento ya es verdadero, los duros tiempos han hecho que el hombre aprenda la penuria.
En lo que hace, tanto a su capacidad y la materia de trabajo, no solo actúa la juventud y educación, sino todas las formas de la economía, las relaciones de dependencia y las relaciones jurídicas de la sociedad y además sus propios fracasos y oportunidades lo pasado y lo posible. Pero no a causa del poder sobre otros sino por obra del dominio de la humanidad ejerza sobre la naturaleza.
Ha introducido nuevamente la nobleza de nacimiento cuando su opuesto, la igualdad de los hombres deje de ser ideología y se convierta en verdad. Los supuestos de tal cosa no se hallan meramente en la constitución y la legislación -ese fue el engaño de la Revolución Francesa.
Con los grandes cambios históricos se modifican radicalmente el sentido de las categorías antropológicas, de tal manera que las insurrecciones de los esclavos romanos fueron muy diferentes de las luchas del siglo XVII contra el poder feudal, pero las metas de ambas tienen el mismo nombre: Libertad.
Los miembros de capas sociales que han quedado rezagados del desarrollo económico, por consiguiente una de las tareas más importantes de la concepción del mundo consiste en dirigir la desmesurada agresividad originada por la miseria, hacia el desprendimiento de la propia persona o hacia la lucha de los enemigos de la nación.
Las consideraciones expuestas combaten el supuesto del destino uniforme porque la historia ha transcurrido hasta ahora el destino del hombres es extraordinariamente diverso.
Acerca del problema del pronóstico en las ciencias sociales.
La sociología participa de la crisis universal de la cultura, según nos indica la pregunta sobre la “previsión en sociología” y que se toma como base para el debate.
Las construcciones categoriales, sistemáticas, propias de los sistemas modernos, y elaboradas con tanto refinamiento en ocasiones fueron aplicadas directamente a la realidad en desarrollo, lo cual demostró en algunos casos que sociólogos y economistas apenas podían aventajar en este punto a la conciencia común, frecuentemente ocurrió lo contrario; grupos humanos que basaban sus opiniones en un fundamento por completo diferente del de la sociología y del de la economía política predominantes, y que en general mostraban hacia estas la más terminante oposición, acertaron en sus juicios, en tanto los especialistas fracasaban, por esto, hay lógica en la existencia de una cautela y no declararse totalmente partidarios de determinadas teorías.
Hoy la meta de la ciencia es el conocimiento de procesos a los cuales está necesariamente ligada la dimensión del futuro, puede no ser totalmente inútil destacar claramente lo positivo, en contra de los escrúpulos escépticos.
La “previsión” no constituye una excepción respecto de la mayoría de las categorías lógicas y epistemológicas; su carácter, el sentido de su aplicación, sus posibilidades; el grado de probabilidad que ha de alcanzar, no dependen sólo del tino y la habilidad de los sociólogos, sino también de la estructura de las relaciones sociales de su época.
Una perspectiva no histórica del problema ha supuesto una relación estática entre la ciencia y su objeto; en este caso, entre la teoría sociológica y los procesos sociales. Esta opinión ha sido superada en la filosofía contemporánea; la filosofía incluso ha rechazado la doctrina más general del carácter no histórico de la oposición entre sujeto y objeto, reconociendo que aún estos dos polos del acto de conocimiento están insertos en sus relaciones dinámicas, en el proceso histórico.
La determinación del futuro posible en cada caso depende del desarrollo de las relaciones sociales globales.
La diferencia entre “previsión” y “predicción”; la ciencia de la naturaleza conoce ambos tipos de juicios, la primera se relaciona con algunos tipos abstractos y la segunda con hechos o acontecimientos concretos.
A lo que en última instancia aspiran las ciencias de la naturaleza, como toda ciencia en general, es justamente a lograr predicciones.
Los tipos abstractos en el sentido de la previsión, son leyes y como tales tienen siempre, de acuerdo a su sentido, una forma condicional; marcan que siempre que se den en la realidad determinadas condiciones, deben sobrevenir determinados eventos.
Es una previsión científico-natural que el oro siempre se disuelve cuando se lo sumerge en agua regia y no por ejemplo cuando se lo sumerge en ácido sulfúrico diluido, otras previsiones se refieren a relaciones como que en ciertas clases de hierro aparecen variaciones de forma si una fuerza de determinada magnitud actúa sobre él.
Las leyes no son la meta de la actividad científica, sino sólo los medios, en ultima instancia lo que verdaderamente importa es pasar de las abstractas fórmulas de las leyes a los juicios concretos de existencia y en todo el dominio de la ciencia de la naturaleza estos no sólo se extienden al pasado o al presente, sino que también lo hacen siempre hacia el futuro.
Con la simple verificación acerca de cosas de la naturaleza se da simultáneamente una predicción. El presente, pasado y futuro del objeto sobre el que se juzga son aludidos en todo enunciado, incluso porque no necesariamente los escorzos de la percepción coinciden con la estructura temporal del acontecer percibido.
En el paso de las fórmulas abstractas de las leyes o enunciados concretos sobre las cosas reales perdemos la certeza absoluta como en que un trozo de metal amarillo nunca ha sido oro o un puente de hierro puede romperse porque el material de hierro no ha sido el adecuado.
Si el significado de las abstracciones no puede ser controlado y eventualmente modificado, por su continua aplicación práctica, ellas necesariamente deben extrañarse de la realidad y por fín volverse no sólo inútiles, sino falsas.
La previsión hipotética (la teoría)depende según su sentido y su contenido de verdad, de su cumplimiento histórico, y a la inversa, ella misma determina nuestras percepciones, nuestros concretos juicios de existencia y actos prácticos en general.
La predicción en la naturaleza se relaciona con el experimento deliberado y puesto que en la sociología no hay experimentos, ella no debe contener enunciados de este tipo.
Hay amplias regiones del conocimiento en las cuales no se puede decir simplemente: “en el caso que estas condiciones se den, ocurrirá tal cosa”. En su lugar se podrá decir: “estas condiciones se dan ahora y por eso ocurre el acontecimiento esperado, sin que nuestra voluntad misma se halle en juego”.
El hecho de que la sociología se ocupe de procesos socialea podría inducir a creer que sus predicciones debieran ser mas acertadas que las de cualquier otra ciencia, pues la sociedad está compuesta por hombres que actúan.
La forma en que nuestra sociedad mantiene y renueva su vida se parece más al funcionamiento de un mecanismo natural que a un actuar plenamente determinado por sus fines.
El sociólogo se encuentra frente a ella como frente a un acontecer esencialmente extraño y que le afecta, de algún modo participa en el, pero su tarea consiste en aprehenderlo, anotarlo, describirlo y si es posible, explicarlo.
Los acontecimientos sociales no dependen de una voluntad unitaria que además no es inmutable y si está fundada en particularidades estructurales de la actual situación social.
La posibilidad de la predicción no depende exclusivamente del refinamiento de los métodos y de la sagacidad de los sociólogos; depende también del desarrollo de su objeto: de las modificaciones estructurales de la sociedad misma.
Cuando la teoría emplea los nombres, de hecho debe excluir la arbitrariedad, mas para esto no hay recetas. En el sistema económico, también la época de transición a la fase tardía del capitalismo se caracteriza por la mutación de los seres humanos. Los nombres siguen siendo los mismos, pero las realidades antropológicas se transforman.
En la época burguesa, la incapacidad para ocuparse de los otros marca al individuo como inferior. La falta de influencia y de comprensión, característica de muchos individuos en su relación con otros miembros del grupo al que pertenecen, se remonta aquí no pocas veces al hecho de que no pueden amar a nadie, sino que siempre están empollando sus propios asuntos. Hace tiempo que el desarrollo económico ha llegado a tal punto que para progresar bien se requiere la capacidad de tener cierto interés por el destino ajeno.
Sin embargo, tal como ocurre con otros mecanismos económicos, que originariamente causaron el despliegue de cualidades humanas y que, en la actualidad, han perdido su significación o han cobrado el sentido contrario, el odio y la desconfianza se imponen en la vivencia comprensiva del prójimo cuando llegamos a épocas de crisis agudas. En condiciones económicas cada vez peores, este desvío, hacia fines destructivos, de un aspecto originariamente positivo del hombre burgués vuélvese cada vez más difícil y reclama un aparato siempre más complicado. Pero, al mismo tiempo, también pierde actualidad aquel desprecio por el tipo demasiado individualista. El enérgico entusiasta que consigue dirigir su odio y su amor en la dirección prescripta, en poco aventaja al egoísta de cortas luces que se interesa únicamente por sí mismo.
Esta igualdad no significa que, en virtud de la racionalización del proceso del trabajo, cada hombre pueda apercibirse del todo y encuentre que sus propias metas privadas se superan en él; significa la igualdad negativa ante el poder, que no conoce diferencias. No es que cada uno tenga la misma libertad para desarrollar sus aptitudes, sino que cada uno debe ofrendarla. Pero hay dos razones por las cuales es difícil distinguirlos. Las virtudes decisivas para la subsistencia están hoy unidas en su mayoría a la falta de miramientos. La lucha competitiva en la época del Estado totalitario se ha vuelto más inescrupulosa y feroz, no solo en el mercado mundial, sino también en el interior de los pueblos. Los malos aspectos del liberalismo siguen multiplicándose lozanamente en nuestra época, mientras que los buenos se han disuelto en su crítica. Es vano el intento de comprender al hombre como unidad estable o en devenir. Nuestra propia imagen de la historia está estructurada por los intereses teóricos y prácticos de la situación presente. El acercamiento de la teoría a su objeto, acercamiento que, de hecho, caracteriza al progreso espiritual, no significa que saber y ser alguna vez coincidan, pues con la función del saber en la sociedad cambia también de continuo su ser y la realidad con la cual el saber está en relación.
Autoridad y familia
I. Cultura
La historia de la humanidad ha sido dividida en épocas de las más diversas maneras. Por lo general hoy todavía está en uso la división en Antigüedad, Edad Media y Época Moderna. En la ciencia actual se considera muy insuficiente esta división, no solo porque la llamada Edad Media, incluso evaluada en forma puramente pragmática, significa un progreso considerable —pues incluye decisivas obras de la civilización y ha logrado revolucionarios inventos técnicos— sino también porque los criterios que habitualmente se aducen para trazar la línea divisoria en el siglo XV resultan en parte insostenibles y en parte solo se pueden emplear con sentido en regiones limitadas de la historia universal.
Pero la mera entrada en funciones de un régimen político no ofrece asidero suficiente a esa estructuración valedera de la historia, cuya necesidad se experimenta hoy. La razón de ello es que, como ocurre en los casos modernos, el régimen político trae consigo ciertamente una reforma de todo el aparato de gobierno, pero aspira más a afianzar que a revolucionar las formas básicas de la vida social, ante todo las formas económicas, la división en grupos sociales, las relaciones de propiedad, las categorías fundamentales en lo nacional y religioso.
La crítica científica a las divisiones existentes y la atención creciente que recibe este problema se originan en la opinión cada vez más afianzada de que la historia de toda la humanidad no constituye, para una investigación profunda, una serie caótica y desarticulada de acontecimientos, sino una unidad estructurada en sí misma. Según esto, las épocas no representan, por lo tanto, meras sumas de acontecimientos cuyo inicio y final puedan fijarse arbitrariamente, sino que se destacan unas de otras porque cada una muestra ciertos aspectos estructurales peculiares y por eso se manifiesta como una unidad relativa.
El empeño de separar períodos históricos según rasgos característicos pudo apoyarse en la indagación de ramas aisladas de la vida social. Es preciso rechazar hoy la teoría comteana de los tres estadios, que toda sociedad obligatoriamente recorrería más no porque sea erróneo querer comprender, de la manera más unitaria posible, las grandes épocas de la humanidad, sino a causa del criterio relativamente superficial en que se inspira, aportado por una deficiente filosofía de la historia. El procedimiento de Comte se resiente, en especial, porque ha dado carácter absoluto a cierto grado del desarrollo de la ciencia natural o, más bien, a una dudosa interpretación de la ciencia natural de su tiempo.
En la filosofía idealista, las épocas se fundan en la automanifestación de una esencia espiritual, en tanto se corresponden, como en Fichte, con un plan universal deductible a priori, o representan, como en Hegel, los grados del espíritu del mundo en su objetivación, o expresan, como en Dilthey, la naturaleza universal del hombre cada vez según un aspecto diferente. Por el contrario, la tendencia materialista intenta superar este elemento metafísico por medio del descubrimiento de la dinámica económica, que desempeña un papel determinante en el transcurso de las edades, en su despliegue y en su caída.
En todo caso, subsiste una dualidad en las diversas opiniones formuladas en la filosofía de la historia y en la sociología clásica, alemanas y francesas. Por una parte, la historia presenta una trabazón interna, y se pueden dibujar grandes líneas que ligan el destino del presente con el de las más antiguas formaciones sociales. Por otra parte, para el hombre actual resaltan, justamente por virtud de sus propios problemas, estructuras uniformes, períodos aislados del desarrollo social, cada uno de los cuales estampa su sello peculiar, no solo en el movimiento económico, en el derecho, la política, el arte, la religión y la filosofía, sino también en los individuos.
Ninguna de las grandes conexiones sociales permanece por mucho tiempo como una figura estable, sino que entre sus partes y sus esferas subordinadas se desarrolla de continuo una acción recíproca, también característica. Por una parte, dentro de ellas ciertos procesos se repiten de manera aproximadamente idéntica: el proceso mecánico del trabajo, los procesos fisiológicos del consumo y la reproducción, pero también el proceso cotidiano de la vida jurídica y, en general, todo el aparato de la circulación social. Por otra parte, en tales procesos dominan tendencias que, a pesar de aquella repetición, modifican constantemente la posición de las clases sociales en sus relaciones mutuas, lo mismo que las relaciones entre todos los dominios de la vida, y que llevan finalmente a la ruina de las culturas de que se trata, o incluso a su superación.
La forma de considerar a la cultura que, en este crítico instante, resulta adecuada para la época actual y, en conexión con ella, también para épocas anteriores, atañe al papel de las esferas culturales aisladas y de sus cambiantes relaciones estructurales en el mantenimiento o la disolución de cada forma de la sociedad. Antes bien, los diversos grupos reaccionan en virtud del carácter típico de sus miembros, que se ha ido formando en conexión, tanto con el desarrollo social anterior, cuanto con el actual. El proceso de producción influye en los hombres, no solo en la forma directa y presente, tal como ellos lo viven en su trabajo, sino también en la forma en que aquel se conserva, mediado, en las instituciones relativamente estables, es decir, de transformación lenta, como familia, escuela, iglesia, organizaciones artísticas y otras semejantes. De tal modo, toda la cultura resulta incluida en la dinámica histórica; sus dominios, es decir, los hábitos, los usos y costumbres, el arte, la religión y la filosofía constituyen, en su entrelazamiento, los factores dinámicos que, en cada caso, contribuyen a mantener o destruir una forma determinada de la sociedad. La cultura misma, en cada momento, es un conjunto de fuerzas envueltas en el proceso de cambio de las culturas.
Todas las instituciones y procesos, en todos los dominios de la cultura, en tanto actúan sobre el carácter y los actos de los hombres, aparecen como momentos de conservación o bien de disolución de la dinámica social, y, según los casos, constituyen la argamasa de un edificio todavía en construcción, la masilla que reúne artificialmente partes que tienden a separarse, o una parte del explosivo que destroza el todo con la primera chispa. En la historia de todas las culturas diferenciadas, los conocimientos y las aptitudes humanas, y el correspondiente aparato material de producción, estuvieron organizados de tal manera que el proceso de vida de la sociedad solo podía consumarse por medio de una separación, característica de cada época, entre quienes dirigían la producción y quienes la efectuaban. Si bien la vida del todo dependía de esta separación, por lo menos en los períodos de ascenso y de prosperidad, los estratos superiores de la sociedad constituían, empero, un núcleo relativamente pequeño, para el cual la forma establecida no solo era necesaria, sino que se había trasformado en la fuente del poder y la felicidad.
La llamada naturaleza social, el adaptarse a un orden dado —ya sea que se cumpla sobre bases pragmáticas, morales o religiosas—, se remonta en lo esencial al recuerdo de actos de coacción, por medio de los cuales los hombres se hicieron «sociables», esto es, llegaron a ser civilizados; y estos actos aún hoy los amenazan si llegan a volverse demasiado olvidadizos. Nietzsche, particularmente, penetró en el sentido de estas relaciones. Que solo a duras penas podamos confiar en la intención, en la promesa humana de observar las reglas de la vida en común, eso tiene para él una historia terrible.
Pero si bien la coacción pasada y presente desempeña un papel hasta en las más sublimes manifestaciones del alma humana, esta tiene su propia legalidad, lo mismo que todas las instituciones mediadoras, tales como familia, escuela e iglesia, por cuyo intermedio resulta configurada. Consiste, no solo en los castigos infligidos a quien rompe el orden impuesto, sino también en el hambre del individuo, y de los suyos, que siempre lo impulsa a someterse a las condiciones de trabajo establecidas; y una de esas condiciones es su buena conducta en la mayoría de los dominios de la vida.
El papel de la coacción, que no caracteriza sólo el nacimiento de todas las formas del Estado sino también su desarrollo, ha sido tal que no hay riesgo de sobrestimarlo en la explicación de la vida social que se ha desarrollado en la historia hasta el presente. Consiste, no solo en los castigos infligidos a quien rompe el orden impuesto, sino también en el hambre del individuo, y de los suyos, que siempre lo impulsa a someterse a las condiciones de trabajo establecidas; y una de esas condiciones es su buena conducta en la mayoría de los dominios de la vida.
La amenaza del castigo se ha ido diferenciando y espiritualizando cada vez más, de modo que, al menos en parte, el horror se ha transformado en miedo, y este, en precaución.
A coacción, en su forma desnuda, en modo alguno basta para explicar por qué las clases sojuzgadas han soportado el yugo tanto tiempo, incluso en las épocas de decadencia de una cultura, en las cuales las relaciones de propiedad y en general las formas de vida establecidas se habían transformado manifiestamente en trabas de las fuerzas sociales, y a pesar de que el aparato económico ya estaba maduro para una forma de producción más elevada.
El complejo proceso histórico, en el cual se ha interiorizado una parte de la coacción, no consistió en un mero proceso de espiritualización, de asimilación de experiencias horribles
Por parte de la razón calculante, ni en su proyección unívoca en la esfera religiosa y metafísica. No; en él se originaron por doquier nuevas cualidades. Así, por ejemplo, la relación de los individuos con Dios no solo tuvo, desde el comienzo, el carácter de la pura dependencia, sino que la idea de Dios proporcionó a la vez el marco para los deseos infinitos y para los sentimientos de venganza, para los planes y anhelos nacidos en relación con las luchas históricas.
Lo mismo puede afirmarse respecto de las ideas morales, del arte y de los otros dominios de la cultura. También la regulación de las relaciones sexuales, en el marco del matrimonio, de la familia, tuvo un condicionamiento económico y fue, en parte, cruelmente impuesta. Pero el amor romántico, originado en el curso de esta regulación, constituye un fenómeno social que puede poner al individuo en oposición a la sociedad, y hasta impulsarlo a romper con ella.
En cuanto los hombres reaccionan frente a las variaciones económicas, los grupos actúan sobre la base de su complexión humana, que en modo alguno puede entenderse solo desde el presente inmediato y sin un conocimiento del aparato psíquico.
No solo la burocracia del aparato coactivo del Estado tiene intereses y poder; los tiene también la plana mayor de todas las instituciones culturales en sentido estricto.
En la lucha por el mejoramiento de las condiciones humanas hay épocas en las cuales no es especialmente importante desde el punto de vista práctico el hecho de que la teoría solo tenga en cuenta muy sumariamente estas relaciones. Son esos instantes en los cuales, a causa de la decadencia económica de cierta forma de producción, las formas de la vida cultural correspondientes ya se hallan tan relajadas que la miseria de la mayor parte de la sociedad fácilmente se trueca en rebelión y solo se requiere la decidida voluntad de grupos progresistas para derrotar la mera fuerza de las armas, sobre la cual todo el sistema se apoya esencialmente.
Es posible estudiar, en las épocas y en los pueblos más diversos, el modo en que influyeron las relaciones culturales, desarrolladas con el proceso de vida de la sociedad, y que afloran en una serie de instituciones y en ciertos caracteres de los hombres.
Si grandes masas han perseverado en él a pesar de sus opuestos intereses, en ello tuvo su papel el miedo e incluso la incapacidad para salir del viejo mundo de creencias y representaciones arraigado en el alma de cada individuo.
La grandeza y santidad de los antepasados debió, pues, aumentar en vez de disminuir con su distancia del presente; cada uno debía aparecer tanto más divino cuanto más lejos se hallase en la larga serie de las estírpes. La veneración y los sentimientos agradecidos que el individuo cree deber a sus antepasados configuran, por fin, un rasgo fundamental de su constitución anímica.
El culto de los antepasados, que actúa como poder social activo sobre cada individuo:
- Desde su nacimiento,
- A través de la educación,
- Las costumbres
- La religión
Recibe sus impulsos renovados no solo de las experiencias que el niño y el joven tienen con sus propios padres y abuelos, sino de movimientos psíquicos extremadamente múltiples que se originan en los individuos a partir de la situación existente y se sirven de esta forma cultural. Así, por ejemplo, la idea de que los antepasados también son poderosos en el más allá y pueden enviar su bendición ofrece la posibilidad de influir sobre el destino inescrutable.
La fe en los antepasados adquiere la función de conservar la paz interior de los hombres atormentados y de posibilitarles restablecerla en todos los casos. «Este culto», dice Edward Thomas Williams,» ha sido un estorbo para cualquier progreso. «Lo que realmente subleva ante el sufrimiento no es el sufrimiento en sí sino su carácter absurdo». Este hecho, según Nietzsche, lleva hacia el nacimiento de la religión. Las terribles diferencias en los modos de trabajar y de existir, en las que se cumple el proceso de la vida hindú, son explicadas por esa sociedad por medio de la idea de la transmigración de las almas, según la cual nacer en una casta alta o baja es consecuencia de los actos de una vida anterior.
Para los estratos más bajos, constituye esto una razón especial para no desear cambios en el sistema.
El miembro de la casta impura también, y ante todo, piensa en la posibilidad de mejorar sus oportunidades sociales futuras, después de un nuevo nacimiento, si lleva una vida ejemplar según el ritual de las castas».
Si en el futuro hubiera que abolirlo, todos los méritos de esta gente, todos sus sacrificios, serían vanos justamente cuando tendrían la perspectiva de poder gozar aún de las ventajas del sistema. He ahí uno de los muchos motivos por los cuales aun los estratos inferiores pueden reaccionar con furor y fanatismo ante el intento de introducir modificaciones violentas y que sea fácil conseguir que reaccionen de ese modo.
En su fundamental estudio sobre el régimen de castas, Bouglé verifica que el origen de este sistema de castas no puede atribuirse a un engaño de los sacerdotes; y continúa: «Es la costumbre del culto cerrado de las primeras comunidades familiares lo que impide a las castas mezclarse entre sí: es la veneración ante los misteriosos efectos del sacrificio lo que finalmente las subordina a la casta sacerdotal».
El mismo Bouglé ha visto que el sistema de las castas fue una forma de sociedad ajustada a las necesidades de la vida, y que solo con el correr del tiempo se ha convertido en una traba, lo cual, según la mencionada concepción, también ocurrió en otros sistemas sociales: Sin duda, el principio de las castas tiene la utilidad de liberar a una sociedad de la barbarie imponiéndole un orden.
A esto alude también la idea del cultural lag (retraso cultural), según la cual, en el presente, la vida social depende de factores materiales, por lo que las esferas directamente conectadas con la economía se transforman más rápidamente que otros dominios culturales.
El poder de resistencia de determinadas culturas es mediado por formas de reacción humanas, características de esas mismas culturas. En cuantos momentos del contexto histórico, estos rasgos pertenecen a la cultura; en cuanto propiedades humanas relativamente estables, se han transformado en algo natural. Carecen de realidad independiente, no solamente cuando se trata de costumbres e intereses directamente entretejidos con la existencia material actual, sino también cuando consisten en las denominadas representaciones mentales. Su tenacidad proviene más bien de que los miembros de determinados grupos sociales, a causa de su situación en el todo social, han adquirido una constitución psíquica en cuya dinámica cumplen importante papel ciertas intuiciones; con otras palabras: los hombres se aferran apasionadamente a ellas. Todo un sistema de instituciones, que también pertenece a la estructura de la sociedad, se encuentra en acción recíproca con esta constitución anímica: por una parte, la fortalece de continuo y contribuye a reproducirla, y por la otra, es mantenido y fomentado por ella.
En todo caso, el mantenimiento de formas sociales perimidas, por ejemplo, no descansa en la mera violencia o en el engaño de las masas acerca de sus intereses materiales, sino que esa persistencia también tiene sus raíces en la llamada naturaleza humana.
La expresión «naturaleza humana» no significa aquí un ser originario eterno ni aun uniforme. Todas las doctrinas filosóficas para las cuales el movimiento de la sociedad o la vida del individuo proceden de una unidad fundamental, ahistórica por añadidura, son pasibles de una justificada crítica.
Entender que en el proceso histórico se generan nuevas cualidades individuales y sociales les resulta especialmente difícil a causa de su metodología no dialéctica; por ello piensan, de acuerdo con la teoría mecanicista de la evolución, que todas las propiedades humanas aparecidas en el curso del proceso estaban ya contenidas en el germen, o bien, de acuerdo con muchas tendencias de la antropología filosófica, que ellas provienen de un «fundamento» metafísico del ser.
Hay, pues, un sistema relativamente estable de formas de conducta decantadas, que se encuentran entre los hombres de una determinada época y de una determinada clase; hay una forma en que estos se adaptan a su situación en virtud de prácticas psíquicas conscientes e inconscientes; hay esta estructura infinitamente diferenciada, y reequilibrada de continuo, de preferencias, actos de fe, valoraciones y fantasías por medio de las cuales los hombres de cierto estrato social se conforman con sus circunstancias materiales y con los límites de sus satisfacciones reales; hay todo este aparato interno, que, a pesar de su complicación, por lo común lleva el sello de la necesidad y la penuria.
Afianzar en el interior de los sojuzgados la necesaria dominación de los hombres sobre los hombres, dominación que ha configurado toda la historia hasta el presente, ha sido una de las funciones de todo el aparato cultural de las diversas épocas; como resultado y como condición constantemente renovada de este aparato, la fe en la autoridad constituye una fuerza motriz humana en la historia, fuerza en parte productiva y en parte paralizante.
II.AUTORIDAD
Basado en el conocimiento teórico, de manera tanto más clara aparece la autoridad como una categoría dominante en el aparato conceptual del saber histórico. De hecho, como dice Hegel, «más importante que lo que nos inclinamos a creer», y aunque el gran interés que hoy despierta pueda estar condicionado por circunstancias especiales, ante todo la aparición en nuestra época de formas de Estado denominadas autoritarias, la realidad que se pone de manifiesto en esta situación histórica ha sido decisiva en toda la historia anterior. En cada una de las formas de sociedad, desarrolladas a partir de la indiferenciada comunidad primitiva de la prehistoria, el grueso de la población estuvo dominada, o bien por unas pocas personas, como en las situaciones relativamente antiguas y simples, o bien por determinados grupos de hombres, como en las formas sociales más desarrolladas, es decir que todas estas formas estuvieron caracterizadas por relaciones de dependencia y dominación entre clases. La mayoría de los hombres siempre ha trabajado bajo la dirección y a las órdenes de una minoría, y esta dependencia siempre se tradujo en una existencia material más penosa.
Si desde hace más de cien años se ha abandonado el punto de vista de que el carácter debe ser explicado a partir del individuo completamente aislado, y se concibe al hombre como un ser socializado, esto significa, a la vez, que los impulsos y las pasiones, las disposiciones de carácter y las formas de reacción son moldeados por la relación de dominio dentro de la cual se cumple el proceso de vida de la sociedad.
Por lo tanto, la autoridad es una categoría histórica central.
La definición universal de «autoridad» sería necesariamente vacía en extremo, como todas las determinaciones conceptuales que intentan fijar momentos aislados de la vida social abarcando la historia en toda su extensión.
Aunque una definición de ese tipo sea más o menos acertada, sigue siendo, no solo abstracta, sino equívoca y falsa, en tanto no se la haya puesto en relación con las demás determinaciones de la sociedad.
Las definiciones abstractas contienen los elementos de significación opuestos, colocados directamente uno junto al otro, que el concepto ha ido adquiriendo a consecuencia de cambios históricos; tal el caso, por ejemplo, del concepto ahistórico, no desarrollado teóricamente, de religión, que abarca tanto el saber como la superstición. Esto es válido también para la autoridad.
La acción autoritaria puede hallarse en el interés real y consciente de individuos y grupos.
Así, pues, la autoridad, en tanto dependencia a la que se ha prestado asentimiento, puede significar, tanto relaciones progresistas, que consulten los intereses de quienes toman parte en ellas, y favorables al desarrollo de las fuerzas humanas, como también un conjunto de relaciones y representaciones sociales mantenidas artificiosamente, falsas desde hace mucho tiempo y contrarias a los verdaderos intereses de la mayoría. En la autoridad descansan, tanto la sumisión ciega y esclava, fruto, en lo subjetivo, de la pereza mental y de la incapacidad para tomar resoluciones por sí mismo, y que, en lo objetivo, contribuye a la continuación de condiciones oprimentes e indignas, cuanto la consciente disciplina del trabajo propia de una sociedad en pleno florecimiento. El ataque de la Ilustración inglesa y francesa a la teología en modo alguno se dirige, en sus tendencias más poderosas, en contra del supuesto de la existencia de Dios. El deísmo de Voltaire no era ciertamente insincero. No pudo comprender la monstruosidad que significaría hallar satisfacción en la injusticia terrena; la bondad de su corazón jugó una mala pasada al más agudo entendimiento del siglo. La Ilustración no combatía la existen, idea de Dios, sino su admisión sobre la base de la mera autoridad. «La revelación debe ser condenada por la razón», dice Locke, el maestro de filosofía de los ilustrados. «La razón debe ser nuestro juez y guía supremo en todas las cosas… La fe no es prueba alguna de la revelación». En última instancia, el hombre debe servirse de sus propias aptitudes espirituales, y no ser dependiente de las autoridades. Si la libertad consiste en la concordancia formal entre la existencia externa y la propia decisión, entonces nada tiene que temer; basta con que cada uno acepte el acontecer histórico y su lugar en él, en lo cual consiste de hecho, según la novísima filosofía, la verdadera libertad: «Afirmar aquello que ocurre de todos modos».
En la conciencia de Fichte, empero, el rechazo del pensamiento autoritario no se trueca en el reconocimiento de la realidad dada. En él la razón está determinada esencialmente como opuesta a la autoridad.
En la conciencia de Fichte, empero, el rechazo del pensamiento autoritario no se trueca en el reconocimiento de la realidad dada. En él la razón está determinada esencialmente como opuesta a la autoridad. Y con tanta mayor claridad se destaca el ideal del pensamiento burgués. “Quien actúa por autoridad lo hace necesariamente sin conciencia moral”.
Fichte, “El carácter saliente del público instruido es la libertad e independencia absolutas de pensamiento; el principio de su constitución es no someterse a ninguna autoridad, apoyarse en todo en la propia reflexión y rechazar absolutamente todo lo que no es ratificado por ella. El sabio se distingue de quien no lo es por cuanto este cree, en verdad, haberse convencido por su propia reflexión y lo sostiene, pero quien ve más lejos que él descubre que su sistema acerca del Estado y la Iglesia es el resultado de la opinión más corriente de su época…Para quien en su interior ya no puede creer en la autoridad, seguir creyendo en ella es algo que atenta contra la conciencia moral, y es un deber de conciencia unirse al público instruido. El Estado y la Iglesia tienen que soportar a los sabios; es decir, todo aquello en que consiste el ser de estos: comunicación absoluta e ilimitada de los pensamientos. Todo aquello de lo que alguien cree estar seguro debe poder ser expuesto, por peligroso e impío que parezca».
Fichte manifiesta que en los rasgos fundamentales de la época presente el «objetivo de la vida terrenal del género humano es organizar todas sus relaciones, con libertad, según la razón ».
Por eso en su terminología recibe antagonismo entre razón y autoridad, que se va suavizando cada vez más por el deseo de fundar esta por medio de aquella. Comienza la época del Romanticismo, y el propio pensamiento de Fichte hace un lugar a las contradicciones no resueltas del espíritu burgués; se vuelve cada vez más contemplativo. Se comprende una época histórica cuando se puede indicar hasta dónde la determina el entendimiento, hasta dónde la fe, y en qué punto preciso ambos principios se hallan en conflicto. Este sólo puede terminar por obra del entendimiento, ha eliminado de sí todas las creencias, sin embargo el desarrollo es la historia, de creencia y entendimiento, del conflicto entre ambos, y del triunfo de este sobre aquella».
En el origen de la lucha contra la dependencia de autoridades, está comprendido el que esta se pueda trocar de súbito en exaltación de la autoridad en cuanto tal. Y aun la liberación respecto del poder papal y el retorno a la palabra divina se realizó en el protestantismo en nombre de la autoridad. Según el calvinismo, «un gran pecado del hombre es la voluntad independiente, y todo lo bueno de que el hombre es capaz se designa con una sola palabra: obediencia.
El carácter insostenible de las relaciones de propiedad y jurídica en la Edad Media se manifestó en la creciente desproporción entre el modo de producción feudal y las necesidades cada vez mayores de las masas populares de la ciudad y del campo, y en la incapacidad de la correspondiente burocracia, corrompida por cuanto sus intereses no coincidían con las demandas de una vida social mejor. En este contexto, dominaba el principio de la tradición, es decir, por linaje, costumbre y edad; el cual fue rechazado por los burgueses.
Por medio de esta separación del individuo respecto de la sociedad y la naturaleza, el concepto del individuo libre, que el pensamiento burgués opone a la Edad Media, es entendido como una entidad metafísica fija.
El individuo debe ser abandonado a sí mismo, pasando por alto su dependencia de las reales condiciones de existencia de la sociedad, tal liberación significó:
- verse abandonados al terrible mecanismo de explotación de las fábricas
- ahora el individuo estaba solo en el mundo, y debía avenirse a él si no quería perecer.
- Las propias relaciones sociales pasaron a fundarse en la autoridad.
- Se vuelve evidente que las diferencias de clase no provienen de Dios; todavía no se reconoce que proceden del proceso del trabajo humano.
La filosofía burguesa es dualista por esencia, si se afana:
- Por salvar la separación del yo y el mundo dentro del elemento del pensar,
- Caracterizando la naturaleza y la historia como expresión,
- La corporización, símbolo de la esencia humana o espíritu
- El reconocimiento de la realidad como un principio que tiene sus derechos tal como es y no como un ser dependiente y cambiante, sino como un ser plenamente significativo al que es preciso interpretar,
- Las autoridades, reaparecen en la forma de conceptos metafísicos.
En esto, la filosofía solo refleja que los hombres están liberados de los límites de las antiguas relaciones de propiedad sancionadas por Dios, en que el individuo es concebido, en forma abstracta y de que se lo eleve a la dignidad de una esencia espiritual, refleja la imperfección de la libertad del individuo, su impotencia en medio de una realidad anárquica, desgarrada por contradicciones, inhumana.
Si el orgullo de no admitir autoridad alguna, a no ser que pueda justificarse ante la razón, se muestra falto de solidez frente a un análisis inmanente de las categorías de esta conciencia, esta apariencia tiene raíz unitaria en el carácter del proceso productivo de la sociedad burguesa; sin embargo adopta significados diversos en la vida de ambas clases.
En la economía de mercado libre, el empresario autónomo pasa por ser independiente en:
- Sus decisiones:
- Sus mercancías,
- El tipo de máquinas que quiere utilizar,
- El modo en que reúne trabajadores y máquinas
- El lugar que elige para su fábrica
Esto como consecuencia de su libre decisión, como producto de su perspicacia y de su fuerza creadora. El importante papel que suelen desempeñar los genios y las cualidades de caudillo en la moderna literatura económica y filosófica se remonta en parte a esta circunstancia.
En el actual sistema, los proyectos económicos dependen de la adivinación, de la especulación. Para el pequeño empresario, las condiciones siguen siendo las mismas que imperaban para toda la clase en el período liberal. Para tomar sus disposiciones puede aplicar experiencias anteriores; su talento psicológico y el conocimiento de la situación económica y política pueden servirle de ayuda; pero el veredicto acerca del valor de su producto es pronunciado a posteriori por el mercado, tiene necesariamente un momento irracional. Se expresa en la venta de las mercancías y en la ganancia obtenida, e impone su determinismo, al finalizar el año económico, en el saldo del balance; en el valor de la mercancía se expresan relaciones materiales susceptibles de ser verificadas.
Pero, en el sistema actual, esta conexión entre valor y necesidad social ya no es mediada solo por elementos psíquicos y políticos calculables, sino también por una suma de infinitos acontecimientos incalculables.
El período clásico de este estado de cosas ha pasado, con el liberalismo, y la capacidad individual de adivinar se ha cambiado en nuestra época, que se caracteriza por la lucha entre gigantescas empresas monopolistas, en la movilización total de naciones enteras con miras a una confrontación violenta.
Exige la moderna dominación de masas por parte de una oligarquía económica y política. Por una parte, la población, así como los grupos de poder, aparecen como peligrosas fuerzas naturales a las que es preciso reprimir o encauzar con habilidad hacia los propios fines; por la otra, los mecanismos del mercado mundial no producen perplejidad menor que la inherente a una competencia estrechamente limitada, y la ideología según la cual la actividad de de la economía necesita de un instinto.
También ellos experimentan la realidad social como un principio extraño, y la libertad consiste en adaptarse a este destino, con métodos activos o pasivos, antes que en determinarlo según un plan unitario.
Bajo el signo de los Estados totalitarios, la agudización de los antagonismos externos solo ha suavizado en apariencia los internos; estos solo resultan encubiertos y controlados con todos los medios.
En la libertad y en el aparente genio del empresario, está incluida, la adaptación a una circunstancia social, en esta libertad está supuesta una renuncia a la libertad, renuncia que en sus comienzos fue ciertamente necesaria, pero que ahora es reaccionaria; también el reconocimiento del ciego poder del azar. Esta dependencia proviene del carácter irracional del proceso económico, que produce impotencia frente a las crisis cada vez más agudas. Al tiempo que la conciencia de los empresarios apartó de sí la sumisión, pasó a experimentar los hechos sociales como una ciega instancia superior, y admitió la anónima necesidad económica como mediadora en la relación con el prójimo.
Los poderosos han cesado de actuar como representantes de una autoridad celestial, convirtiéndose en funciones de sus riquezas, motivados por una dinámica económica sin alma.
El carácter aparente del rechazo filosófico de la autoridad se funda en la posición del empresario dentro del proceso de la producción, ocurriendo algo similar en la vida del trabajador, este sólo llegó a conocer la libertad externa y de elección de oficio, en una forma muy limitada por la pobreza. Las manufacturas, que en Italia se remontan hasta el siglo XIII al XVII, fueron adquiriendo importancia cada vez mayor junto a la industria doméstica, convirtiéndose en lugares de horror. La doctrina según la cual el individuo es el fautor de su propio destino, de la Inglaterra del siglo XIX, reveló su contenido social, que en siglos precedentes ya había encontrado expresión adecuada en el trato inmisericorde de los trabajadores en las minas y en las fábricas o contra cualquier ser impotente: niños, ancianos y enfermos:
- La jornada de trabajo no dura menos de trece horas,
- no existe la libertad de residencia;
- ni la libertad de laborar para otro traficante,
- ni los trabajadores de las manufacturas podían abandonar el establecimiento sin permiso de sus patrones.
- Las huelgas se castigaban severamente;
- los salarios eran mantenidos deliberadamente bajos,
- Existía el convencimiento de que el trabajador, mientras tuviera una moneda en el bolsillo, se entregaría al ocio.
Pero aquí solo existe el enmascaramiento de la autoridad tal como se presenta para el trabajador.
En el régimen de trabajo imperante en Europa, se basa en la en la llamada libre contratación entre el empresario y los trabajadores, a pesar de la agrupación en sindicatos, renunciando parcialmente a su libertad de movimientos, encargaran a sus funcionarios la tarea de gestionar y efectuar los contratos, «La estipulación de las relaciones entre los industriales y los trabajadores es objeto de libre acuerdo, salvo las limitaciones que emanan de la ley de la nación». Pero esta libertad tiene otros límites, fundados en la especifidad del régimen social dominante: “El trabajador es pobre y tiene contra sí toda la competencia de su propia clase en escala nacional e internacional”, la otra parte, posee medios de producción, visión de conjunto, influencia sobre los poderes del Estado, todas las posibilidades de la propaganda, y crédito.
De ninguna manera estas han sido ideadas y dictadas arbitrariamente por el empresario, este pudo mostrar los límites a los funcionarios gremiales que buscaban obtener ciertas mejoras. En esta indicación, ante la que tuvieron que inclinarse aquellas organizaciones, se puso de manifiesto el rasgo esencial del sistema dominante: “el trabajo, según su índole y su contenido, no está determinado por la voluntad consciente de la sociedad misma, sino por el ciego concurso de fuerzas dispersas, rasgo esencial que también coincide con la no libertad del empresario”.
La sumisión a las circunstancias económicas dadas, que el trabajador efectiviza en el libre contrato, es la sumisión a la voluntad privada del empresario; en tanto el trabajador reconoce la autoridad de los hechos económicos, reconoce de hecho la posición de poder y la autoridad del empresario.
Los esfuerzos por fundamentar mediante condiciones aparentemente naturales y de caracterizar como ineludible la dependencia de los hombres dentro de la sociedad burguesa, demuestra que la subordinación a la voluntad extraña ya no resulta, del simple reconocimiento de la tradición, pero en cambio sí de una intelección, ilusoria, de circunstancias externas, el trabajo de ejecución requiere, una subordinación personal, una sumisión de la propia voluntad a una voluntad conductora, dirigente, y que deriva en una separación de las posiciones sociales.
Una gran parte del trabajo de ejecución va unido a peligros para la vida y la salud, con grandes menoscabos para la comodidad y el bienestar, que son soportados por una parte de la sociedad. Esta distribución del trabajo, está adecuada a sus medios y en el curso de la historia pierde su significación productiva. La dependencia respecto del empresario y de los poderes sociales unidos a él, esta fundada, en virtud de su fortuna.
Por eso esta autoridad enmascarada e indirecta, mediada, fue durante largo tiempo despiadada, sí, pero racional desde el punto de vista histórico. Sin embargo, la forma irracional en la que aparece significa que en modo alguno estaba fundada a partir de esta situación histórica, es decir, a partir de la relación entre las aptitudes humanas y las funciones señaladas por los modos de producción, sino por la necesidad anónima, vuelta independiente. Esta parecería perdurar, aunque hace tiempo que se ha vuelto problemático el régimen en el cual la producción es dirigida por intereses y grupos de intereses que compiten entre sí, condición en su momento del progreso cultural.
La actitud ante la autoridad en la Edad Moderna no es, pues, tan simple como quisieran sugerirlo las formas de expresión, claras y distintas, de muchos pensadores. La libertad afirmada en la filosofía es una ideología, es decir una ilusión necesaria que brota de la forma específica del proceso de vida de la sociedad.
Los dos grupos sociales característicos podían caer en esa ilusión porque cada uno había encubierto su propia “esclavitud” tanto como la del otro en la forma determinada correspondiente a su situación en el proceso productivo. El acatamiento a la relación autoritaria entre las clases parte del hecho de que los hombres admiten ciertos datos económicos como si fueran hechos inmediatos o naturales, y creen estar en correspondencia con estos cuando se subordinan a la clase superior.
Esta compleja estructura de la autoridad alcanzó su apogeo en el liberalismo y el Estado totalitario para la comprensión de las formas de reacción humanas. Por más que las relaciones de dependencia en la economía, son fundamentales para la vida social, puedan ser conceptualmente derivadas del Estado, el que este sea acatado en forma absoluta por la masa de la población solo es posible mientras aquellas relaciones de dependencia no se transformen en verdadero problema para las masas.
El caudillismo político es efectivo porque grandes masas, consciente e inconscientemente, reconocen como necesaria su dependencia económica, y esta circunstancia es reforzada por la relación política. Con la negación de la relación fáctica de dependencia en el terreno de la economía, con el enjuiciar esa necesidad económica aparentemente incondicionada por medio del conocimiento teórico, con la quiebra de la autoridad en el sentido burgués. La crítica indiferenciada a los regímenes autoritarios, que no tiene en cuenta la estructura económica que está en su base, prescinde, pues, de lo esencial.
El hecho de que la configuración y la subsistencia de relaciones autoritarias irracionales pertenezcan, en forma desembozada, al número de los factores que refuerzan la relación económica profunda, y entren en acción recíproca con esta, es algo que proviene de la difusión del protestantismo.
Toda la literatura política, religiosa y filosófica de la Edad Moderna está recorrida por recomendaciones a la autoridad, a la obediencia, a la abnegación, al estricto cumplimiento del deber. Estas exhortaciones, que cobran un sentido tanto más duro cuanto más va menguando la fortuna de sus destinatarios, van unidas, de manera más o menos artificiosa e ingeniosa, a las consignas de la razón, de la libertad, de la felicidad para el mayor número posible, de la justicia; sin embargo, en ellas se pone de manifiesto el aspecto sombrío del estado de cosas vigente. Desde el comienzo de la nueva forma de economía se experimentó la Compulsión a reforzar el lenguaje de los hechos económicos, que imponía subordinarse a las relaciones de producción, no solo por medio de una coacción política, religiosa y moral, sino también por medio del estremecimiento respetuoso, embriagante, masoquista ante personas y poderes sagrados o profanos.
La forma actual de sociedad se basa, al igual que las anteriores, en una relación de dependencia característica de ella. Incluso las relaciones profesionales y privadas entre los hombres, al parecer sujetas a una legalidad que les sería propia, están determinadas por el tipo de dependencia, fundado en el modo de producción, y que se expresa directamente en el ser de las clases sociales. Su producto es el individuo que se siente libre, pero que reconoce como inalterables los hechos socialmente condicionados y persigue sus propios intereses sobre la base de la realidad dada.
Antes de que la burguesía obtuviese participación en el poder político, en este modo de pensar figuraban en primer plano la libertad y la confianza en la propia razón, a partir de las cuales el Estado y la moral se debían construir del mismo modo como los proyectos matemáticos. Bajo la dominación misma de la burguesía, en el liberalismo, este rasgo racionalista retrocede ante el rasgo empirista. Sin embargo, ambos elementos se hallan uno junto al otro, en forma más o menos accidental, tanto en la vida pública de toda la época como en sus productos ideológicos, y se traducen en espontaneidad de la razón y heteronomía, libertad y obediencia ciega, independencia y sentimiento de impotencia, actitud iconoclasta y admiración falta de crítica, intransigencia principista y sumisión a la realidad, teoría formalista e insípida suma de datos.
Las instituciones culturales y las ramas de actividad reproducen estas contradicciones en el carácter del hombre; esas contradicciones, en las circunstancias dadas, aparecen como insuperables por el hecho de que los individuos creen actuar libremente, cuando en verdad los rasgos fundamentales del orden social mismo se sustraen a la voluntad de estas existencias aisladas, y los hombres, por lo tanto, no tienen más alternativa que reconocer y comprobar allí donde podrían configurar, y carecen de aquella libertad que cada vez necesitan con mayor urgencia: la de regular y dirigir racionalmente el proceso social del trabajo y, con ello, las relaciones humanas en general, es decir, hacerlo según un plan unitario en interés de la mayoría.
Las diferencias en cuanto a propiedad constituyen el hecho social cuyo reconocimiento como algo natural sanciona de la manera más directa las relaciones de dependencia existente. El que es pobre debe trabajar duramente para poder vivir, y hasta sentir este trabajo como un gran beneficio y favor cuanto más crece el ejército de reserva estructural de la industria; y de hecho lo siente como tal en tanto pertenece al tipo autoritario- burgués.
La venta «espontánea» de su fuerza de trabajo determina el acrecimiento continuo del poder de los dominantes, y la diferencia entre ambas clases en cuanto a mérito y fortuna aumenta hasta el nivel de lo fantástico. Puesto que, a medida que crece la irracionalidad del sistema, cada vez se vuelven más indiferentes, en relación con los factores exteriores del destino personal, aquellas capacidades, de todos modos especiales y aisladas, que antaño aún proporcionaban oportunidades de ascenso y que cimentaban precariamente la fable convenue de la justa armonía entre placer y trabajo, la desproporción entre la buena vida y la escala de las cualidades humanas pasa a ser cada día más manifiesta. Mientras que, en la imagen de una sociedad justa, la participación de cada uno en lo que ella arranca a la naturaleza se funda en principios racionales, aquí el hombre está abandonado al azar, cuyo reconocimiento es idéntico con la adoración del mero éxito, este dios del mundo moderno.
He aquí el rasgo fundamental de este régimen: el trabajo se realiza bajo la dirección de autoridades que lo son gracias a sus posesiones o a circunstancias casuales, y que cada vez menos tienen otro justificativo que el mero hecho de que las cosas son así; este rasgo colorea todo lo que hoy se llama razón, moral, honor y grandeza.
La verdadera oposición al concepto burgués de la autoridad reside en eliminar de esta el interés egoísta y la explotación. Esta oposición va unida a la idea de una forma social más alta, hoy posible. Solo si las funciones de dirección y de ejecución en el trabajo no van unidas a condiciones de vida cómodas o penosas, ni están repartidas en clases sociales estables, la categoría de autoridad adopta otro significado.
En la sociedad individualista las aptitudes son también una propiedad de la cual brota capital; por lo común, fluyen también parcialmente del capital, es decir, de una buena formación y del estímulo que da el éxito. Pero si las mercancías que los hombres necesitan para vivir ya no se originan más en una economía de productores aparentemente libres, de los cuales unos, a causa de su pobreza, deben ponerse al servicio de los otros, y estos, en vez de fabricar para las necesidades humanas, se ven obligados a hacerlo solo para la parte de la humanidad que es «solvente»; si, por el contrario, esas mercancías resultan de un esfuerzo de la humanidad, sistemática y planificadamente conducido, entonces la libertad del individuo abstracto, que de hecho se encontraba atado, se convierte en el trabajo solidario de los hombres concretos, cuya libertad solo está limitada por la necesidad de los fenómenos naturales.
El mero factum de la subordinación incondicionada no proporciona, pues, criterio alguno para la estructura de una relación de autoridad. El formalismo que consiste en oponer razón y autoridad, en declararse partidario de una y en despreciar a la otra, el anarquismo, por una parte, y el autoritarismo propio de la sumisión al Estado, por la otra, pertenecen todavía
a la misma época cultural.
III. Familia
La relación de los individuos con la autoridad, que en los tiempos modernos está prescripta por la especial índole del proceso del trabajo, condiciona una cooperación duradera de las instituciones sociales a fin de producir y consolidar los tipos de carácter correspondientes. Esta actividad no se agota en las medidas conscientes tomadas por la Iglesia, la escuela, las asociaciones deportivas y políticas, el teatro, la prensa, y otras, sino que esta función se ejerce, no tanto a través de los actos dirigidos deliberadamente a la formación del hombre, cuanto por medio de la influencia permanente de las mismas circunstancias dominantes, del poder modelador de la vida pública y privada, del modelo de personas que tienen importancia en el destino del individuo, en suma: sobre la base de procesos no controlados por la conciencia.
Entre las relaciones que influyen decididamente en el moldeamiento psíquico de la mayor parte de los individuos, tanto por medio de mecanismos conscientes como inconscientes, la familia posee una significación de primera magnitud:
- Los sucesos que ocurren en ella forman al niño desde su más tierna edad
- Cumplen un papel decisivo en el desarrollo de sus aptitudes.
- El niño que crece en él experimenta su influencia.
- La familia es uno de los más importantes agentes educativos, de la reproducción de los caracteres humanos tal como los reclama la vida social y les da, en gran parte.
En cuanto actividad consciente, esta función de la familia fue especialmente realzada en la época de la Reforma y del absolutismo. Acostumbrar al individuo a no desesperar en ese duro mundo de la nueva disciplina del trabajo, en constante expansión, y a cumplir con su deber, exigía que se hiciera natural en él la fría desconsideración hacia sí mismo y hacia los otros.
En la historia del desarrollo de la familia desde el período absolutista hasta el liberal se destaca siempre con mayor fuerza un nuevo momento en la educación de sometimiento a la autoridad. Ya no se exige directamente la obediencia, sino, por el contrario, el uso de la razón. Quien considere sensatamente el mundo comprenderá que el individuo debe someterse y subordinarse. El que quiera hacer carrera, y hasta el que no quiera hundirse, debe aprender a contentar a los otros. Por cierto, la concepción protestante de la familia ya había preparado el camino a esta educación de acatamiento a la justicia de la realidad, en la cual, en fases más desarrolladas de la sociedad burguesa, viene a parar toda buena voluntad pedagógica.
Hacia el comienzo del régimen burgués, el poder doméstico del padre era indudablemente una condición indispensable del progreso. En las circunstancias dadas, el autocontrol del individuo, el sentido del trabajo y la disciplina, la capacidad de perseverar en determinadas ideas, la coherencia en la vida práctica, la aplicación del entendimiento, la constancia y la alegría en la actividad constructiva, solo podían desarrollarse bajo el imperio y la dirección del padre, quien ya había pasado por la escuela de la vida. Pero porque esta correlación no es reconocida en sus verdaderas causas sociales, sino encubierta por ideologías religiosas o metafísicas, y por ende permanece necesariamente incomprensible, puede aparecer como ideal incluso en una época en la cual la familia nuclear ofrece, en la mayoría de los casos, y juzgada según las posibilidades pedagógicas de la sociedad, condiciones miserables para la educación del hombre. Esto también rige para otras funciones de la familia. En el curso de la historia las ha tenido muy dispares y numerosas.
En verdad, la familia representa una de las formas sociales que, en cuanto elementos del presente edificio cultural, ejercen sus funciones, en sí necesarias, de manera cada vez más deficiente, a causa de contradicciones y crisis que se agravan de continuo, sin que, empero, dichas formas puedan ser cambiadas fuera del contexto general de la sociedad. Cualquier intento de mejorar la totalidad desde este punto hoy sigue siendo por lo menos necesariamente sectario y utópico, y su resultado no es otro que desviar la atención de las tareas históricas urgentes.
El éxito en dominios más centrales de la sociedad, como así toda reacción general, repercuten, en la vida de la familia, pues esta, aunque posee cierta legalidad propia y una relativa capacidad de resistencia, en todo momento aparece como dependiente de la dinámica de la sociedad entera. La opresión extrema en la vida social determina la dureza de la autoridad educativa, y la limitación del poder y el dominio en la vida pública se refleja en un gobierno doméstico más tolerante.
En los últimos siglos, el niño burgués experimentó su dependencia respecto del padre, socialmente condicionada en realidad, como si fuese el resultado de hechos religiosos o naturales; y solo en los casos de conflicto extremo pudo advertir que el poder de los padres no es un poder directo: cuando el padre disponía de los poderes del Estado para doblegar la voluntad rebelde y quebrar la obstinación de los hijos. Justamente es este concepto cosificado de la autoridad el que en las modernas teorías del Estado autoritario se aplica al jefe político.
No solo la unidad no mediada de la fortaleza natural y el ser digno de respeto actúa en la familia burguesa como factor educativo respecto de la estructura de autoridad que caracteriza a esta forma social, sino que también lo hace otra propiedad del padre, la cual aparentemente es, asimismo, una propiedad natural. Es el señor en la casa porque gana dinero o, al menos, lo posee. En la teoría del Estado, Oppenheimer ha señalado un equívoco en la palabra familia. Quiso hacer frente al error según el cual el origen del Estado a partir de la familia sería idéntico a una diferenciación pacífica. Se confunden abusivamente la familia antigua y la moderna;
Los libres de la familia moderna ya no pueden, ciertamente, ser vendidos por el padre; el hijo adulto y los nietos no están subordinados a la supremacía del abuelo.
Así como en la economía de los últimos siglos el poder directo que obliga a los hombres a aceptar la relación de trabajo desempeña un papel cada vez menor, así también en la familia la consideración racional y la obediencia espontánea reemplazan a la esclavitud y la sumisión. Pero también aquí la racionalidad es la propia del individuo aislado e impotente, que tiene que doblegarse ante las circunstancias, sean corruptas o razonables. Todo esto está dominado por la idea del poder ejercido por unos hombres sobre otros.
La necesidad de una jerarquía y una escisión de la humanidad basada en:
- Principios naturales,
- Contingentes,
- Irracionales,
Vuélvese para el niño tan familiar y evidente, que sólo bajo este aspecto es capaz de tener experiencia incluso de la tierra y del universo.
Como consecuencia del aparente carácter natural del poder paterno, que procede de la doble raíz de su posición económica, y de su fuerza física, jurídicamente legalizada, la educación en la familia nuclear configura una excelente escuela para lograr la conducta especialmente autocrítica en el seno de la sociedad.
Los caminos que llevan al poder, no están señalados, en el mundo burgués, por la realización de juicios de valor mora, el niño, puede pensar como quiera acerca del padre, pero si no quiere causar conflictos debe subordinarse.
Las medidas educativas concientes exigen un espíritu de respeto hacia el poder establecido y la capacidad de adaptarse, en la familia nuclear son complementadas por la eficacia sugerente de la situación.
Todo padre burgués puede ahora desempeñar en casa el papel de señor, aun cuando en la vida social tenga una posición miserable y sometida, y puede ejercer la función, importante en grado sumo, de acostumbrar a los niños a la modestia y a la obediencia.
Para la formación del carácter autocrítico es en especial decisivo que los niños aprendan, bajo la presión del padre, a no remitir cada fracaso a sus causas sociales, sino quedarse en sus causas individuales. El resultado de la educación paterna, busca el error en si mismos. Los tipos humanos hoy predominantes no han sido educados para ir hasta el fundamento de las cosas y confunden el fenómeno con la esencia.
En los miembros de la clase superior, el resultado de esta escuela de autoridad se ha presentado más como objetividad, como apertura a todos los puntos de vista y acontecimientos.
Por el contrario, en las masas pequeñoburguesas, donde la presión que pesa sobre el padre se reproduce en la presión que éste ejerce sobre sus hijos, ha tenido como consecuencia, además de la crueldad, acrecentar directamente la inclinación masoquista a someter la voluntad ante cualquier decisión.
En tanto no cambien esencialmente la estructura básica de la vida social y de la cultura basada en ella de la presente época del mundo, la familia, en cuanto productora de determinados tipos de carácter autocríticos, ejercerá su inevitable efecto.
En todas las sociedades incultas, los padres de familia tienen el sentimiento de este peligro y esto los lleva a rechazar el favor de esta primera enseñanza a la generación joven. De ninguna manera desconocen su legitimidad, pero temen perder bajo el flujo de esta renovación, el respeto y la obediencia de sus hijos.
En vista de la descomposición de la vida familiar, producida en la mayor parte del mundo occidental con el desarrollo de la gran industria y el desempleo creciente y que ha afectado también a veces capas de la burguesía, este aumento de las funciones educativas del Estado, que se declara totalmente favorable a la familia no implica un grave peligro a la sociedad.
Así como ocurre con otros elementos de la contextura cultural presente, tampoco la familia se encuentra con ellos y con el todo únicamente en una relación favorable, sino también en una relación antagónica.
Así se origina el antagonismo entre ella y la realidad hostil y en tal sentido, la familia no lleva hacia la autoridad burguesa sino hacia el presentimiento de una mejor condición humana.
Este antagonismo de la familia y comunidad, es decir, a la ley que rige en la sociedad y en el Estado. según la cual compiten los hombres en cuatro al sistema que se aíslan
Esta determinación no cae en la familia misma sino que remite a lo verdaderamente universal; la comunidad.
Si la sociedad y el Estado de su tiempo no respetan la particularidad de los individuos, sino que se muestran absolutamente indiferentes a ellos y de si de hecho, esa sociedad y ese Estado personifican la justicia, entonces se transfigura y eterniza filosóficamente la atrofia de los individuos convertidos en meros representantes de una función económica. El individuo, tal como vive y sufre tácticamente, vale no solo en su estrechez presente, sino simplemente como algo importante e irreal.
Con el sistema patriarcal hace su entrada en el mundo el antagonismo de clases, la disociación de la vida en pública y privada y también en el seno mismo de la familia, se aplica el principio de la rígida autoridad.
Si por lo tanto, la familia actual constituye, en virtud de las relaciones humanas determinadas por la mujer, una reserva de fuerzas de resistencia contra el completo agotamiento anímico del mundo y contiene en sí un momento autoritario, no es menos cierto que la mujer, a causa de su dependencia, ha cambiado su propia esencia. Mientras en lo social y jurídico se halle en gran medida, bajo el dominio del hombre y necesitada de él, su propio desenvolvimiento continuará detenido
El papel de la mujer en la familia refuerza la autoridad del orden establecido de dos maneras:
- En cuanto dependiente de la posición y el salario del esposo, ella necesita que el jefe de la familia se someta a las circunstancias y de ningún modo se rebele contra el poder dominante, sino que emplee todas sus fuerzas en progresar dentro de la situación actual.
- Un profundo interés económico, incluso filosófico, une a la mujer con la ambición del hombre. Ante todo empero, le importa su propia seguridad económica y la de sus hijos.
El sentimiento de ser responsable, en lo económico y social, de la mujer y los hijos, que en el mundo burgués se ha convertido necesariamente en un rasgo esencial del varón, forma parte de las más importantes funciones de conservación de la familia en esta sociedad. La mera idea de resistencia lo pone ente los más angustiosos conflictos de conciencia y en la educación materna los niños tienen la vivencia inmediata del inflijo de un espíritu adicto al orden establecido.
Pero no solo es por esta vía directa que ejerce la mujer una función de refuerzo de la autoridad, sino que toda su posición dentro de la familia nuclear tiene como necesaria consecuencia un encadenamiento de importantes energías psíquicas que podrá actuar en beneficio de una configuración activa del mundo.
La mujer en cuanto se doblega ante la ley de la familia patriarcal, se convierte en un momento que reproduce la autoridad en esta sociedad.
El papel de las instituciones culturales en el mantenimiento de una determinada sociedad suele ser de manera instintiva y conceptual, por aquellos cuya existencia está estrechamente unida a esa sociedad.
En los últimos tiempos, en la familia burguesa el varón ha sido empresario y el asalariado. La emancipación de la mujer, que de todos modos acontece tardía y gradualmente, desde el comienzo significaron, por un aparte, una mera compensación. El oficio de la mujer es, un matrimonio feliz.
De la situación predominante del hombre en la familia depende, en lo esencial, su efecto promotor de la autoridad; su posición de poder dentro del hogar resulta su papel de sostén. Cuando deja de ganar dinero o de poseerlo, cuando pirde su posición social, También peligra su prestigio en la familia.
La dependencia nos procurada mecánicamente, sino por medio de la totalidad de las relaciones.
El tiempo y las múltiples formas con que se impone el factor económico en los tipos particulares de familias son extremadamente diversos; los factores que los contrarrestan constituyen el objeto principal de las investigaciones que hoy se realizan.
La idealización del autoridad paterna como originada en la autoridad divina, en la naturaleza de las cosas o en la razón, se Manifiesta ante un examen más detenido, como glorificación de una institución económicamente condicionada.
La diferencia entre los grupos sociales, condicionada por la índole de sus ingresos, influye sobre la estructura de las familias, en especial, en condiciones en alguna medida soportables del mercado de trabajo, la gran masa de las familias proletarias espiaba el modelo de las familias burguesas, lo que no solo lleva al varón, sino también con frecuencia a la mujer, a una difícil existencia fuera de casa.
Sobre esa base, en que desaparece en buena parte el interés originario por la familia, puede nacer en ella ese mismo sentimiento de comunidad que, une a estos hombres fuera de la familia con sus iguales.
A partir de los sufrimientos infligidos por la realidad, que optime la existencia bajo el signo de la autoridad burguesa, puede originarse una nueva sociedad de esposos e hijos que ciertamente no está cerrada a la manera burguesa.
La educación hacia la cual irradia este modo de pensar, enseña a distinguir muy claramente el conocimiento del os hechos de su reconocimiento.
La reproducción de la familia burguesa a partir de la economía se complementa con el mecanismo inmanente de su propia renovación
En la época burguesa, tan poco es la familia una unidad como pudiera serlo el hombre o el Estado, la familia cambia su estructura y su función, tanto en períodos particulares como según los grupos sociales.
Es cierto que cuanto más esta sociedad según sus leyes inmanentes, en una situación crítica, tanto menos la familia podrá cumplir satisfactoriamente su tarea en este sentido, de esto procede la necesidad de que el Estado atienda en mayor medida que antes la educación autoritaria, o al menos, reduzca el papel que antes cumplía en ella la familia.
Empero esta nueva circunstancia obedece, lo mismo que el tipo de Estado autoritario que la produce, a un movimiento profundo y desde luego irresistible. Se trata de la tendencia originada en la economía, a disolver todos los valores e instituciones culturales que la burguesía ha creado y mantenido vivos.
Mientras que en el período de apogeo de la burguesía, se desarrollaba la profunda acción recíproca por la cual la autoridad del padre se fundaba e su papel en la sociedad y esta se renovaba con ayuda de la educación patriarcal autoritaria, ahora la familia, ciertamente imprescindible, se convierte en un problema de mera técnica de gobierno.