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Introducción

 

El príncipe ocupa un lugar especial en la historia de las ideas políticas, de la cual Maquiavelo es figura principal por su amena lectura y por el auxilio que brinda a la interpretación de los hechos políticos. Este libro es una de las mejores conjunciones, interpretaciones y recapitulaciones de las ideas de Platón,  Aristóteles y Suetonio.

Desenmascara la iglesia de su tiempo: “la iglesia se ha apropiado de dios para sus fines particulares”. Le desagradan los gobiernos de los sacerdotes, si bien considera a la religión como “uno de los medios para convencer el espíritu de los necios”.[1]

 La obra fue escrita con dos fines:

  1. Dedicarlo a Lorenzo de Médicis para que lo reinstale en su puesto
  2. Incitar a Lorenzo para que reúna al pueblo en un gran ejercito nacionalista que expulse de Italia a los franceses y logre la unificación del país.

Esta obra se divide en dos partes principales:

  1. Formas para que el príncipe tome el poder, para su conquista, tipos de gobiernos existentes y su forma de destruirlos.
  2. Descubrir la conducta que el príncipe debe observar a lo largo de su gobierno para preservar el poder.

Trascendencia de la Obra

Maquiavelo envía su obsequio literario a Lorenzo de Médicis, con la esperanza de que lo lea y ponga atención en el desterrado exsecretario florentino para reinstalarlo en su puesto. Pero el gobernante de Florencia muere en 1519. Nicolás Maquiavelo nunca recibe respuesta.

Las consecuencias inmediatas son variadas. El autor escribe para una sola persona, pero esta muere y el texto es olvidado por un tiempo. Maquiavelo no enfrento a sus adversarios por ese documento, sino por sus opiniones acerca de la Iglesia en los “Discursos Sobre la primera década de Tito Livio”, y en especial por la Mandrágora.

En 1531 cuando el papa Clemente VIII lee la obra, y  la considera inofensiva y manda a imprimirla.

Erasmo lee la obra, publica su Institución del Príncipe Cristiano. Antítesis y antídoto de la Obra de Maquiavelo.

Hasta 1557 el papa Paulo IV denuncia la obra. Maquiavelo es condenado y su nombre puesto en el Índice[2]. El Príncipe se convierte en lectura prohibida por la iglesia, lo que hace crecer el interés de los lectores.

La iglesia instituye un nuevo pecado: “El Maquiavelismo”, es decir la maldad premeditada y perfeccionada. La penitencia es larga para quien ha incurrido en tan grave pecado.

En 1576, Gentillet elabora su “Discurso Sobre los Medios del Bien Gobernar” en clara respuesta emitida contra el florentino. Possevin, en 1582 publica un “Juicio de Nicolás Maquiavelo”.

A estas alturas, Maquiavelo es conocido en Europa entera por su obra El Príncipe, lo que parece manchar la elevada reputación que en su tiempo le dejo La Mandrágora. Pero, en secreto, los papas. Los príncipes, monarcas y ministros leen al florentino.

Richelieu encarga a Machon una apología en defensa de Maquiavelo. Mazarino redacta “Breviario de los políticos”; un complemento de la misma obra El Príncipe.

Shakespeare utiliza a Maquiavelo como el diablo mismo en algunas de sus obras. La difusión de sus ideas lo identifican siempre con el mal.

Maquiavelo influye en la teoría política de Bodin y de Hobbes. Es uno de los precursores en justificar el poder absoluto sobre los súbditos, sin tener a la iglesia de por medio. Aunque el florentino, nunca menciono las monarquías, los reyes europeos lo utilizan como apoyo ideológico para desligarse del control imperial y papal y adquirir dominio propio sobre sus territorios.

Las conquistas y guerras sucedidas durante los siglos XIV y XV harán este hecho realidad. Las pugnas religiosas conducen en 1618 a la Guerra de los Treinta Años, entre Alemania, Francia y Suecia, hasta que con la Paz de Westfalia, en 1648, surge el Estado moderno. El papa y el emperador se convierten en figuras decorativas, y sin embargo el libro “El Príncipe” se transforma en el precursor de lo que hoy llamamos
Ciencia Política.


CAPÍTULO I

DE LAS DISTINTAS
CLASES DE PRINCIPADOS Y DE LA FORMA EN QUE SE ADQUIEREN.

Todos los Estados, todos los dominios que han ejercido y ejercen soberanía sobre los hombres, han sido y son repúblicas o principados.

Los principados son:

  • hereditarios, cuando una misma familia ha reinado en ellos largo tiempo
  •  Los nuevos, cuando se les adquiere, los dominios así adquiridos están acostumbrados a vivir bajo un príncipe o a ser libres; y se adquieren por las armas propias o por las ajenas, gracias a la fortuna o por medio de la virtud.

CAPÍTULO II

DE LOS PRINCIPADOS
HEREDITARIOS

Es más fácil conservar un Estado hereditario, acostumbrado a una dinastía, que uno nuevo, ya que basta con no alterar el orden establecido por los príncipes anteriores, y adaptarse a los acontecimientos después con los cambios que puedan producirse.

El príncipe natural tiene motivos y menos necesidad de causar agravios: de donde es lógico que sea más amado; y a menos que vicios excesivos le atraigan el odio, es razonable que sea aceptado y respetado de manera natural por los suyos.

En la antigüedad y continuidad de la dinastía se borran los recuerdos y las causas de las innovaciones, pues un cambio deja siempre la piedra angular para la edificación de otro.  

CAPÍTULO III

DE LOS PRINCIPADOS
MIXTOS

Un Principado mixto es aquel en que un miembro añadido a un Estado anterior, presenta los problemas y dificultades siguientes:

En todo principado nuevo (el mixto lo es) los súbditos cambian de señor con la esperanza de mejorar. El problema es que la experiencia les demuestra que, al final, acaban perdiendo con el cambio ya que la nueva adquisición traerá consigo violaciones de sus derechos y agravios que cometerán con ellos las nuevas tropas.

No se puede conservar para siempre a los amigos que han ayudado al príncipe a adquirir un nuevo principado y tendrá como enemigos a todos aquellos que no están de acuerdo con la nueva situación. Todo esto explica que Luis de Francia haya perdido Milán con la misma rapidez con la que la había adquirido.

Según Maquiavelo, los principados que se añaden a otro formando un principado mixto; o bien son del mismo y de la misma lengua o no lo son.

En el primer caso es muy fácil conservarlos; sobre todo si los anexionados no tienen la costumbre de vivir libres ya que basta con extinguir el linaje del principe anterior. De todos modos, según Maquiavelo, deberían respetarse siempre los siguientes principios:

  1. Extinguir la familia del antiguo príncipe.
  2. No alterar ni las leyes ni los tributos del
    principado anexionado,  los problemas son
    mayores por lo que hay que tener gran fortuna y mucha habilidad, debe tener en
    cuenta:
  • Para hacer frente a la situación es tener claro que el príncipe que adquiere un nuevo territorio debería residir allí.
  • La necesidad de establecer colonias que unan al príncipe con el nuevo territorio adquirido. Las ventajas de las colonias son, que no se gasta mucho; sólo perjudican a quienes se les arrebatan las tierras para entregárselas a los nuevos colonos y que constituyen una mínima parte de la población. Además al quedar dispersos y empobrecidos no pueden causar daño. Por su parte, los no afectados por las expropiaciones tendrán miedo de pasar al ataque por temor a que les pase lo mismo que a los afectados.
  • El prìncipe anexionador deber convertirse en jefe y defensor de los vecinos menos poderosos, ingeniándoselas para debilitar a los poderosos y guardarse de que entre en su país, los menos poderosos se le adhieren, llevados por la envidia que tienen a aquel que es más poderoso que ellos. Solamente tiene que procurar que no adquieran demasiadas fuerzas y demasiada autoridad; hecho esto, puede fácilmente, aplastar a los poderosos y permanecer en todo el árbitro del aquel país.

CAPÍTULO IV

POR QUE EL REINO
DE DARÍO, OCUPADO POR ALEJANDRO, NO SE SUBLEVO CONTRA LOS SUCESORES DE ÉSTE,
DESPUÉS DE SU MUERTE:

 Todos los principados de que se guarda memoria han sido gobernados
de dos modos distintos:

  • Por un príncipe que elige de entre sus siervos los ministros que lo
    ayudarán a gobernar, el príncipe goza de mayor autoridad: porque en toda la
    provincia no se reconoce soberano sino a él, y si se obedece a otro, a quien
    además no se tiene particular amor, sólo se lo hace por tratarse de un ministro
    y magistrado del príncipe, es difícil conquistarlo, pero fácil de conservarlo.
  • Por un príncipe asistido por nobles que, a la gracia de la antigüedad de su linaje, deben la posición que ocupan: será fácil entrar con ayuda de algunos nobles; pero si quieres mantenerlo, tropezarás después con infinitas dificultades y tendrás que luchar contra los que te han ayudado y contra los que has oprimido. Lo que no depende de la poca o mucha virtud del conquistador, sino de la naturaleza de lo conquistado.

CAPÍTULO V

DE QUE MODO HAY
QUE GOBERNAR LAS CIUDADES O PRINCIPADOS QUE, ANTES DE SER
OCUPADOS, SE REGÍAN POR SUS PROPIAS LEYES

 Hay tres modos de conservar un Estado acostumbrado a regirse por
sus propias leyes y a vivir en libertad:

  1. Destruirla; de no hacerlo será aplastada por ella.
  2. Radicarse en él; puesto que están acostumbras a vivir bajo un príncipe y su gobierno queda vacante.
  3. Dejarlo regir por sus leyes, obligarlo a pagar un tributo y establecer un gobierno compuesto por un corto número de personas, para que se encargue de velar por la conquista.

No tienen a quién, un príncipe puede fácilmente conquistarlas y retenerlas.

CAPÍTULO VI:

DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON LAS ARMAS PROPIAS Y EL TALENTO PERSONAL

Los hombres siguen casi siempre el camino abierto por otros y se empeñan en imitar las acciones de los demás. Y aunque no es posible seguir exactamente el mismo camino ni alcanzar la perfección del modelo, todo hombre prudente debe entrar en el camino seguido por los grandes e imitar a los que han sido excelsos, si no para igualarlos, sí acercarse.

Los principados de nueva creación, son más o menos difíciles de conservar según que sea más o menos hábil el príncipe que los adquiere. Y dado que el hecho de que un hombre se convierta en príncipe, presupone necesariamente talento o suerte, donde el que menos ha confiado en el azar es siempre el que más tiempo se ha conservado en su conquista, más aún si éstos se ven obligados a establecerse en el que ha adquirido.

Los que se convierten en príncipes, adquiriendo el principado con dificultades, lo conservan sin sobresaltos. Las dificultades nacen:

  • De las nuevas leyes: difícil de emprender y dudoso de hacer triunfar.
  • Costumbres que se ven obligados a implantar para fundar el Estado y
    proveer a su seguridad

El innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de los que se beneficiarán con las nuevas.

Es preciso ver si esos innovadores necesitan recurrir:

  • A la súplica para realizar su obra, Fracasan siempre, y nada queda
    de sus intenciones, pero cuando sólo dependen de sí mismos
  • imponerla por la fuerza. Rara vez dejan de conseguir sus
    propósitos.

Los pueblos son tornadizos; y que, si es fácil convencerlos de algo, es difícil mantenerlos fieles a esa convicción, por lo cual conviene estar preparados de tal manera, que, cuando ya no crean, se les pueda hacer creer por la fuerza.

CAPÍTULO VII

DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON ARMAS Y FORTUNA  DE OTROS

 Los príncipes que compran un Estado o que lo obtienen como regalo, encontraran
dificultades cuando se instalen en su reino, ya que estos no se sostienen sino
por la voluntad y la fortuna de quienes los elevaron; y no saben ni pueden
conservar aquella dignidad: No saben porque, no es presumible que conozcan el
arte del mando, no pueden porque carecen de fuerzas que puedan serles adictas y
fieles.

Los Estados que nacen de pronto, no pueden tener raíces ni sostenes
que los defiendan del tiempo adverso; salvo que quienes se han convertido en
forma tan súbita en príncipes se pongan a la altura de lo que la fortuna ha
depositado en sus manos, y sepan prepararse inmediatamente para conservarlo.

El príncipe nuevo que crea necesario defenderse de enemigos,
conquistar amigos, vencer por la fuerza o por el fraude, hacerse amar o temer
de los habitantes, respetar y obedecer por los soldados, matar a los que puedan
perjudicarlo, reemplazar con nuevas las leyes antiguas, ser severo y amable,
magnánimo y liberal, disolver las milicias infieles, crear nuevas, conservar la
amistad de reyes y príncipes de modo que lo favorezcan de buen grado o lo
ataquen con recelos; el que juzgue indispensable hacer todo esto.

CAPÍTULO VIII

DE LOS QUE LLEGARON AL PRINCIPADO MEDIANTE CRÍMENES

Aquellos príncipes que ascienden por un camino de perversidades y delitos, como el matar a los conciudadanos, el traicionar a los amigos y el carecer de fe, de piedad y de religión, con cuyos medios se puede adquirir poder, pero no gloria.

Su predominio en el poder dependerá de del buen o mal uso que se hace de la crueldad:

  • Bien empleadas a las crueldades: cuando se aplican de una sola vez
    por absoluta, volviéndolas lo más beneficiosas posibles para los súbditos
    (hacer un castigo ejemplar).
  • Mal empleadas: son las que, aunque poco graves al principio, con el
    tiempo crecen.

Al apoderarse de un Estado, todo usurpador debe reflexionar sobre los crímenes que le es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos día a día y pueda conquistar a los hombres a fuerza de beneficios. Quien procede de otra manera, se ve siempre obligado a estar con el cuchillo en la mano, y mal puede contar con súbditos a quienes sus ofensas continuas y todavía recientes llenan de desconfianza.

Las ofensas deben inferirse de una sola vez para que, durando menos, hieran menos; mientras que los beneficios deben proporcionarse poco a poco; a fin de que se saboreen mejor y, un príncipe vivirá con sus súbditos de manera tal, que ningún acontecimiento, favorable o adverso, lo haga variar; pues la necesidad que se presenta en los tiempos difíciles y que no se ha previsto, tú no puedes remediarla; y el bien que tú hagas ahora de nada sirve ni nadie te lo agradece, porque se considera hecho a la fuerza.

 

Capitulo
IX

DEL PRINCIPADO CIVIL

 El principado civil es aquel en el que un ciudadano, gracias al favor
de sus compatriotas, se convierte en príncipe, no depende por completo de los
méritos o de la suerte; depende, más bien, de una cierta habilidad propiciada
por la fortuna, y/o bien del apoyo del pueblo, o de los nobles, (en toda ciudad
se encuentran estas dos fuerzas contrarias, una de las cuales lucha por mandar
y oprimir, y a la otra que no quiere ser mandada ni oprimida). Y del choque de
las dos corrientes surge uno de estos tres efectos:

  • Principado,
  • Libertad,
  • Licencia.

El principado pueden implantarlo tanto el pueblo como los nobles, según que la ocasión se presente a uno o a otros:

  • Los nobles, cuando comprueban que no pueden resistir al
    pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe, para
    poder, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos, sin embargo, será difícil
    mantenerse porque los nobles siguen persiviéndolo como uno de ellos y
    dificlmente podrá mandarlos y manejarlos.
  • El pueblo, cuando a su vez comprueba que no puede hacerfrente a los grandes, cede su autoridad a uno y lo hace príncipe para que lo defienda, se transforma en la única autoridad, y no tiene en derredor a nadie o casi nadie que no esté dispuesto a obedecer. Por otra parte, no puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a los demás; pero, en cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del pueblo es más honesta que la de los grandes, queriendo estos oprimirlo, y aquél no ser oprimido.

Un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos, le será fácil. Lo peor que un príncipe puede esperar de un pueblo que no lo ame es el ser abandonado por él; de los nobles, si los tiene por enemigos, no sólo debe temer que lo abandonen, sino que se rebelen contra él.

Es una necesidad para el príncipe vivir siempre con el mismo pueblo, pero no con los mismos nobles, supuesto que puede crear nuevos o deshacerse de los que tenía, y quitarles o concederles autoridad a capricho.

El que llegue a príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse en conservar su afecto, mientras que aquel que se convierta en príncipe por el favor de los nobles y contra el pueblo procederá bien si se empeña ante todo en conquistarlo, lo que sólo le será fácil si lo toma bajo su  protección.

El príncipe puede ganarse a su pueblo de muchas maneras, sin embargo es imposible dar reglas fijas sobre algo que varía tanto según las circunstancias, un príncipe necesita contar con la amistad del pueblo.

Estos principados peligran, por lo general, cuando quieren pasar de principado civil a principado absoluto; pues estos príncipes gobiernan por sí mismos o por intermedio de magistrados. En el último caso, su permanencia es más insegura y peligrosa, porque depende de la voluntad de los ciudadanos que ocupan el cargo de magistrados, los cuales, pueden arrebatarle muy fácilmente el poder,

El príncipe, rodeado de peligros, no tiene tiempo para asumir la autoridad absoluta, ya que los ciudadanos y los súbditos, acostumbrados a recibir órdenes nada más que de los magistrados, no están en semejantes trances dispuestos a obedecer las suyas, y no encontrará nunca, en los tiempos dudosos, gentes en quien poder confiar, puesto que tales príncipes no pueden tomar como ejemplo lo que sucede en tiempos  normales.

Un príncipe hábil debe hallar una manera por la cual sus ciudadanos siempre y en toda ocasión tengan necesidad del Estado y de él, y así le serán siempre fieles.

Capitulo X

COMO DEBEN MEDIRSE LAS FUERZAS DE TODOS LOS PRINCIPADOS

Si un príncipe posee un Estado que pueda sostenerse por sí mismo, o sí tiene, en tal caso, que recurrir a la ayuda de otros. Considero capaces de poder sostenerse por sí mismos a los que:

  • Por abundancia de hombres o de dinero, pueden levantar un ejército respetable y presentar batalla a quien quiera que se atreva a atacarlos
  • Tienen siempre necesidad de otros a los que no pueden presentar batalla al enemigo en campo abierto, sino que se ven obligados a refugiarse dentro de sus muros para defenderlos. Quien tenga bien fortificada su ciudad, difícilmente será asaltado; porque los hombres son enemigos de las empresas demasiado  arriesgadas, y no puede reputarse por fácil el asalto a alguien que tiene su ciudad bien fortificada y no es odiado por el pueblo.

Un príncipe, que gobierne una plaza fuerte, y a quien el pueblo no odie, no puede ser atacado.

Es muy probable que el enemigo devaste y saquee la comarca a su llegada, que es cuando los ánimos están mis caldeados y más dispuestos a la defensa; momento propicio para imponerse, porque, pasados algunos días, cuando los ánimos se hayan enfriado, los daños estarán hechos, las desgracias se habrán sufrido y no quedará ya remedio alguno; los súbditos se unen por ello más estrechamente a su príncipe, como si el haber sido incendiadas sus casas y devastadas sus posesiones en defensa del señor obligará a éste a protegerlos, no será difícil a un príncipe sabio mantener firme el ánimo de sus ciudadanos durante el asedio, siempre y cuando no carezcan de víveres ni de medios de la defensa.

CAPITULO XI

DE LOS PRINCIPADOS ECLESIASTICOS.

Estos principados se adquieren por  valor o por suerte, se apoyan en antiguas
instituciones religiosas, que son tan potentes y de tal calidad que mantienen a
sus príncipes en el poder sea cual sea su proceder o modo de vida. Son por
consiguiente los únicos principados seguros y felices.  Uno de
sus cuestionamientos es porque la iglesia adquirió tanto poder.

CAPITULO XII

DE LAS DISTINTAS CLASE DE MILICIAS Y DE
LOS SOLDADOS MERCENARIOS.

Los cimientos del poder son las buenas leyes y las buenas tropas, las clasifica en:

  • Propias,
  • Mercenarias,
  • Auxiliares y mixtas.

Las mercenarias y auxiliares las califica de peligrosas, porque son ambiciosas, desleales, sin disciplina. Durante la paz despojan a su príncipe tanto como los enemigos en la guerra, pues no tienen otro motivo que la paga. Explica que la ruina de Italia se debió a la confianza depositada en estas tropas. De tal forma recomendó que los principados o las republicas deban tener tropas propias. Los capitales mercenarios siguieron un método que fue restarle importancia a la infantería porque en los ejércitos llegaron a tal extremo que por cada 20mil hombres no había 2 mil infantes. Al inventar sus códigos militares para evitarse fatigas y peligros condujeron a Italia a la esclavitud y deshonra.

CAPÍTULO XIII

DE LOS SOLDADOS AUXILIARES, MIXTOS Y PROPIOS

Las tropas auxiliares, son aquellas que se piden a un príncipe poderoso para que nos socorra y defienda, estas tropas pueden ser útiles y buenas para sus amos pero para quien las llama son casi siempre funestas; pues si pierden, queda derrotado, y si gana, se convierte en su prisionero.

Todo el que no quiera vencer no tiene más que servirse de esas tropas, porque están perfectamente unidas y obedecen ciegamente a sus jefes, mientras que las mercenarias, para someter al príncipe, necesitan esperar tiempo y ocasión.

Todo príncipe prudente ha desechado estas tropas y se ha refugiado en las propias, y ha preferido perder con las suyas a vencer con las otras.

Las armas ajenas o se caen de los hombros del príncipe, le pesan, o le oprimen. Por lo que aquel que en un principado no descubre los males sino una vez nacidos, no es verdaderamente sabio.

Sin milicias propias no hay principado seguro; ya que esta por completo en manos del azar, al carecer de medios de defensa contra la adversidad. Las milicias propias son las compuestas, o por súbditos, o por ciudadanos, o por servidores del príncipe.

 CAPÍTULO XIV

DE LOS DEBERES DE UN PRÍNCIPE PARA CON LA MILICIA

Un príncipe no debe tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna fuera del arte de la guerra y lo que a pues es lo único que compete a quien manda. Pues la razón principal de la pérdida de un Estado se halla siempre en el olvido de este arte, en tanto que la condición primera para adquirirlo es la de ser experto en él.

El estar desarmado hace despreciable, porque entre uno armado y otro desarmado no hay comparación posible, y no es razonable que quien esté armado obedezca de buen grado a quien no lo está. Por todo ello un príncipe que no entienda de cosas militares, no puede ser estimado por sus soldados ni puede confiar en ellos.

Un príncipe jamás debe dejar de ocuparse del arte militar, y durante los tiempos de paz debe ejercitarse más que en los de guerra mediante:

  • La acción: ejercitar y tener bien organizadas sus tropas, dedicarse constantemente a la caza con el doble objeto de acostumbrar el cuerpo a las fatigas y de conocer la naturaleza de los terrenos, la altitud de las montañas, la entrada de los valles, la situación de las llanuras
  • El estudio presta dos utilidades: primero, se aprende a conocer la región donde se vive y a defenderla mejor; después, en virtud del conocimiento práctico de una comarca, se hace más fácil el conocimiento de otra donde sea necesario actuar,

El príncipe que carezca de esta pericia carece de la primera cualidad que distingue a un capitán, pues tal condición es la que enseña a dar con el enemigo, a tomar los alojamientos, a conducir los ejércitos, a preparar un plan de batalla y a atacar con ventaja.

El príncipe debe estudiar la historia, examinar las acciones de los hombres ilustres, ver como se han conducido en la guerra analizar el por qué de sus victorias y derrotas para evitar éstas y tratar de lograr aquéllas.

CAPÍTULO XV

DE AQUELLAS COSAS POR LAS CUALES LOS HOMBRES ESPECIALMENTE LOS
PRÍNCIPES, SON ALABADOS O CENSURADOS

Todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad. Dejando, a un lado las fantasías, y preocupándonos sólo de las cosas reales.

Sé que no habría nadie que no opinase que sería cosa muy loable que, de entre todas las cualidades nombradas, un príncipe poseyese las que son consideradas buenas; pero como no es posible poseer las todas, ni observarlas siempre, porque la naturaleza humana no lo consiente, le es preciso ser tan cuerdo que sepa evitar la vergüenza de aquellas que le significarían la pérdida del Estado, pero si no puede no debe preocuparse gran cosa y mucho menos de incurrir en la infamia de vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el Estado.

 CAPÍTULO XVI

DE LA PRODIGALIDAD Y DE LA AVARICIA

El príncipe debe ser un pródigo, Sin embargo, la prodigalidad, practicada de manera que se sepa que uno es pródigo, perjudica; y por otra, parte, si se la practica virtuosamente, la prodigalidad no será conocida y se creerá que existe el vicio contrario.

El que quiere conseguir fama de pródigo entre los hombres no puede pasar por alto ninguna clase de lujos consumirá en tales obras todas sus riquezas y se verá obligado, a imponer excesivos tributos, a ser riguroso en el cobro y a hacer todas las cosas que hay que hacer para procurarse dinero. Lo cual empezará a tornarlo odioso a los ojos de sus súbditos, y nadie lo estimará, ya que se habrá vuelto pobre.

Y como con su prodigalidad ha perjudicado a muchos y beneficiado a pocos, se resentirá al primer inconveniente y peligrará al menor riesgo. Un príncipe no puede practicar públicamente esta virtud sin que se perjudique, convendrá, que no se preocupe si es tildado de tacaño; porque, con el tiempo, al ver que con su avaricia le bastan las entradas para defenderse de quien le hace la guerra, y puede acometer nuevas empresas sin gravar al pueblo, será tenido siempre por más pródigo.

Practica la generosidad con todos aquellos a quienes no quita, que son innumerables, y la avaricia con todos aquellos a quienes no da, que son pocos.

En consecuencia, un príncipe debe reparar poco en incurrir en el vicio de tacaño; porque éste es uno de los vicios que hacen posible reinar.

Porque el príncipe que va con sus ejércitos y que vive del botín, de los saqueos y de las contribuciones, necesita de esa esplendidez a costa de los enemigos, ya que de otra manera los soldados no lo seguirían.

CAPÍTULO XVII

DE LA CRUELDAD Y LA CLEMENCIA; Y SI ES MEJOR SER AMADO QUE TEMIDO,
O SER TEMIDO QUE AMADO

Los príncipes deben desear ser tenidos por clementes y no por crueles.

Un príncipe no debe preocuparse porque lo acusen de cruel, siempre  cuando su crueldad tenga por objeto el mantener unidos y fieles a los subditos; porque con pocos castigos ejemplares será más clemente que aquellos que, por excesiva clemencia, dejan multiplicar los desórdenes, causa de matanzas y saqueos que perjudican a toda una población, mientras que las medidas extremas adoptadas por el príncipe sólo van en contra de uno.

Un príncipe nuevo el que no debe evitar los actos de crueldad, pues toda nueva dominación trae consigo infinidad de peligros.

Surge de esto una cuestión: si vale más ser amado que temido, o temido que amado. Nada mejor que ser ambas cosas a la vez; pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha de faltar una:

Es más seguro ser temido que amado. Porque de la generalidad de los hombres se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, son completamente tuyos: te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos; pero cuando la necesidad se presenta se rebelan.

El príncipe que ha descansado por entero en su palabra va a la ruina al no haber tomado otras providencias; porque las amistades que se adquieren con el dinero y no con la altura y nobleza de almas son amistades merecidas, pero de las cuales no se dispone, y llegada la oportunidad no se las puede utilizar. Y los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer.

Pero cuando el príncipe está al frente de sus ejércitos y tiene que gobernar a miles de soldados, es absolutamente necesario que no se preocupe si merece fama de cruel, porque sin esta fama jamás podrá tenerse ejército alguno unido y dispuesto a la lucha.

Volviendo a la cuestión de ser amado o temido, concluyo que, como el amor depende de la voluntad de los hombres y el temer de la voluntad del príncipe, un príncipe prudente debe apoyarse en lo suyo y no en lo ajeno, pero, como he dicho, tratando siempre de evitar el odio.

 

CAPÍTULO XVIII

DE QUE MODO LOS PRÍNCIPES DEBEN CUMPLIR SUS PROMESAS

Nadie deja de comprender cuán digno de alabanza es el príncipe que cumple
la palabra dada, pero la experiencia nos demuestra, que son precisamente los príncipes que han hecho menos caso de la fe jurada, los únicos que han realizado grandes empresas.

Digamos primero que hay dos maneras de combatir:

  1. con las leyes: distintiva del hombre
  2. con la fuerza: distintiva de la bestia.

Un príncipe debe saber entonces comportarse como bestia y como hombre es decir debe saber emplear las cualidades de ambas naturalezas, y que una no puede durar mucho tiempo sin la otra.

Conviene que el príncipe se transforme en:

  • “zorro” porque sabe protegerse de las trampas
  • “león”, porque sabe espantar a los lobos.

Un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante
observancia vaya en contra de sus intereses y cuando haya desaparecido las
razones que le hicieron prometer. Porque los hombres son perversos.

No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes citadas,
pero es indispensable que aparente poseerlas. Ya que el tenerlas y practicarlas
siempre es perjudicial, y el aparentar tenerlas, útil.

Se debe estar dispuesto a irse al otro extremo si ello fuera
necesario.

Un príncipe no puede observar todas las cosas gracias a las cuales
los hombres son considerados buenos, porque, para conservarse en el poder, se ve
arrastrado a obrar contra la fe, la caridad, la humanidad y la religión.

Es preciso, pues, que tenga una inteligencia capaz de adaptarse a
todas las circunstancias, y no titubee en entrar en el mal.

Por todo esto un príncipe debe tener muchísimo cuidado de que no le
brote nunca de los labios algo que no esté empapado de las cinco virtudes
citadas:

  • clemencia,
  • la fe,
  • la rectitud
  • la religión

El vulgo[3] se deja engañar por las apariencias y por el éxito; y en el mundo sólo hay
vulgo, ya que las minorías no cuentan sino cuando las mayorías no tienen donde
apoyarse.

CAPÍTULO XIX

DE QUE MODO DEBE EVITARSE SER DESPRECIADO Y ODIADO

El príncipe debe huir de las cosas que lo hagan odioso o despreciable,
y una vez logrado, habrá cumplido con su deber y no tendrá nada que temer de
los otros vicios.  Por ello debe evitar:

  • Ser expoliador
  • Apoderarse de los bienes
  • apoderarse de las mujeres de los súbditos,

Hace despreciable:

  • ser considerado voluble,
  • frívolo,
  • afeminado,
  • pusilánime
  • irresoluto,

Debe procurar que:

  • Sus actos deben ser reconocidos con grandeza, valentía, seriedad y fuerza.
  • Respecto a los asuntos privados de los súbditos, debe procurar que sus
    fallas sean irrevocables y empeñarse en adquirir tal autoridad que nadie piense
    en engañarlo ni en envolverlo con intrigas.

Un príncipe debe temer dos cosas:

  • Que se le subleven los súbditos; debe cuidarse de que no conspiren en su contra, asegurándose de ser temido y amado, para tener al pueblo de su lado
  • que lo ataquen las potencias extranjeras. De las cuales podrá defenderse con buenas armas y buenas alianzas, Cuando es apreciado por el pueblo, debe cuidarse muy poco de las conspiraciones, procurando no exasperar a los nobles y, a la vez, tener satisfecho y contento al pueblo.

Entre los reinos bien organizados cuentan con muchas instituciones que están al servicio de la libertad y de la seguridad del rey,

Parlamento. Como modo de mantener a los nobles tranquilos y al pueblo de su lado, Creó entonces un tercer poder que, castigase a los nobles y beneficiase al pueblo.

Cuando el príncipe no puede evitar ser odiado por una de las dos partes debe inclinarse hacia el grupo más numeroso, y cuando esto no es posible, inclinarse hacia el más fuerte.

El odio se gana tanto con las buenas acciones como con las perversas, por cuyo motivo, un príncipe es a menudo forzado a no ser bueno, porque cuando aquel grupo, ya sea pueblo, soldados o nobles, está corrompido, te conviene seguir su capricho para satisfacerlo, pues entonces las buenas acciones serían tus enemigas.

Los príncipes actuales no se encuentran ante la dificultad de tener
que satisfacer en forma desmedida a los soldados. Pues aunque haya que
tratarlos con consideración, dado que estos príncipes no tienen ejércitos
propios, vinculados estrechamente con los gobiernos y las administraciones
provinciales.

CAPÍTULO XX

SI LAS FORTALEZAS, Y MUCHAS OTRAS COSAS QUE LOS PRÍNCIPES HACEN CON FRECUENCIA SON ÚTILES O NO

Un príncipe nuevo debe darles a sus súbditos para que estas se
conviertan en las del príncipe, los que recelaban se hicieron fieles, los
fieles continuaron siéndolo y los súbditos se hicieron partidarios. Pero cuando
se los desarma, se empieza a ofenderlo, puesto que se les demuestra que, por
cobardía o desconfianza, se tiene poca fe en su lealtad.

El príncipe no puede quedar desarmado, es forzoso que recurra a las
milicias mercenarias, las cuales no pueden ser tantas como para defenderlo de
los enemigos poderosos y de los súbditos descontentos.

Cuando se adquiere un Estado nuevo que añade al que ya poseía,
entonces sí que conviene que desarme a sus nuevos súbditos, excepción de
aquellos que se declararon partidarios suyos durante la conquista; y aun a
éstos es preciso debilitarlos y reducirlos a la inactividad.

Indudablemente, los príncipes son grandes cuando superan las
dificultades y la oposición que se les hace. Hay quienes afirman que un
príncipe hábil debe fomentar con astucia ciertas resistencias para que, al
aplastarlas, se acreciente su gloria.

Los hombres que al principio de un reinado han sido enemigos, si su
carácter es tal que para continuar la lucha necesitan apoyo ajeno, el príncipe podrá
siempre y muy fácilmente conquistarlos a su causa; y lo servirán con tanta más
fidelidad cuanto que saben que les es preciso borrar con buenas obras la mala opinión
en que se los tenía.

Un príncipe que adquiera un Estado mediante la ayuda de los
ciudadanos debe examinar  bien el motivo
que impulsó a éstos a favorecerlo, porque si no es por afecto natural, sino de
descontento anterior del Estado, difícil y fatigosamente podrá conservar su amistad,
pues tampoco él podrá contentarlos.

Las fortalezas pueden ser útiles o no según los casos, pues si en
unas ocasiones favorecen, en otras perjudican. El príncipe que teme más al
pueblo que a los extranjeros debe construir fortalezas; pero el que teme más a
los extranjeros que al pueblo debe pasarse sin ellos, es decir no hay mejor
fortaleza que el no ser odiado por el pueblo.

Consideradas, pues estas cosas, elogiaré tanto a quien construya
fortalezas como a quien no las construya, pero censuraré a todo el que,
confiando en las fortalezas, tenga en poco el ser odiado por el pueblo.

CAPÍTULO XXI

CÓMO DEBE CONDUCIRSE UN PRÍNCIPE PARA ADQUIRIR CONSIDERACIÓN

Nada granjea más estimación a un príncipe que las grandes empresas
y las acciones raras y maravillosas, A fin de distraer a sus enemigos, los debe
emplear en una gran empresa para evitar que maquinen en su contra y así ganar
el respeto y la estimación

Cuando sucede que una persona realizó, en el orden civil, una
acción poco común, es necesidad encontrarle, para premiarla, o para castigarla,
un modo notable, que dé al público amplio tema de conversación.

El príncipe debe, ante todas las cosas, ingeniarse para que cada
una de sus operaciones políticas se ordene a procurarle nombradía de grande
hombre y de soberano de superior ingenio.

Se hace estimar, cuando es resueltamente amigo o enemigo de los
príncipes puros, es decir, cuando sin timidez se declara resueltamente en favor
del uno o del otro. No conviene ser neutral.

Ha de manifestarse el príncipe amigo generoso de los talentos y
honrar a todos aquellos gobernados suyos que sobresalgan en cualquier arte.

Debe, además, preparar algunos premios para quien funde establecimientos
útiles, y para quien trate, en la forma que quiera, de multiplicar los recursos
de su ciudad.

Está obligado a proporcionar fiestas y espectáculos a sus pueblos,
en las fechas anuales que estime oportunas.

 CAPÍTULO XXII

DE LOS MINISTROS O SECRETARIOS DE LOS PRÍNCIPES

El primer juicio que formamos sobre un príncipe y sobre sus dotes
espirituales, no es más que una conjetura, pero lleva siempre por base la
reputación de los hombres de que se rodea

Pero es necesario saber que, hay entre los príncipes, como entre
los demás hombres, tres especies de cerebros:

  • Piensan y obran, por sí y ante sí;
  • Poco aptos para inventar, poseen sagacidad selectiva en atenerse a
    lo que les proponen otros;
  • no conciben nada por sí mismos, ni nada tampoco sacan en limpio de
    ajenos discursos.

Cuando un príncipe, carente de originalidad creadora, posee
inteligencia suficiente para discernir con mesura juiciosa lo que se dice y lo
que se hace, conoce las buenas y malas operaciones de sus consejeros, para
apoyar las primeras y corregir las segundas, y no pudiendo sus ministros
abrigar esperanzas de engañarle, se le conservan íntegros, discretos y sumisos.

Cuando el príncipe vea a sus ministros pensar en ellos más que en
él, y regirse en todas sus acciones por afán de provecho personal, quede
persuadido de que tales hombres jamás le servirán bien. No podrá estar seguro
de su actuación ni un momento, porque faltan a la primera de las máximas
morales de su condición. Esta máxima es que los que manejan “los negocios de un
Estado no deben nunca pensar en sí mismos, sino en el príncipe”.

Pero también, por otra parte, el príncipe, a fin de no perder a sus
ministros buenos y de generosas disposiciones, debe pensar en ellos,
revestirles de honores, enriquecerlos, y atraérselos por la gratitud, con las
dignidades y los cargos que les confiera, estas colmaran los deseos de su
ambición, y los importantes puestos de que les haya provisto les hacen temer
que el príncipe caiga, o sea suplantado, porque saben perfectamente que sólo
con él los conservarán.

 

CAPÍTULO XXIII

CUANDO DEBE HUIRSE DE LOS ADULADORES

Para obviar inconveniente tamaño bástale al príncipe dar a
comprender a los que le rodean que no le ofenden por decirle la verdad. Pero si
todos pueden decírsela, se expone a que le falten al respeto. Así, un príncipe
advertido y juicioso debe seguir un curso medio, escogiendo en su Estado a
algunos sujetos sabios, a los cuales únicamente otorgue licencia para decirle
la verdad, y esto exclusivamente sobre la cosa que se les pregunte, y no sobre
ninguna otra.

Ha de negarse a oír los consejos de cualquier otro, y deberá poner
inmediatamente en práctica lo que por sí mismo haya resuelto y mostrarse tenaz
en sus determinaciones. Si obra de diferente manera, la diversidad de pareceres
le obligará a variar muy a menudo, de lo cual resultará que harán muy corto
aprecio de su persona.

Si un príncipe debe pedir consejos sobre todos los asuntos, no debe
recibirlos cuando a sus consejeros les agrade, y hasta debe quitarles la gana
de aconsejarle sobre negocio ninguno, a no ser que él lo solicite.

Un príncipe que no es prudente de suyo no puede aconsejarse bien, a
menos que por casualidad dispusiera de un hombre excepcional y habilísimo que
le gobernara en todo. Conviene que los buenos consejos, de cualquier parte que
vengan, dimanen, en definitiva, de la prudencia del propio príncipe y que no se
funden en sí mismos como tales.

CAPÍTULO XXIV

POR QUÉ MUCHOS PRÍNCIPES DE ITALIA PERDIERON SUS ESTADOS

El príncipe nuevo que siga con prudencia las reglas que acabo de exponer
adquirirá la consistencia de uno antiguo y alcanzará en muy poco tiempo más
seguridad en su Estado que si llevara un siglo en posesión suya. Siendo un
príncipe nuevo mucho más cauto en sus acciones que otro hereditario, que puede
perder su Estado por su poca prudencia, en lo relativo a la preparación
militar.

Es un defecto común a todos los hombres no inquietarse de las borrascas
mientras disfrutan de bonanza, al llegar los tiempos adversos no debe pensarse
más que en huir, en vez de defenderse. Las únicas defensas buenas, ciertas y
durables son las que dependen del príncipe mismo y de su propio valor.

CAPÍTULO XXV

DOMINIO QUE EJERCE LA FORTUNA EN LAS COSAS HUMANAS, Y CÓMO RESISTIRLA
CUANDO ES ADVERSA

La fortuna es árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero también nos
deja gobernar la otra mitad o, a lo menos, una buena parte de ellas. La es
comparable a un río fatal,  cuando el
tiempo está en calma, se pueden tomar precauciones contra semejante río, con la
fortuna sucede lo mismo. No ostenta su dominación es posible cuando encuentra
un alma y una virtud preparadas.

El príncipe que no se apoya más que en la fortuna cae según ella varia,
pero puede evitarlo si se conduce las circunstancias con ponderación y calma.
Si supiese cambiar de naturaleza con las circunstancias y con los tiempos
no se le mostraría tornadiza la fortuna.

CAPÍTULO XXVI

EXHORTACIÓN PARA LIBRAR A ITALIA DE LOS BÁRBAROS

La nación exánime, aguarda todavía un salvador, no es sorprendente que
hasta ahora ninguno de cuantos italianos he citado haya sido capaz de llevar a
cumplido término lo que cabe esperar de vuestra esclarecida estirpe.

Si, pues, vuestra ilustre casa quiere imitar a los perínclitos varones que
libertaron sus provincias, ante todas cosas será bien que os proveáis de
ejércitos únicamente vuestros, ya que no hay soldados más fieles que los
propios, y, si cada uno en particular es bueno, todos juntos serán mejores
desde que se vean asistidos, mandados y honrados por su príncipe. Conviene en
tal concepto proporcionarse ejércitos de esa índole, a fin de poder defenderse
de los extranjeros con una bizarría genuinamente italiana

Italia espera que aparezca, al fin, su redentor. No puedo expresar con
cuánta fe, con cuánto amor, con cuánta piedad, con cuántas lágrimas de alegría
será recibido en todas las provincias que han sufrido los desmanes de los
extranjeros.

Acepte, pues, vuestra ilustre casa este proyecto de restauración nacional
con la audacia y con la confianza que infunden las empresas legítimas, a fin de
que la patria se reúna bajo vuestras banderas y de que bajo vuestros auspicios
se cumpla la predicción del Petrarca: El valor peleará con furia, y el combate será corto, porque el denuedo antiguo aún no ha muerto en los corazones de los italianos.


[1] Apud, en vignal L. Gautier: Maquiavelo. Pp.32

[2] Los libros prohibidos que todo buen cristiano no debía leer.

[3] El estatus más bajo de la población